31 enero 2007

La rebeldía

Cuando era más joven (ehem) tenía una costumbre. Consistía básicamente en llevar la contraria, un ejercicio de principios. Como, para bien o para mal, nunca he sido del todo tonta, la mayor parte de las veces me daba cuenta de que esos actos tenían una víctima principal: yo misma.

Eso ocurre. Tu principal objetivo es ir contra los demás. Contra la sociedad, contra tus padres, tus profesores, contra los buenos consejos, contra lo que se espera de ti. Obvias la primera y más importante baja: tú; tus propios intereses. Que son lo que mueve a los demás a aconsejarte. Que son los que dictan a los otros a insistir para que tomes el camino que ellos creen que elegirían en tu lugar o el que creen que deberían elegir si estuvieran en tu lugar (otra cosa es que de verdad lo hicieran, pero ése es otro cuento).

Me ocurre cada vez que veo uno de esos imbéciles anuncios de "Help. Por una vida sin tabaco". Me dicen lo malísimo y lo tontísimo que es fumar. Como si no lo supiera, ¿no? Para todos los que me rodean y, en primer lugar, para mí. Estropeo mis pulmones y mi salud, probablemente ando por el mundo con un principio de enfisema (y luego no me atrevo a palparme las tetas en busca de bultos sospechosos porque me acojona viva la mera posibilidad de encontrar uno). Me pinto los dientes de amarillo. Me gasto todos los días dinero en humo, como si cogiera los billetes y los quemara con un mechero uno por uno, pero con la desventaja de que además, me jode. Sé todo eso, como lo saben todos los fumadores. Pues bien, cada vez que veo uno de esos anuncios, me enciendo un cigarrillo. De forma deliberada, con un único motivo absurdo: ese anuncio me dice lo que debo hacer.

Nunca he soportado, jamás en toda mi vida, que me digan lo que tengo que hacer. Es algo que me coloca automáticamente en el extremo irracional de mí misma. Si debo hacerlo porque tú me lo dices, iré derecha a hacer justo lo contrario. Aunque la primera jodida por las consecuencias sea yo.

Creo que es una posición insensata y extravagante. No tiene ninguna explicación lógica. No gano nada en absoluto.

Pero en eso consiste la libertad. O tal vez la fidelidad a uno mismo, la facultad sagrada e inalienable de tomar las propias decisiones. Incluso las decisiones erróneas; total, uno nunca sabe por dónde va a venir la sorpresa. Por eso es una sorpresa.

Aunque esa premisa también sea un poco mentira.

29 enero 2007

¿Por qué?

Inauguro un nuevo cajón con una pregunta tontorrona, que es de lo que se va a componer en general. La voz malvada de mi oído (¿vosotros no la oís?, la vuestra propia, me refiero; mi esquizofrenia no llega al punto de pensar que los demás oyen mi voz de oído personal) me dice que total, ya podía usar para este fin el cajón "Todo a cien", pero me hacía ilusión añadir alguno nuevo, que para eso tengo sitio y el blog está recién estrenado y con el cartel de ¡ojo!, recién pintao. Además, lo tengo ya demasiado desordenado, ese cajón pachanguero.

Pregunta, pues: ¿por qué me siento mucho más segura comentando en los blogs ajenos (y en el mío también) si antes puedo darle al botoncito "Vista previa" y leerlo como si estuviera ya publicado pero con toda la ropa guardada en la orilla, cambiando comas, puntos y comas, palabras, frases, tonos, expresiones, puntos y aparte, dibujos de sonrisas y dos o trescientas cosas más?

He descubierto recientemente un lugar que pronto pasará a la lista de lugares donde se puede uno perder, lo que es lo mismo que decir la lista de lugares donde a mí me gusta perderme, pero donde no se puede previsualizar. Y, joder, comentar se me convierte en una tortura.

Lo prometido es deuda

Un accidente de domingo en la Super Bowl.

