21 diciembre 2006

El tío Pedro


Tiempos navideños. Como dice el anuncio de la tele, llamas a esas personas con las que sólo hablas una vez al año.

Acabo de hablar con mi tío Pedro. Hacía bastante más de un año, la verdad; quizá más de dos. La última vez llamó para dar su nuevo número de teléfono. Desde entonces, nada.

Es una persona peculiar. Todos somos especiales, dice. Y tiene razón. Él, desde luego, es muy especial pero, si lo piensas, no más que cualquier otra persona.

Te da su teléfono y considera que la pelota queda en tu tejado. Si pasan dos años y no llamas, él tampoco va a llamarte a ti. Después, cuando un día mientras friegas los cacharros de la cena te da un punto lunático y decides llamarle, te dice "no volviste a llamar". Tú piensas "tú tampoco", pero no lo dices, total para qué. Como si no lo supiera.

Como el ochenta por ciento de lo que dice suena a reproche, parece esperar el tuyo a cambio. Yo no le juego a eso. No me doy por aludida con los reproches y tampoco se los lanzo. Símil tenístico: todas sus bolas van fuera.

Creo que nos caemos bien porque somos parecidos, una cuestión puramente genética. Sé que echa en cara las cosas para huir de su propio sentimiento de culpa. Yo no le culpo de nada ni admito culpas en mi territorio: lo emponzoñan. Así que (símil futbolístico) finto sus reproches y continúo con la conversación. Además, no sé por qué lo sé, pero sé que en realidad no le importa.

Si hay una verdad, es que le quiero como sé que él me quiere a mí: cada uno a nuestra propia manera.

Si hay otra, es que nunca nos lo demostraremos. Cuando necesitemos a alguien para algo no recurriremos al otro.

Pero también es cierto, lo sé y no sé por qué lo sé, es que los dos contamos con que el otro estaría ahí si hiciera falta. Nunca hará falta, pero estaría. Yo estaría, él lo sabe. Él estaría, yo lo sé.

Es todo lo que hay que saber.

Al acabar, me ha deseado que me toque la lotería: a él, el primer premio; a mí, el segundo. Después ha dicho que no le importaría que a mí me tocara el primero y a él el segundo.

Estoy segura de que es verdad.

Feliz Navidad a todos los tíos Pedros del mundo.

20 diciembre 2006

Regalos de Navidad


Voy a comprar regalos a un gran centro comercial. Paseo entre las estanterías, hablo con mi hermana por teléfono para comprobar los precios en las distintas comunidades autónomas de uno de los regalos comunes. Los precios, por cierto, son iguales. En los productos estrella no hay diferencias.

El tiempo se me va mirando las ofertas de dvd. Al final me llevo el regalo (un reproductor de dvd y divx para mi hermana) y tres pelis para mí: En el nombre del padre, Master and Commander y 21 gramos. Muy a mi pesar, dejo atrás Uno de los nuestros y Taxi driver y alguna más que ahora no recuerdo.

La de Sheridan y la de Weir son buenos recuerdos que quiero reavivar. Cada una, claro, en su esquina del mundo. De la primera recuerdo la seca sensación de desolación en la garganta; de la segunda, la satisfacción de haber visto un ejercicio correcto y entretenido y de haber asistido a un tipo de relación humana al que las mujeres solemos ser ajenas. La de González Iñárritu no la he visto pero quiero hacerlo antes de Babel. Y me fío de lo que he leído por ahí y me creo que no me arrepentiré de tenerla en propiedad.

Cuando me pega el vicio soy imparable. No tengo ningún control de mí misma.

Supongo que son mis regalos de Navidad. Me preguntan mis familiares qué quiero y contesto que nada, que libros, pelis, música; pero soy demasiado rara, dicen. La última vez me contestaron: "si quieres un libro te lo compras tú".

Bueno, eso es lo que he hecho.

16 diciembre 2006

Deshilachados


Qué más da que nadie lo lea, precisamente lo bueno es que nadie lo lea, sólo escribirlo, al fin y al cabo tanto se lee que no merece la pena, qué importancia tiene que algo que tal vez merezca la pena no sea leído, es tan poco importante, en realidad llegarías a tan pocos, tan poca gente te devuelve un eco, en tan pocas ocasiones te sientes correspondido en alguno de tus deshilachados pensamientos, sentimientos, menos mal que al revés sí pasa, que lees algo, a alguien, a un amigo o a un desconocido o a un ilustre muerto de hace siglos o de hace años y sí, eso podrías haberlo escrito tú, eso se escribió mientras se sentía algo que tú sientes ahora, y eso es lo que te gustaría, saber transmitir lo que sientes, lo que te pasa por la cabeza, por el corazón, por el alma que no sabes dónde está ni si existe ni si es inmortal aunque crees que más bien no.

