21 diciembre 2006

El tío Pedro


Tiempos navideños. Como dice el anuncio de la tele, llamas a esas personas con las que sólo hablas una vez al año.

Acabo de hablar con mi tío Pedro. Hacía bastante más de un año, la verdad; quizá más de dos. La última vez llamó para dar su nuevo número de teléfono. Desde entonces, nada.

Es una persona peculiar. Todos somos especiales, dice. Y tiene razón. Él, desde luego, es muy especial pero, si lo piensas, no más que cualquier otra persona.

Te da su teléfono y considera que la pelota queda en tu tejado. Si pasan dos años y no llamas, él tampoco va a llamarte a ti. Después, cuando un día mientras friegas los cacharros de la cena te da un punto lunático y decides llamarle, te dice "no volviste a llamar". Tú piensas "tú tampoco", pero no lo dices, total para qué. Como si no lo supiera.

Como el ochenta por ciento de lo que dice suena a reproche, parece esperar el tuyo a cambio. Yo no le juego a eso. No me doy por aludida con los reproches y tampoco se los lanzo. Símil tenístico: todas sus bolas van fuera.

Creo que nos caemos bien porque somos parecidos, una cuestión puramente genética. Sé que echa en cara las cosas para huir de su propio sentimiento de culpa. Yo no le culpo de nada ni admito culpas en mi territorio: lo emponzoñan. Así que (símil futbolístico) finto sus reproches y continúo con la conversación. Además, no sé por qué lo sé, pero sé que en realidad no le importa.

Si hay una verdad, es que le quiero como sé que él me quiere a mí: cada uno a nuestra propia manera.

Si hay otra, es que nunca nos lo demostraremos. Cuando necesitemos a alguien para algo no recurriremos al otro.

Pero también es cierto, lo sé y no sé por qué lo sé, es que los dos contamos con que el otro estaría ahí si hiciera falta. Nunca hará falta, pero estaría. Yo estaría, él lo sabe. Él estaría, yo lo sé.

Es todo lo que hay que saber.

Al acabar, me ha deseado que me toque la lotería: a él, el primer premio; a mí, el segundo. Después ha dicho que no le importaría que a mí me tocara el primero y a él el segundo.

Estoy segura de que es verdad.

Feliz Navidad a todos los tíos Pedros del mundo.

20 diciembre 2006

Regalos de Navidad


Voy a comprar regalos a un gran centro comercial. Paseo entre las estanterías, hablo con mi hermana por teléfono para comprobar los precios en las distintas comunidades autónomas de uno de los regalos comunes. Los precios, por cierto, son iguales. En los productos estrella no hay diferencias.

El tiempo se me va mirando las ofertas de dvd. Al final me llevo el regalo (un reproductor de dvd y divx para mi hermana) y tres pelis para mí: En el nombre del padre, Master and Commander y 21 gramos. Muy a mi pesar, dejo atrás Uno de los nuestros y Taxi driver y alguna más que ahora no recuerdo.

La de Sheridan y la de Weir son buenos recuerdos que quiero reavivar. Cada una, claro, en su esquina del mundo. De la primera recuerdo la seca sensación de desolación en la garganta; de la segunda, la satisfacción de haber visto un ejercicio correcto y entretenido y de haber asistido a un tipo de relación humana al que las mujeres solemos ser ajenas. La de González Iñárritu no la he visto pero quiero hacerlo antes de Babel. Y me fío de lo que he leído por ahí y me creo que no me arrepentiré de tenerla en propiedad.

Cuando me pega el vicio soy imparable. No tengo ningún control de mí misma.

Supongo que son mis regalos de Navidad. Me preguntan mis familiares qué quiero y contesto que nada, que libros, pelis, música; pero soy demasiado rara, dicen. La última vez me contestaron: "si quieres un libro te lo compras tú".

Bueno, eso es lo que he hecho.