Aunque la señora Clause había escrito a Schatzman, Gingeleskie, Mengerink y Asociados diciéndoles que era de la localidad wisconsiniana de Appleton, eso significaba tan sólo que había nacido allí. Cuando contrajo matrimonio con Otto Clausen vivía en Green Bay, sede de los Packers, el célebre club de fútbol americano. Otto Clausen, hincha de aquel equipo, se ganaba la vida repartiendo cerveza en un camión que lucía en el parachoques una sola pegatina decorativa, la única que el conductor jamás permitiría, un letrero verde, el color de Green Bay, sobre un fondo dorado: ¡ORGULLOSO DE SER QUESERO! Y es que a los hinchas de los Packers se los conocía popularmente como "los queseros".

Otto y su mujer solían acudir a uno de esos bares deportivos donde los parroquianos beben mientras contemplan el partido de la jornada en una gran pantalla de televisión, y eso era lo que se habían propuesto hacer la noche del domingo 25 de enero de 1998, cuando tenía que disputarse la XXXII Super Bowl, con los Packers contra los Broncos de Denver, en San Diego. Pero la señora Clausen se había sentido indispuesta durante todo el día, con náuseas, y le dijo a su marido, como hacía a menudo, que confiaba en estar embarazada. No tuvo esa suerte, sin embargo, y la causa de sus molestias resultó ser una gripe. Enseguida le subió la temperatura y vomitó dos veces antes de que comenzara el partido. Tanto a ella como a su marido les decepcionó que no se tratara de las náuseas del embarazo. (Aun cuando hubiera estado encinta, había tenido la regla sólo dos semanas antes; demasiado pronto para ser náuseas del embarazo.)

Los estados de ánimo de la señora Clausen eran muy fáciles de interpretar, o por lo menos Otto creía que normalmente sabía en qué pensaba su mujer. Quería tener un hijo más que nada en el mundo. Su marido también lo deseaba y ella no podía culparle en ese particular. Sufría por no tener hijos y sabía que Otto compartía ese sufrimiento.

Con respecto a aquel caso concreto de gripe, Otto nunca la había visto tan enferma y se ofreció voluntario para quedarse en casa y cuidar de ella. Los dos verían el partido en el televisor del dormitorio. Pero la señora Clausen se sentía tan mal que no estaba en condiciones de ver el partido, ella, que también era una quesera a todos los efectos. El hecho de haber sido hincha de los Packers durante toda su vida era uno de los vínculos principales entre ella y Otto. Incluso trabajaba para el equipo de Green Bay. Podrían haber conseguido entradas para el partido en San Diego, pero Otto detestaba viajar en avión.

Cuando Otto le dijo que se quedaría en casa, ella se sintió profundamente conmovida: su marido la quería tanto que estaba dispuesto a perderse el encuentro, que tan bien se veía en el bar deportivo. La mujer se negó en redondo a que él se quedara. Aunque sentía demasiadas náuseas para hablar, hizo acopio de fuerzas y expresó, en una frase completa, una de esas verdades a menudo repetidas en el mundo de los deportes y que dejan sin habla y del todo convencidos a los hinchas del fútbol americano (mientras que a quienes son indiferentes a ese deporte les parece una colosal estupidez).

—No hay ninguna garantía de que volvamos a participar en la Super Bowl —dijo la señora Clausen.

Otto se sintió conmovido como una criatura. Incluso en el lecho de enferma, su mujer quería que se divirtiera. (…)

—¡Adelante, Packers! —exclamó su mujer débilmente, sumiéndose ya en el sueño.

Con un gesto de callada ternura física que ella recordaría durante mucho tiempo, Otto dejó el mando a distancia del televisior a su lado y se aseguró de que el aparato tenía sintonizado el canal correcto.

John Irving, La cuarta mano.

Un buen finde

Resulta que tengo a este hombre. Él no sabe que lo es y yo a veces lo olvido.



Well It's Saturday night
you're all dressed up in blue
I been watching you awhile
maybe you been watching me too
So somebody ran out
left somebody's heart in a mess
Well if you're looking for love
honey I'm tougher than the rest

Some girls they want a handsome Dan
or some good-lookin' Joe on their arm
Some girls like a sweet-talkin' Romeo
Well 'round here baby
I learned you get what you can get
So if you're rough enough for love
honey I'm tougher than the rest

The road is dark
and it's a thin thin line
But I want you to know I'll walk it for you any time
Maybe your other boyfriends
couldn't pass the test
Well if you're rough and ready for love
honey I'm tougher than the rest

Well it ain't no secret
I've been around a time or two
Well I don't know baby maybe you've been around too
Well there's another dance
all you gotta do is say yes
And if you're rough and ready for love
honey I'm tougher than the rest
If you're rough enough for love
baby I'm tougher than the rest

25 enero 2007

Banderas de nuestros padres

No había leído nada sobre la película de Eastwood antes de ir a verla. Ya pagué demasiado caro el precio de la expectativa con Million Dollar Baby. Del mismo modo, os sugiero que si todavía no la habéis visto y queréis verla, mejor no leáis esto.