Qué más da que alguien lo lea. Tú lo escribes y tal vez nadie venga a verlo, pero eso no es lo malo, lo malo es que alguien venga y lo lea y se vaya sin una muesca o un arañazo en su propia alma, en su propia cabeza o su propio corazón, lo realmente malo no es que nadie lo lea, sino que no haya alguna lágrima, sólo una lágrima, caída en el teclado de alguien por esas palabras, o una risa evaporándose bajo una bombilla, o una sonrisa enseñando unos dientes que nadie verá, o algo. Algo.

Y la vieja pregunta de siempre. Por qué quieres escribir, por qué lo necesitas, por qué te angustia pensar que no tienes nada que decir, que nadie va a entender que no hay nada, por qué es necesario oir las teclas sonar, por qué eres incapaz de levantarte de esta silla y también eres incapaz de hacer nada útil sentado en ella. Por qué, por qué, por qué. La vieja pregunta de siempre aplicada a todo, a lo que no entiendes, a lo que entiendes de sobra, a lo que no quieres entender, a lo que no quieres ver, a lo que nadie quiere mirar, a todo.

Y la única verdad es que estás solo. Y no quieres que sea de otro modo, en realidad. Miras ahí fuera, miras enfrente y estás solo. Siempre ha sido así. Siempre será así. Hay un lugar donde estás solo, que es sólo tuyo, y te pasas la mayor parte del tiempo en él, hasta el punto que la persona que sale y se relaciona y se comunica con los demás no eres tú del todo. Es otro.

15 diciembre 2006

Soltando gas del freno


Se me agota la ventana, pero no las ganas de estar aquí sentada, de oír el sonido de las teclas, tengo quehacer, corregir unos exámenes, no me llevará más de una hora, he quedado para salir pero hace demasiado frío y mañana tengo que madrugar, los chicos comprenderán y de todos modos no estoy segura de que me consideren una buena compañía, una tía con novio, la novia de un amigo no es buena compañía para dos solteros de más de treinta (y cinco) con afición a emborracharse por pereza para hacer algo más interesante, o tal vez por miedo a volver a encontrarse un no, o tal vez porque ya no estamos en edad de buscar parejas por los bares, o quién sabe.

En fin, que hay que levantarse de aquí porque si no el frío hará suyos tus pies y tus manos, ni siquiera pongo música, me siento fuera del mundo, fuera de mí, debería haber ido a comprar los regalos de navidad, no tengo tiempo, no podré hacerlo, tendré que darme un baño de multitudes el sábado por la mañana contra reloj, este año no acertaré con los gustos porque será más importante el esto mismo que el esto concretamente.

Se trata de ejercitarse, de dejar que los dedos vuelen, los ojos impávidos, la mente casi en blanco, tan en blanco como el resto de esta imitación de papel blanco que se dibuja en la pantalla por debajo de las letras negras que van apareciendo sin dar tiempo al cursor a parpadear, sin dar tiempo a la idea a ordenarse, sólo escribir, escribir como, uf, las nubes en el cielo, uf, los barcos en el mar, uf, qué espanto.

Porque en realidad no tengo ganas de centrarme, no tengo ganas en absoluto de agarrarme a un personaje y llevarle al fin de la historia de la mano, no tengo ganas de hacer un esquema con un principio, un medio y un final, hacer una persona, ponerle un nombre, hacer que le pasen cosas, que sufra y ría y llore y se enfade y tenga un accidente de tráfico y se quede sin trabajo y sin novia, el mundo está lleno de Johnnies y Maries que

baby, are born to run.

14 diciembre 2006

Primera evaluación

He hecho cientos de exámenes en mi vida.

Hoy, por primera vez, estoy al otro lado.

Es una sensación rara. Yo soy quien hace las preguntas y sé contestarlas todas, sé qué deberían contestar para sacar un sobresaliente.

Les veo agachados sobre los papeles, no sé si el examen les resulta fácil o difícil.

No escriben mucho. Supongo que yo era en ese sentido una alumna estimulante. Bueno o malo, escribía mucho en los exámenes. Sólo dejé en blanco un examen en toda mi vida, más por rebeldía que por ignorancia. Ignorancia también, pero no tanta como para no escribir nada. Sólo fue que pensé "¿para qué me voy a molestar?". Fue en 3º de BUP, matemáticas.

Es curioso. Veo a estos chavales y me doy cuenta de que no me importaba hacer exámenes. Me gustaba demostrar lo lista que era. Me jodía que me hicieran preguntas raras porque no quería quedar mal con el profe.