16 diciembre 2006

Deshilachados


Qué más da que nadie lo lea, precisamente lo bueno es que nadie lo lea, sólo escribirlo, al fin y al cabo tanto se lee que no merece la pena, qué importancia tiene que algo que tal vez merezca la pena no sea leído, es tan poco importante, en realidad llegarías a tan pocos, tan poca gente te devuelve un eco, en tan pocas ocasiones te sientes correspondido en alguno de tus deshilachados pensamientos, sentimientos, menos mal que al revés sí pasa, que lees algo, a alguien, a un amigo o a un desconocido o a un ilustre muerto de hace siglos o de hace años y sí, eso podrías haberlo escrito tú, eso se escribió mientras se sentía algo que tú sientes ahora, y eso es lo que te gustaría, saber transmitir lo que sientes, lo que te pasa por la cabeza, por el corazón, por el alma que no sabes dónde está ni si existe ni si es inmortal aunque crees que más bien no.

Qué más da que alguien lo lea. Tú lo escribes y tal vez nadie venga a verlo, pero eso no es lo malo, lo malo es que alguien venga y lo lea y se vaya sin una muesca o un arañazo en su propia alma, en su propia cabeza o su propio corazón, lo realmente malo no es que nadie lo lea, sino que no haya alguna lágrima, sólo una lágrima, caída en el teclado de alguien por esas palabras, o una risa evaporándose bajo una bombilla, o una sonrisa enseñando unos dientes que nadie verá, o algo. Algo.

Y la vieja pregunta de siempre. Por qué quieres escribir, por qué lo necesitas, por qué te angustia pensar que no tienes nada que decir, que nadie va a entender que no hay nada, por qué es necesario oir las teclas sonar, por qué eres incapaz de levantarte de esta silla y también eres incapaz de hacer nada útil sentado en ella. Por qué, por qué, por qué. La vieja pregunta de siempre aplicada a todo, a lo que no entiendes, a lo que entiendes de sobra, a lo que no quieres entender, a lo que no quieres ver, a lo que nadie quiere mirar, a todo.

Y la única verdad es que estás solo. Y no quieres que sea de otro modo, en realidad. Miras ahí fuera, miras enfrente y estás solo. Siempre ha sido así. Siempre será así. Hay un lugar donde estás solo, que es sólo tuyo, y te pasas la mayor parte del tiempo en él, hasta el punto que la persona que sale y se relaciona y se comunica con los demás no eres tú del todo. Es otro.

15 diciembre 2006

Soltando gas del freno


Se me agota la ventana, pero no las ganas de estar aquí sentada, de oír el sonido de las teclas, tengo quehacer, corregir unos exámenes, no me llevará más de una hora, he quedado para salir pero hace demasiado frío y mañana tengo que madrugar, los chicos comprenderán y de todos modos no estoy segura de que me consideren una buena compañía, una tía con novio, la novia de un amigo no es buena compañía para dos solteros de más de treinta (y cinco) con afición a emborracharse por pereza para hacer algo más interesante, o tal vez por miedo a volver a encontrarse un no, o tal vez porque ya no estamos en edad de buscar parejas por los bares, o quién sabe.

En fin, que hay que levantarse de aquí porque si no el frío hará suyos tus pies y tus manos, ni siquiera pongo música, me siento fuera del mundo, fuera de mí, debería haber ido a comprar los regalos de navidad, no tengo tiempo, no podré hacerlo, tendré que darme un baño de multitudes el sábado por la mañana contra reloj, este año no acertaré con los gustos porque será más importante el esto mismo que el esto concretamente.

Se trata de ejercitarse, de dejar que los dedos vuelen, los ojos impávidos, la mente casi en blanco, tan en blanco como el resto de esta imitación de papel blanco que se dibuja en la pantalla por debajo de las letras negras que van apareciendo sin dar tiempo al cursor a parpadear, sin dar tiempo a la idea a ordenarse, sólo escribir, escribir como, uf, las nubes en el cielo, uf, los barcos en el mar, uf, qué espanto.