Ahora que la he visto dudo: ¿escribo antes de leer o leo antes de escribir?

Decido no contaminarme. Me dejaré muchas cosas en el tintero, pero pienso que ya las habrán escrito otros. Por ejemplo, "el último clásico".

Pensé muchas cosas viendo esa película, me acordé de muchas referencias (mías). La primera y más importante, claro, Salvar al soldado Ryan. La segunda, Los desnudos y los muertos, de Norman Mailer. Los retratos de la guerra desde debajo de la lluvia de tierra. Los retratos de guerra con olor a sangre y a mierda. El dolor inútil de los hombres. Su sacrificio.

El desembarco de Clint Eastwood no tiene mucho que envidiarle al de Spielberg, aunque a mí me impresionó más el de Normandía. El talento, la maestría de Spielberg no tienen comparación posible (cuando se pone). Lo que no significa que no sea soberbio el desembarco de Iwo Jima, en un sentido diferente. Tienen muchos rasgos en común. La cámara a la altura de los hombres corriendo como un soldado más, la confusión, los trozos de cuerpos volando y cayendo encima de las personas.

Hay muchos momentos en que se eriza el vello de todo el cuerpo. Para mi gusto, bueno o malo, para mi dudoso sentido estético, son impresionantes las imágenes aéreas de la flota dirigiéndose a la isla.

También es sobrecogedor el primer baño de multitudes que se dan los tres soldados mandados de vuelta "a casa". La sensación que se te queda de "si no sabían qué pintaban en Iwo Jima, mucho menos saben lo que pintan ahí, en medio de la ovación".

La fotografía. Ese tono de blanco y negro un poco sepia, ese color desvaído, no es tan tremendista pero es muy eficaz. De hecho, más, cuanto que establece una distancia con lo que cuenta que, lejos de transmitir frialdad, impone respeto por lo que se está viendo, y una sensación de fidelidad, de realidad. No tiene la calidad casi táctil u olfativa que se percibe en la Normandía de Spielberg, aunque (para contradecirme y despistaros) cuando ves la arena ves cada grano de arena.

El montaje de tiempo alternado. A veces muy abruptos esos cambios de tiempo, sobre todo el primer salto adelante. Te sacan de un plumazo del fuego, justo cuando estás empezando a pensar que tal vez se está alargando demasiado, y te coloca en un lugar (mejor en un momento) en el que tardas un rato en ubicarte (tal vez un rato demasiado largo, o quizá es culpa mía, me meto en las batallas hasta saborear el humo).

Los impresionantes títulos de crédito finales, con esa sucesión de fotografías documentales, de algunas de las cuales se han extraído planos para la ficción. Y con la sorpresa última. Si váis a verla, esperad hasta el final.

La reflexión es obligada. De hecho, estás viendo la película y no puedes evitar pensar. Te deja tiempo para pensar. Te deja espacio para ver y para vivir lo que estás viendo.

Las metáforas: el hombre que se cae del barco, el sirope de fresa resbalando sobre el grupo como sangre espesa que les mancha. Menos mal que no vemos el tenedor.

La bandera como símbolo. Para los soldados, que recuperan fuerzas y fe sólo con verla ondear en lo alto de la montaña; para los políticos, que necesitan un estímulo que impulse al pueblo a colaborar económicamente con ellos; para el pueblo que espera, que no quiere la paz: quiere la victoria.

El sentimiento de culpabilidad por haber sobrevivido. Los que sobreviven siempre se preguntan por qué. Siempre piensan que otro lo merecía más, como si fuese una cuestión de mérito. La guerra es como todo: un juego en el que no sabes qué papel te va a tocar. El que te toca, lo juegas. Con todas las consecuencias.