Paran de escribir, levantan los ojos hacia la izquierda, signo de que intentan recordar y no inventar. Buena señal.

Estoy sentada. Escribo y de vez en cuando les miro. No sé si me importa que copien. No hacen el examen para mí, eso es algo que siempre tuve muy claro. Si ellos también lo tienen claro o no, no me importa. En realidad, el examen es lo de menos. No les va a sacar jamás una castaña del fuego en la vida, un examen. Ni un aprobado.

¿O sí?

Lo que sí me preocupa es saber si habrán aprendido algo. Si algo de lo que les digo se les quedará en la memoria. Si esto les servirá para algo. Si yo les serviré para algo.

Es imposible saberlo. Y ahí, son ellos los que evalúan; quien aprueba o suspende soy yo.

13 diciembre 2006

Perdonen la poesía

(Y perdonen que no sea mía; para qué, si alguien lo ha dicho mejor).

Cruzo un desierto y su secreta
desolación sin nombre.
El corazón
tiene la sequedad de la piedra
y los estallidos nocturnos
de su materia o de su nada.

Hay una luz remota, sin embargo,
y sé que no estoy solo;
aunque después de tanto y tanto no haya
ni un solo pensamiento
capaz contra la muerte,
no estoy solo.

Toco esta mano al fin que comparte mi vida
y en ella me confirmo
y tiento cuanto amo,
lo levanto hacia el cielo
y aunque sea ceniza lo proclamo: ceniza.

Aunque sea ceniza cuanto tengo hasta ahora,
cuanto se me ha tendido a modo de esperanza.

José Ángel Valente.

11 diciembre 2006

Rabia en la muerte del general


Es que las cosas no son así.

El hecho de que un juez hubiera dicho "es usted un asesino y además un ladrón" no habría cambiado en realidad nada. Las personas que creían en él no habrían dejado de hacerlo por eso. Las personas que sabemos lo que era, lo sabemos sin necesidad de ninguna sentencia.

Es lo de los símbolos, lo del respaldo de las instituciones. Parece que lo necesitamos para sentir que la razón está de nuestra parte. Pero no siempre ocurre así. Es un hecho.

Nada habría cambiado.

Es tan sólo eso: ha muerto un canalla. Y ha muerto de viejo, de un modo que muchos de sus paisanos no pudieron disfrutar, rodeados de sus familias, de cuidados, de mimos.

Pero también es cierto que se hizo lo posible por amargarle los últimos años de su vida. Las acusaciones, las causas pendientes, el hecho simple de que la gente pudiera gritar en la calle "sabemos lo que hiciste".

Ése es todo el castigo que cabía esperar. Siempre lo supimos. Lo tuvo y ese deberá ser nuestro consuelo.

Por lo menos no dará más por el culo.

Que se lo coman los gusanos.

04 diciembre 2006

El cine a veces

Esta mañana les he puesto a los chicos La lengua de las mariposas de José Luis Cuerda.

No sé, es la tercera o cuarta vez que la veo. Nunca la recuerdo entre mis películas favoritas, porque no es una de ellas.

Pero supongo que sí es una de las mejores que se han hecho nunca en España.

Frases ambas que, en el caso de esta especie de cinéfila descarriada no son afirmaciones contradictorias. Lo más seguro es que mis películas favoritas no aparezcan en ningún ranking de mejores películas, pero esa es otra historia y habrá de ser contada en otra ocasión.

Bueno, el caso es que he tenido que salir a sonarme los mocos, por cierto, bastante antes del final.

(Al final se los han sonado todos.)

No me apetecía que me vieran llorar, claro. Como no son críos y tampoco son tontos, supongo que el hecho de salir del aula dejando las gafas en la mesa que comparto con ellos les habrá dado algún dato.

Aunque como todavía son adolescentes y la fuerza de la imagen les hipnotiza, tal vez no se hayan dado ni cuenta.

(¿Eres todavía adolescente cuando rondas o pasas los veinte? Ya no me acuerdo.)

¿Por qué he llorado?

Creo que llevo unos días con ganas de llorar.

El caso es que lo he hecho y ahora no recuerdo por qué. Por los sentimientos, creo. Siempre se llora por "proyección" e "identificación", lo mismo que se ríe. En el cine, en la novela.

La magia reside en ese momento en que la película, el guión, la interpretación, la dirección, consiguen crear un sentimiento que encuentra un reflejo en algún rincón de tu alma, de tu experiencia. Consiguen, en suma, crear un sentimiento que genera un sentimiento.

Bueno, pues eso me ha ocurrido esta mañana.

Como he salido a sonarme y he vuelto con los ojos secos y no me lo he permitido, supongo que sigo teniendo ganas de llorar.

Pero ahora no tengo una película que me ayude.