Porque en realidad no tengo ganas de centrarme, no tengo ganas en absoluto de agarrarme a un personaje y llevarle al fin de la historia de la mano, no tengo ganas de hacer un esquema con un principio, un medio y un final, hacer una persona, ponerle un nombre, hacer que le pasen cosas, que sufra y ría y llore y se enfade y tenga un accidente de tráfico y se quede sin trabajo y sin novia, el mundo está lleno de Johnnies y Maries que

baby, are born to run.

14 diciembre 2006

Primera evaluación

He hecho cientos de exámenes en mi vida.

Hoy, por primera vez, estoy al otro lado.

Es una sensación rara. Yo soy quien hace las preguntas y sé contestarlas todas, sé qué deberían contestar para sacar un sobresaliente.

Les veo agachados sobre los papeles, no sé si el examen les resulta fácil o difícil.

No escriben mucho. Supongo que yo era en ese sentido una alumna estimulante. Bueno o malo, escribía mucho en los exámenes. Sólo dejé en blanco un examen en toda mi vida, más por rebeldía que por ignorancia. Ignorancia también, pero no tanta como para no escribir nada. Sólo fue que pensé "¿para qué me voy a molestar?". Fue en 3º de BUP, matemáticas.

Es curioso. Veo a estos chavales y me doy cuenta de que no me importaba hacer exámenes. Me gustaba demostrar lo lista que era. Me jodía que me hicieran preguntas raras porque no quería quedar mal con el profe.

Paran de escribir, levantan los ojos hacia la izquierda, signo de que intentan recordar y no inventar. Buena señal.

Estoy sentada. Escribo y de vez en cuando les miro. No sé si me importa que copien. No hacen el examen para mí, eso es algo que siempre tuve muy claro. Si ellos también lo tienen claro o no, no me importa. En realidad, el examen es lo de menos. No les va a sacar jamás una castaña del fuego en la vida, un examen. Ni un aprobado.

¿O sí?

Lo que sí me preocupa es saber si habrán aprendido algo. Si algo de lo que les digo se les quedará en la memoria. Si esto les servirá para algo. Si yo les serviré para algo.

Es imposible saberlo. Y ahí, son ellos los que evalúan; quien aprueba o suspende soy yo.

13 diciembre 2006

Perdonen la poesía

(Y perdonen que no sea mía; para qué, si alguien lo ha dicho mejor).

Cruzo un desierto y su secreta
desolación sin nombre.
El corazón
tiene la sequedad de la piedra
y los estallidos nocturnos
de su materia o de su nada.

Hay una luz remota, sin embargo,
y sé que no estoy solo;
aunque después de tanto y tanto no haya
ni un solo pensamiento
capaz contra la muerte,
no estoy solo.

Toco esta mano al fin que comparte mi vida
y en ella me confirmo
y tiento cuanto amo,
lo levanto hacia el cielo
y aunque sea ceniza lo proclamo: ceniza.

Aunque sea ceniza cuanto tengo hasta ahora,
cuanto se me ha tendido a modo de esperanza.

José Ángel Valente.

11 diciembre 2006

Rabia en la muerte del general


Es que las cosas no son así.

El hecho de que un juez hubiera dicho "es usted un asesino y además un ladrón" no habría cambiado en realidad nada. Las personas que creían en él no habrían dejado de hacerlo por eso. Las personas que sabemos lo que era, lo sabemos sin necesidad de ninguna sentencia.

Es lo de los símbolos, lo del respaldo de las instituciones. Parece que lo necesitamos para sentir que la razón está de nuestra parte. Pero no siempre ocurre así. Es un hecho.

Nada habría cambiado.

Es tan sólo eso: ha muerto un canalla. Y ha muerto de viejo, de un modo que muchos de sus paisanos no pudieron disfrutar, rodeados de sus familias, de cuidados, de mimos.

Pero también es cierto que se hizo lo posible por amargarle los últimos años de su vida. Las acusaciones, las causas pendientes, el hecho simple de que la gente pudiera gritar en la calle "sabemos lo que hiciste".