La creación y el significado del concepto de héroe. La utilidad de tal concepto. No hay héroes. I'm no hero. Nadie lo es. Pero que existan es necesario, también como símbolo, como la bandera. La humanidad necesita los símbolos, se alimenta de ellos.

Los hombres que en una batalla se dedican a recoger y amontonar a los muertos y los heridos. Sólo a eso. Espeluzna.

La reflexión sobre el motivo último de luchar en una batalla, de correr y dejarse matar en la arena de una playa que huele a azufre, es decir, en el infierno: el individuo, el amigo, el compañero. No la patria ni la bandera, aunque también sean importantes.

Como preveía, me dejo mucho en el tintero. Me dejo toda la (gran) parte que no corresponde a la guerra, que es la reflexión sobre la propaganda, sobre la manipulación, sobre la importancia relativa de la verdad, sobre el respeto a nuestros mayores. Pero tengo que parar o esto se me eterniza. Tal vez mañana.

Sólo una última pregunta: existiendo la guerra, ¿de qué otra cosa se puede hablar?

24 enero 2007

¿Qué hago?, (o la pereza)

Llevo varios días queriendo ir al cine. No quisiera que se me pasara Banderas de nuestros padres. De hecho, ya la tienen arrinconada en la última hora del día, horario único y vas que te jodes.

Pereza mortal. Hace un frío de tres pares. No ha nevado, de hecho es increíble ver las imágenes de lugares a ciento y pocos kilómetros de aquí en la tele, mirar por la ventana y ver un sol espléndido brillando en un cielo azul surcado de nubecitas inocentes, como las de Los Simpson (¿soy sólo yo o esa imagen ya es un icono de nuestra generación?).

Más pereza: tengo que coger el coche porque vivo en el quinto infierno, allí donde cristo dio las tres voces, que dice el saber popular. El problema de los 25 minutos andando no es ahora, a la ida, claro, sino luego, a las doce y media (¡doce y media! ¡qué pereza más asesina!).

Opciones: 1) quedarme viendo un dividí; tengo pendientes de revisar Thelma y Louise y El nombre de la rosa; tengo sin ver El hombre que pudo reinar y Volver; 2) quedarme leyendo, que hay tres libros sin estrenar en la mesa mirándome seductores; y 3) quedarme viendo la tele, que será lo que probablemente haría dado el nivel de letal pereza que me atenaza las células todas.

Que digo yo que lo mejor, ya que luchamos contra la pereza, es luchar a fondo. Es decir: vestirse, calzarse, embufandarse y engorrarse (que no enguarrinarse, atentos), bajar al tercer sótano a por el coche, llevarlo hasta el parking nada barato del centro comercial porque aparcamiento no encuentro ni de coña a estas horas por la zona, comprar mi entrada, elegir la butaca que me dé la gana porque no hay nadie que le diga a esta miope "no, eso está demasiado cerca"; cenar en un sitio de ésos de todoacien la pizza o la hamburguesa, dejar que el maestro Eastwood me proporcione un buen par de horas de cine bélico (y general) y volver a casa sabiendo que he cumplido con mi deber.

Vamos allá.

23 enero 2007

Bancos

Pues resulta que veo el anuncio del banco que promete, muy ufano, que no va a cobrar comisiones a no sé cuántos tipos de clientes. Parece ser que el año pasado ya empezaron a hacerlo no sé con quién, supongo que con otros tipos de clientes, y ahora han añadido los comerciantes, los inmigrantes, los estudiantes universitarios y no sé quiénes más. Qué guay. Me imagino el año pasado un inmigrante yendo a la oficina y diciendo "oiga, a mí ¿por qué me cobran comisiones?". Y la cara del cajero y todo lo demás. Tartamudo más de uno, fijo.

Y en la letra pequeña ésa que corre rápidamente por la parte inferior de la pantalla con el único fin de que salga pero nadie lo lea, me pareció ver algo como "no son condiciones contractuales" o algo similar.

Así que me voy a la página del susodicho banco a ver la letra pequeña más tranquilamente. Y ésta dice textualmente (copipego): "El beneficio que aquí se establece no tiene carácter de modificación contractual, por lo que no podrá considerarse consolidado para los contratos a los que afecta."