Ése es todo el castigo que cabía esperar. Siempre lo supimos. Lo tuvo y ese deberá ser nuestro consuelo.

Por lo menos no dará más por el culo.

Que se lo coman los gusanos.

04 diciembre 2006

El cine a veces

Esta mañana les he puesto a los chicos La lengua de las mariposas de José Luis Cuerda.

No sé, es la tercera o cuarta vez que la veo. Nunca la recuerdo entre mis películas favoritas, porque no es una de ellas.

Pero supongo que sí es una de las mejores que se han hecho nunca en España.

Frases ambas que, en el caso de esta especie de cinéfila descarriada no son afirmaciones contradictorias. Lo más seguro es que mis películas favoritas no aparezcan en ningún ranking de mejores películas, pero esa es otra historia y habrá de ser contada en otra ocasión.

Bueno, el caso es que he tenido que salir a sonarme los mocos, por cierto, bastante antes del final.

(Al final se los han sonado todos.)

No me apetecía que me vieran llorar, claro. Como no son críos y tampoco son tontos, supongo que el hecho de salir del aula dejando las gafas en la mesa que comparto con ellos les habrá dado algún dato.

Aunque como todavía son adolescentes y la fuerza de la imagen les hipnotiza, tal vez no se hayan dado ni cuenta.

(¿Eres todavía adolescente cuando rondas o pasas los veinte? Ya no me acuerdo.)

¿Por qué he llorado?

Creo que llevo unos días con ganas de llorar.

El caso es que lo he hecho y ahora no recuerdo por qué. Por los sentimientos, creo. Siempre se llora por "proyección" e "identificación", lo mismo que se ríe. En el cine, en la novela.

La magia reside en ese momento en que la película, el guión, la interpretación, la dirección, consiguen crear un sentimiento que encuentra un reflejo en algún rincón de tu alma, de tu experiencia. Consiguen, en suma, crear un sentimiento que genera un sentimiento.

Bueno, pues eso me ha ocurrido esta mañana.

Como he salido a sonarme y he vuelto con los ojos secos y no me lo he permitido, supongo que sigo teniendo ganas de llorar.

Pero ahora no tengo una película que me ayude.

30 noviembre 2006

Volar, volar, volar...

(Para CV)

Cierras los ojos y te dejas caer, pero no caes. Sin ningún esfuerzo de la voluntad el aire te lleva o lo atraviesas, sintiendo el viento en la cara, en el pelo, sintiendo que flotas, que tu cuerpo pertenece a otro elemento o está hecho de otros materiales.

Subes y bajas, te acercas a esa nube, la traspasas y es niebla y está fría y te moja, sales de ella en busca del sol que te seca y te calienta y te hace sentir que te evaporas, y sigues recorriendo el firmamento, las estrellas están tan cerca que podrías tocarlas, pero no quieres, los seres humanos y sus problemas, sus insomnios y pesadillas están tan lejos que no puedes verlos, es igual, tampoco quieres mirar.

Sólo seguir adelante, adelante en busca del horizonte, persiguiendo un millón de futuros posibles que jamás se harán ciertos, es igual, tampoco quieres vivir otras vidas.

Continuar en busca del sol, en busca de ti, de quién, de mañana, de es posible, de tal vez.

Volar, volar…

(Impulsado hacia un Cielo Vacío a las 11.57)

Hubo un tiempo

Hubo un tiempo en que escribía. Era un foro en el que cada semana había que escribir un relato corto (menos de 4.000 caracteres) y después votar los relatos de los demás. El premio del ganador era (además del placer de saber que había gustado) poner un nuevo tema para la semana siguiente. El foro sigue existiendo aunque el ambiente ha cambiado y yo apenas lo frecuento ya.

Hoy estaba navegando por mis carpetas y he encontrado uno de los relatos. Me ha parecido bien ponerlo aquí. Aunque ahora me lo estoy pensando. Tengo una carpeta que se llama "Morralla". En ella guardo papeles sueltos, reflexiones que me daban pie para los relatos, frases que no se llegaron a convertir en nada más, embriones de relatos que no llegaron a nacer. Es una especie de estantería de frascos de formol con pequeños monstruos guardados en su interior.

Esto lo escribí en octubre de 2004. Me jode, no saben cuánto, no sólo no haber avanzado desde entonces, sino haber retrocedido. El tema de aquella semana era "Cuando me echaron del paraíso".

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Cuando me echaron del paraíso.

Si miras a tu espalda, paraíso es todo lo perdido. A veces es igual que en ese momento todo te pareciera amargo. El tiempo o tal vez la constatación de que la amargura se multiplica, ponen una pátina de miel sobre los recuerdos.

Tierra de cuatro ríos.

Árbol del bien y del mal. Al probar su fruto, tus ojos se abren.

Potestad divina: diferenciar el bien del mal.

Pérdida de la inocencia.

"He ahí al hombre que ha llegado a ser como uno de nosotros por el conocimiento del bien y el mal. No vaya ahora a tender su mano y tome del árbol de la vida y comiendo de él viva para siempre".

La única diferencia, pues, entre el hombre y dios es la inmortalidad.

Expulsa al hombre del paraíso por el peligro de que coma el fruto del árbol de la vida.

La mujer tiene dos opciones: comer el fruto del árbol de la vida o comer el fruto del árbol del bien y del mal. Entre la inmortalidad y el conocimiento, elige el conocimiento.

Para ser como dios, para ser dios, es preciso el conocimiento. El discernimiento.

Lo que ocasiona la pérdida del paraíso es la pérdida de la inocencia. Pero el paraíso no es la inocencia. La inocencia es la llave.

··············································

Y éste es el relato:

La pregunta de Adán.

Supongo que fue cuestión de suerte. Nosotros en realidad no teníamos ningún interés en ser como dios. Con esa cara de amargura que tenía, pese a toda la belleza que había creado.

Cuando nos dejó allí nos dijo que podíamos comer los frutos de todos los árboles, excepto de aquellos dos. Es necesario decir que ni eran los más hermosos ni sus frutos los más apetecibles.

No teníamos ningún interés, insisto. Al menos al principio. Pero al cabo de un tiempo, porque aunque no se menciona en los papeles, con el día y la noche dios también creó el tiempo, era tan aburrida tanta felicidad. No es que me queje. Reconozco que ahora la echo de menos algunos días. Pero entonces toda la bonanza, toda la prosperidad. No estoy intentando excusarme. No me arrepiento de nada.

El caso es que a base de pasear, disfrutar, sonreír, amar, terminamos por conocer algunos sentimientos nuevos. El primero en aparecer, el más dañino, fue el hastío.

En nuestras largas conversaciones alguna vez entraron aquellos dos árboles. Comenzamos a sentirnos atraídos por el incongruente veto. No entiendo, después de tantos años, por qué tuvo que prohibirlos. Esa prohibición fue en realidad su único atractivo. Por lo demás eran mezquinos, insignificantes. Creo que podría haber pasado mucho tiempo sin que nuestra atención se concentrara en ellos. Tal vez comprendió que de otro modo jamás nos habríamos acercado.

No fue culpa de nadie. Por supuesto, no hubo ningún animal maligno e instigador. Fuimos nosotros solos, fue nuestra curiosidad. Una tarde lo echamos a suertes. A ella le tocó el del discernimiento y a mí el de la vida. Sólo que ella probó primero.

Y cuando probó, cambió la expresión de su rostro. Tuve la sensación de que algo había ocurrido dentro de ella. Con mi fruto aún en la mano, me acerqué a probar el suyo. Quería compartir con ella esa forma extraña y nueva de mirarme, de mirarlo todo.

Y cuando yo probé, comprendí. Un calor dentro de mí. Es difícil de explicar. Y una pregunta. Sobre todo, la pregunta.