O sea, que los dedos bien guardados en los bolsillos, como no podía ser menos (perdón, señor Driftwood, se me ha escapado), no nos los vayamos a pillar. Y todos los clientes del banco y algunos de la competencia que ya estaban pensando en cambiarse a freshbanking felices como perdices hasta (por lo menos) la fecha de caducidad prevista de la autodenominada "campaña", que es lo que es, claro. (Avisarán por escrito como muy pronto a partir del 31 de diciembre, o sea, que tienen un año escaso de ahorro garantizado.)

Aunque, por otra parte, he leído por ahí que el porcentaje que dejan de ganar en comisiones es mínimo. Seguro que no les compensa eso de ser los primeros con oficina en hacerlo.

El problema es que yo no sé nada de finanzas ni tampoco de marketing. Que si no, menudo análisis que haría de esto.

No es mi banco, en cualquier caso. Ya de sablearme, prefiero que lo haga una caja. Y lo hacen, vive dios. Pero luego sacan unos anuncios muy bonitos con sillas de ruedas y niños calvos. Para que veamos lo que se enrollan.

21 enero 2007

Madrid

Mientras sorteábamos el millón de coches apelotonados en la A6 mi hermana comentó: "no volvería a vivir aquí ni aunque me pagaran un millón al mes". Mi prima conducía. Yo no me lo pensé demasiado, dije: "yo, por un millón, sí; y por menos, también; por tres mil euros lo haría". Mi prima contestó: "pues yo vivo con mil y poco".

Ella es una urbanita convencida. Ha estado un par de años viviendo en una capital de provincia y volvió porque sabía que no iba a ser capaz de aguantar un año más.

Me fui de Madrid hace (¿cuánto hace?). Supongo que cinco o seis años. Cuando me fui estaba cansada de las aglomeraciones, de los eternos trayectos en metro, de los trabajos frustrantes, de no tener ni un duro, de mi vida también (de la cual la ciudad no tenía la culpa; esto, al menos, lo sabía). Entonces necesitaba darle la espalda a todo aquello, poner tierra de por medio. Me fui con una frase, no sé si de Horacio, colgada en la maleta: "quien surca los mares cambia de cielo, no de alma". (También hay un poema de Cavafis.)

Bueno, cambiar de aires no es la solución pero ayuda. A mí me ayudó, por lo menos. Pude volver a empezar en algún sentido y ahora sigo volviendo a empezar y siempre estaré volviendo a empezar si hace falta.

Este fin de semana he estado en Madrid. Sólo el sábado, y en ningún sitio conocido. No pude dar el paseo Callao – Sol – Ópera – Oriente que me gusta tanto, ni pude bajar por la cuesta de Moyano y caminar después junto al jardín botánico con la banda sonora de los coches en el empedrado, ni pude ir a la fnac, ni nada de nada. Un viaje a Madrid que no ha sido un verdadero viaje a Madrid. Salvo por la gente, y tal vez por esa sensación de alivio por haberme ido.

Y también la otra sensación. La de añoranza del anonimato, de caminar por la calle perdida entre la gente y no ser nadie.

Echo de menos algunas cosas: los cines de versión original; a algunos amigos que no he vuelto a ver aunque sé que me siguen queriendo y se acuerdan de mí; la sensación de que todo es posible, la amplitud de los horizontes más allá de los grandes edificios; tal vez la sensación de estar en el centro de algo, o cerca.

Y es curioso, porque estos que leéis ahora fueron los argumentos que usé para irme corriendo de allí, dados la vuelta como un calcetín sucio. Quería que la gente que me cruzara por la calle conociese mi nombre, ser grande en relación con mi entorno, pasear cerca del río, estar cerca de mi familia, no podía ir al cine porque no tenía dinero, no podía aprovechar ninguna de aquellas grandes oportunidades que se suponía flotaban por ahí.

No quiero volver a vivir en Madrid. Pero me gusta volver de vez en cuando y enchufarme en las venas la vida de la ciudad. Me gusta mucho entrar cuando todos salen y salir cuando todos entran. Seguir sintiendo que es mi ciudad, que me acepta y me acoge y me dice que puedo volver cuando quiera.

18 enero 2007

Berlín

Hoy he visto dos películas ambientadas en Berlín. La primera, esta mañana, (al final fue mi película bélica porque no me apetecía ver Apocalypse now, demasiado larga, y no conseguí encontrar Senderos de gloria, aunque el amable dueño del videoclub de mi barrio me ha prometido que en diez días la tengo, perdonen la digresión), El Hundimiento, de Olivier Hirschbiegel. La segunda, Un, dos, tres, de Billy Wilder (y cada vez que veo alguna película suya recuerdo a Fernando Trueba diciendo "but I don't believe in god, I only believe in Billy Wilder", y además entiendo por qué lo dijo).

En fin. Sobre la primera tal vez hable más otro día que no esté inspirada (o que lo esté, no sé muy bien). Está bien haberla visto, merece la pena hacerlo, más por hacer los deberes de historia que por hacer los deberes de narrativa cinematográfica, no sé si me explico. ¿Por qué tuve la sensación de que no se iba a acabar nunca? Le doy un aprobado por la ambientación y por las buenas intenciones y también porque todos los pasos adelante merecen, como mínimo, esa nota.

La que me ha gustado es la segunda. No sé si sabéis de qué va. McNamara, el responsable de Coca-cola en la Berlín dividida de la guerra fría (interpretado por James Cagney) recibe un encargo de su jefe de Atlanta: cuidar a su hija, una niña bien, malcriada y tonta; ella consigue eludir su vigilancia y se escapa a Berlín Este, donde conoce a un comunista y se casa con él, quedándose después embarazada (ay, el código Hays). El enredo (y el suspense) se crean cuando los padres de la chica deciden ir a Berlín a buscarla; McNamara (con un ascenso en ciernes) emprende la difícil tarea de convertir al rudo comunista en un aristócrata refinado y ¡por supuesto! capitalista de los pies a la cabeza... en tres horas y sin su consentimiento.

Empecé a verla sin mucha confianza, me daba miedo el planteamiento ideológico que le presuponía, creía que iba a estar llena de chistes facilones y de ideas facilonas también. Y bueno, lo está, pero tiene mucho más. La verdad es que me he reído bastante, lo cual se agradece. El personaje de James Cagney (que, leo en Nadie es perfecto, la biografía de Billy Wilder escrita por Helmut Karasek, juró no volver a hacer otra película después de ésa), es delirante, estresante, gritón, pero divertidísimo. Todo lo organiza, todo lo mangonea, en realidad no organiza ni mangonea nada. Están las imágenes prósperas del Berlín Oeste y los edificios destruídos por los efectos de la guerra en el Berlín Este. Están los rusos intentando hacer negocio con la Cocacola y diciendo "hay algo que los capitalistas saben hacer bien: ¡fabricar mujeres!"

Y después en ese mismo libro he buscado un poco, y bueno, esto es lo que he encontrado:

Básicamente, uno de los atractivos y de los elementos más cómicos de la película son los viajes "este-oeste" a través de la Puerta de Brandenburgo. Durante el rodaje de la película se empezó a construir el muro que separaría durante décadas las dos partes de la ciudad y que fue el símbolo de la separación entre los dos mundos, el símbolo por excelencia de la guerra fría. Las escenas que se tenían que rodar en la Puerta de Brandenburgo tuvieron que realizarse finalmente en estudios, donde se construyó una réplica del monumento.

"La película no se recuperó de la construcción del muro. Durante el rodaje pasó de ser una farsa a ser una tragedia, o peor: tendría que haberlo sido. Porque de pronto, todo aquello que era divertido y exageradamente gracioso (una brillante sátira del conflicto Este - Oeste) producía el efecto de una cínica sonrisa. Cuando la película se estrenó en Berlín, en diciembre de 1961, el Berliner Zeitung escribió con amargura: Lo que a nosotros nos destroza el corazón, Billy Wilder lo encuentra gracioso.