Por qué.

Ella me miró y dijo:

—¿Por qué?

Y yo asentí.

Nunca su cuerpo me pareció tan bello como entonces. No es cierto eso que dicen: no nos cubrimos, no nos escondimos. Fuimos en busca de dios y le preguntamos:

—¿Por qué?

Y dios comprendió que habíamos probado el fruto del árbol del conocimiento.

—En muy poco os diferenciáis ya de mí. Fuera de este jardín está el mundo. Si lo deseáis, exploradlo. Si probáis el fruto del otro árbol, seréis iguales a mí, porque os concederá inmortalidad. Pero, os lo aseguro, no es un buen regalo. Si queréis, podéis creerme.

Le creímos. Nos fuimos de allí porque comprendimos que la felicidad no convive bien con las preguntas. Lo estuvimos pensando y finalmente nos quedamos con las preguntas. No era posible permanecer en el jardín sin la llave de la inocencia.

Lo demás es historia. Ustedes la conocen bien.

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En fin. Perdonen el ladrillo.

Desorden

Bolsas en el suelo. La mesa llena de discos, libros, una goma para el pelo, un cenicero lleno de colillas. El bote de colacao esperando a mañana por la noche.

Una serie de malas costumbres, como ver demasiada televisión. Un televisor que apenas ofrece imágenes que merezcan ser vistas.

En el trabajo soy capaz de hablar durante dos horas sin parar. Y después otra hora más.

Y sin embargo el contacto con la gente me espanta. Suena el teléfono y no quiero cogerlo, no quiero intromisiones, ni interrupciones. No quiero hablar con esa amiga que me llama para saber qué tal me va.

Y después echo de menos el contacto, tomar una caña y sentirme tranquila y a gusto.

Me gusta la gente, no me gusta la vida social. Me gusta el orden, no me gusta ordenar. Me gusta la charla, no me gusta fingir que me gusta la conversación que estoy teniendo si no es verdad.

No sé si es que soy exigente o si lo que de verdad ocurre es que no sé quién soy. No sé si me desagrada la gente o me desagrado yo misma.

Luego soy la típica gilipollas que siempre hace un comentario chistoso o amable a la cajera del supermercado.

Odio caer mal a la gente, me paso la vida sonriendo sin ganas. Tal vez sea eso precisamente.

Y odio escribir sobre estas cosas. Tengo por ahí muchas otras y nunca salen cuando me siento aquí con los dedos sobre el teclado.

27 noviembre 2006

desconvencida

Tarde de lunes, lo que significa horas libres, mucho que hacer, inactividad total. Ignoro los motivos. Lo más probable es que el diagnóstico sea pereza, sin más búsquedas.

Navego. Busco. Leo. Indago. Me informo. El mundo blog es infinito. Mi hambre de ver, también. En la puerta de casa, Cielo Vacío. Y allí, en una esquina, un enlace. Ya había leído una recomendación suya, ignorada por falta de tiempo. Hoy le he dedicado ese tiempo.

Y me he encontrado con un blog estupendo, admirable. Tampoco me quiero pasar con los halagos. Son pegajosos.

Te hace ver para qué puede servir este invento. Lo que te puede aportar.

He estado leyendo mucho, estoy un poco mareada, saturada de información, algo muerta de envidia. Aunque no es envidia. Es un sano (sanísimo) estímulo.

Me voy a ver la tele. Necesito lavarme un poco el cerebro.

Tremenda.

Luces de navidad

Acabo de oír en televisión una frasecita de ésas que hacen pensar cuando te apetece pensar.

(Por otra parte, es bien cierto que cuando me apetece pensar no necesito de mayores estímulos.)

La frase era más o menos: "Si repasas un año en tu mente y no te hace llorar, de alegría o de tristeza, considera el año perdido". Lo dice John Case en Ally McBeal (ustedes perdonen).

En tres días entra diciembre. Un mes especial, lleno de luces, de buenos deseos, de buenos propósitos, de balances, de buenos rollos, de esperanzas. De críticas, de hipocresía, de contradicciones, de juegos de espejos, de decepciones.

Es el mes que mucha gente usa para mirar atrás y repasar lo que ha sucedido, lo que ha hecho y dejado de hacer. Y también para mirar adelante y hacer planes que no cumplirá.

(El futuro no existe. Pero en diciembre preferimos olvidarlo.)

Caminas por las calles de las ciudades y están engalanadas con bombillas que aún no han sido encendidas. Salvo en los centros comerciales, donde empiezan demasiado temprano a vender la fecha.

(¿Nadie les ha recitado el refrán español sobre la ausencia de relación entre el madrugón y el amanecer? Me pregunto si su pretensión es eliminar las aglomeraciones del día 24 a las seis de la tarde, me gusta creer en una inocencia invencible.)

En fin. Yo no recuerdo haber hecho nunca balance en diciembre ni tampoco planes. Algunos llaman pesimismo a la conciencia de la realidad. Tal vez lo sea.

Supongo que si dedicara un rato a hacer ese repaso de lo que ha sido este año, encontraría ese llanto redentor.

Es fácil sentir que la vida no se te está escapando.

Aunque sea mentira.

23 noviembre 2006

Cambiar

Tenía en la facultad una amiga que decía que yo era "multitarea". Supongo que más o menos era verdad.

Ahora mismo estoy buscando en internet problemas de ejes para ponerles a los alumnos, mientras tengo en las manos El cine según Hitchcock de François Truffaut porque les quiero hablar del suspense y lo que es un mcguffin, y leo el blog de un desconocido en el que se hace una alusión a los "diarios al uso" muy pertinente; medito sobre el tema y finalmente decido escribir algo aquí, aunque en realidad no tengo tiempo que perder.

No hacer un diario al uso. No repetir lo que ya he hecho, ésa era mi intención y como no lo tengo claro se me está desdibujando el objetivo (cosa que, por cierto, es un vicio viejo ya).

Supongo que es importante mantenerse fiel a los objetivos iniciales, no merodear sin rumbo.

Por otra parte, ahora, en este principio, mi objetivo principal es escribir algo cada día, sea lo que sea, para desoxidar la tecla, el dedo, la neurona, el corazón, el cerebro, el ojo, el pensamiento, hasta la base cultural, yo qué sé.

Mira, tía. La cuestión es seguir vivos. Yo qué sé.

Futuro

Me apetece tanto escribir.

Y me paso los ratos libres del día viendo volar metafóricas moscas.

O sea, tocándome metafóricamente la entrepierna.

Pensando en todo lo que no va como yo deseo que vaya.

Olvidando todo lo que debería hacer para conseguir que las cosas sean como yo quiero.

Intento eliminar de mi interior el sentimiento de culpa. Y no quiero pensar que era uno de mis principales motores. No pasa nada por eliminarlo, pero supongo que debería sustituirlo por otro porque, si no, será la muerte.

El fracaso.

Y no sé. Yo creo que no he nacido para eso. Para ir día a día haciéndome consciente de mi propia inutilidad.

No creo que deba conformarme con eso.

No he nacido para eso.

22 noviembre 2006

Ya ves, amigo.

Las cosas no son casi nunca como parecen y nunca como esperamos.

Nos pasamos el tiempo temiendo, previendo, sospechando, planeando.

Y después, tan sencillo, la vida ocurre.

O no ocurre nada, lo que a veces es peor.

Porque es cierto: lo peor es no vivir.

El dolor es una parte. El propio, el ajeno.

Y perdemos tanta energía en desear lo que no podemos tener que olvidamos fijarnos en todo lo que nos gusta de entre lo que sí tenemos.

Qué idioteces.

Yo no sé a quién le dio por creer que esto de pensar era una buena idea.

Suena mientras escribo: Lonesome day blues, Bob Dylan.