En 1986, Uno, dos, tres experimentó en Alemania un brillante comeback: cuando en esa ocasión le pregunté a Wilder, que entonces tenía 80 años, los motivos de aquel fracaso de entonces, me explicó:

—Un hombre que corre por la calle, se cae y vuelve a levantarse es gracioso. Uno que se cae y no vuelve a levantarse deja de ser gracioso. Su caída se convierte en un caso trágico. La construcción del muro fue una de esas caídas trágicas. Nadie quería reírse de la comedia Este - Oeste que tenía lugar en Berlín, mientras había gente que, arriesgando su vida, se tiraba por las ventanas para saltar por encima del muro, intentaba nadar por las alcantarillas, recibía disparos, incluso moría de un disparo. Naturalmente, también se puede bromear con el horror. Pero yo no podía explicarles a los espectadores que había rodado Uno, dos, tres en circunstancias distintas a las que reinaban cuando la película se proyectó en los cines."

No ha pasado tanto tiempo y la película vuelve a ser lo que debió haber sido: una forma sana de mirar la desgracia y la estupidez de los hombres con otros ojos.

16 enero 2007

ups

Quiero tantas cosas. Me siento tan insatisfecha. Dejo pasar el tiempo sin llenarlo de nada, tanto vacío. Quiero ver el mundo, tocarlo, esas puestas de sol, oír a alguien tocar la guitarra, salir de mi vida, vivir más, vivir de verdad, sentirlo en la piel, dar todo lo que llevo aquí (en el sótano).

Un buen guión es "leo y veo", un mal guión es "leo pero no veo", decía un profesor mío de la facultad. Eso es lo que me pasa con mi vida, es un mal guión, leo pero no veo.

Creía que pertenecía a una generación que haría algo especial. Estaba convencida, pero dejamos pasar la oportunidad. Todos, que yo sepa. Unos son guionistas en la Sexta, otros hacen másters de gestión cultural, otros nos consolamos explicando a veinteañeros por qué llora Rick en Casablanca, por qué bebe.

Nos rendimos. Dejamos de hurgar dentro de nosotros, dejamos de llorar, decidimos vivir caminando por los caminos vallados. Somos una generación que ha tirado la toalla. Teníamos grandes sueños y los dejamos escapar. Y se pasó esa edad en la que cualquier futuro era posible. Yo me enrollé con un yonqui y mi compañera de clase, aquella con la que no llegué a hablar nunca, pilló el sida y abrió un bar (o al revés).

Me conformé con comprarme un coche que estuviera a mi nombre, sueños al alcance de la mano de cualquier imbécil.

Me queda camino por recorrer, lo sé, aunque no sé si será el que deseo o el que ellos esperan. Y en realidad me pregunto si algún día conseguiré salir de aquí. Tal vez ya no.

Dice una canción muy famosa que he descubierto hace poco, que me pone los pelos de punta, a lo tonto, siempre hay alguna canción que consigue eso, "you will still be here tomorrow, but your dreams may not". Dios. ¿Por qué lloro cada vez que escucho esa puta frase?

15 enero 2007

Aprendizaje vicario

Estaba releyendo el post de ayer (por cierto, pensé que nadie se tragaría semejante ladrillo, muchas gracias por los comentarios). Y mientras lo leía se me ha ocurrido pensar qué sabemos nosotros sobre envejecer. Una persona de treintaypico (pocos…) escribiendo para gente de (más o menos) esa misma edad. Asistimos a las reflexiones que escriben o ruedan sobre el tema esas personas que saben (y pueden) hacerlo y suponemos que nos pasará lo mismo a nosotros. Creemos que lo entendemos, incluso nos podemos imaginar que sentimos eso.

Pero, ¿qué sabemos en realidad de lo que significa mirarse al espejo y ver un rostro anormalmente hinchado, unas arrugas que nunca antes habíamos conseguido imaginar, una capa de grasa extra en algún sitio, un dolor por hacer un esfuerzo que antes no representaba un problema, la sensación de ser cada vez menos útiles? ¿Qué nos quedará a nosotros en el sótano para entonces? Sabemos que una persona de sesenta o de setenta años se ve a sí misma igual que se ha visto siempre (del mismo modo que nosotros nos vemos ahora igual que cuando teníamos veinte, sólo que un poco más desencantados o menos esperanzados y sabiendo alguna cosa más, es decir, sintiéndonos un poco más listos), pero ve también que hay cosas que se van perdiendo. No son grandes cosas, sino cosas pequeñas.