20 noviembre 2006

Amigos perdidos

Hoy he encontrado navegando por ahí, por el mundo blog, o como se llame, un amigo perdido. Sólo un par de pistas y dos o tres datos me han ayudado a reconocerle sin problemas.

Las personas que alguna vez estuvieron en tu corazón, se quedan ahí para siempre.

Cuando tienes una conexión especial con alguien, esa conexión permanece. No es fácil tenerla. Ni siquiera es fácil a veces reconocerla.

Lo fácil, muchas veces, es dejarla escapar. Un día descubres que echas de menos a ese amigo. Te das cuenta del tiempo que hace que no sabes nada de él. Te acuerdas, con un pequeño dolor, de que la última conversación fue distante o fría, de que en ella no hiciste nada para demostrarle lo especial que era para ti, o peor, que él no hizo nada para demostrarte que tú eras especial para él.

Y un día (hoy, por ejemplo), ese amigo resucita en tu memoria, despertando de pronto en ese lugar cálido del corazón que le pertenece sólo a él. Entonces te preguntas por qué no volviste a llamar, por qué dejaste que se lo tragara la niebla.

No hay respuestas. A veces hay un email que va y no vuelve, o nada.

Pero esa persona sigue siendo la misma. Ocupando el mismo lugar. Despertando el mismo sentimiento.

Sigue siendo la misma.

Te echo de menos.

A veces.

18 noviembre 2006

Amor

Había algo en mi cabeza cuando me he levantado de la cama para escribir. Palabras, frases, algo que explicar.

Era algo sobre el amor. Sobre el amor que no puedo sentir, el que no puedo dar. Porque no está dentro de mí.

Era algo sobre lo que tengo que decirle. Algo que se parece a lo que dice Fito: quisiera haber querido lo que no he sabido querer.

Algo sobre las diferencias. Diferencias entre nosotros que no son insalvables, no son el problema, salvo una: la diferencia en el caudal de amor.

Su amor me arrolla, me envuelve, me protege del mundo y de mí.

(Esto era.)

Su amor me protege de mí. Y del mundo. Me quita el miedo. Todos los miedos excepto el miedo a no estar a la altura, el miedo a no querer, el miedo a terminar haciendo daño. Es decir, la convicción de que terminaré haciendo daño. No da igual. No te quiero pero te quiero un poco. Lo suficiente como para que me haga sufrir la perspectiva de verte sufrir.

Y qué. Y cómo. Y adónde ahora.

Cómo me enfrento a tu dolor, a mi dolor. Cómo renuncio a ti. Quiero estar sola, pero no tan sola. Y no quiero atropellarte con una apisonadora.

Y no hablar con nadie de esto. No lo sabe a nadie, lo grito al mundo. Es lo mismo.

Tengo que enfrentarme a la verdad. La verdad. Siempre he sabido que es un error. Cuánto tiempo voy a dejar que el error perdure. Cuánto tiempo voy a dejarte vivir en esta especie de mentira. Y a mí.

Y cuánto tiempo voy a dejar pasar, aumentando cada segundo las toneladas de dolor, o de humillación, de engaño, todo eso.

Qué miedo da la verdad. Qué fea es cuando la miras a la cara.

17 noviembre 2006

Segunda vez

Explicación del nombre del sitio...

Hay una banda de rock, o la había, porque no hay constancia de que sigan existiendo.

El título del blog es un verso robado (gracias, Kutxi, aunque no lo sepas).

El verso dice "dejadme que os cuente mi cuento de herida y caricias, mi historia de nadie, mi nana del hambre, todas mis mentiras".

Pues eso.

Suena mientras escribo: A la mierda primavera, Marea.

Primera vez

Una tarde lluviosa en mi ciudad adoptiva. Una más.

Una ciudad adoptiva más, una tarde lluviosa más.

Cada vez me gusta más estar sola.

Cuanto más me gusta estar sola, más lo evito.

Será para disfrutarlo más cuando lo consigo.