(Al hilo, una frase de John Irving que he leído esta tarde, de la relectura de Hasta que te encuentre: "De este modo, acumulando sucesos que tanto pueden medirse como no, nos roban la infancia, no siempre con un solo suceso trascendental, sino a menudo mediante una serie de hurtos menores que, sumados, equivalen a la pérdida misma".)

El caso es que sabemos que lo viviremos (si no somos tan tontos como para pensar "eso a mí no puede pasarme"). Se llama aprendizaje vicario: lo que aprendemos a través de la experiencia de los demás. Muchas veces me pregunto hasta qué punto puede una persona empatizar con algo que no ha vivido.

Hablo con mi amigo, que tuvo un accidente de tráfico en el que alguien murió; le escucho y creo que le entiendo. Le digo las palabras que creo debo decirle. Creo que le entiendo, pero no le entiendo, en realidad. Supongo que no, quiero decir. Él, desde luego, cree que no. "Tú no lo has vivido, tú no estabas allí". Y es cierto. Ni siquiera, miedo me da decirlo, se me ha muerto nadie realmente querido todavía. ¿Qué puedo saber yo? ¿Qué puedo decir?

En Una mujer difícil, John Irving (otra vez, disculpad) hace una reflexión sobre ese tema. Su protagonista, una escritora que incluye una viuda en una de sus novelas, se encuentra con una lectora, una auténtica viuda, que le reprocha el que escriba algo sobre lo que no tiene experiencia, motivo por el cual no puede comprenderlo de verdad. Y, en el colmo de la maldad (Irving hace de esta lectora resentida un símbolo de todos los que leen sin comprender, o de todos los que se deslizan hacia el fanatismo), la mujer le desea a nuestra escritora que alguna vez sepa lo que significa realmente ser viuda. Bueno, a este personaje le ocurre más tarde esta desgracia y si no recuerdo mal concluye que lo que siente de verdad no es tan distinto a lo que imaginó que sentiría.

Lo que quiero decir es que sí podemos saberlo. Yo creo que sí. No es lo mismo, nunca es lo mismo, sentir que imaginar que se siente. No es lo mismo vivir que soñar que se vive. No es lo mismo viajar que fantasear con un viaje o que leer un Trotamundos ni ver las fotos de billywild es lo mismo que vivir en Nueva York.

Pero, a falta de vidas, buenas son las novelas, las películas, la imaginación. No tenemos tiempo de ser todo lo que querríamos ser. Quizá no lleguemos a vivir hasta saber qué se siente por envejecer. No veremos todas las puestas de sol en todos los lugares del mundo. Las elecciones implican, sobre todo y ante todo, renuncias.

Por lo tanto, vivamos también de forma vicaria. Algo quedará.

Más cine americano

Bueno, bueno. Pues ayer fui al cine. Decidí dejar de lado mis prejuicios (adquiridos sobre todo después de ver el trailer) y darle una oportunidad a Stallone.

Y resulta que me encontré con una peli resultona que se deja ver y sale bastante airosa de su papel. (Su papel consiste mayormente en que nosotros no le pidamos peras al olmo.)

Cuando llegué a mi pueblo después de verla (para ir al cine me tengo que desplazar unos kilómetros) comenté en un bar con una gente que había ido a ver esa película. Bueno, ya sabéis, tal vez alguno haya puesto hace unas líneas la cara que pusieron ellos (y ellas), aunque sinceramente espero que no muchos. Comenté algo así como "es una reflexión sobre la decadencia", y uno de aquellos inteligentes seres (hombre) contestó "no me imagino a Stallone reflexionando". (Y yo pensé "y yo no te imagino a ti"). Cosas de los prejuicios, quizás. Los suyos y los míos, insisto. Contra algunos me rebelo. Contra todos, no.

Silvester Stallone es un hombre que alcanzó su cenit hace unos cuantos años. Y ahora tiene una edad que no le permite seguir haciendo lo mismo. Así que coge y nos cuenta eso.

Es curioso. Mientras estudiaba me dijeron que una de las cualidades de los autores cinematográficos, es decir, una de las diferencias entre un "artesano" del cine y un Autor, así con mayúsculas, es que el segundo deja una impronta propia en cada cosa que hace, y habla de sus miedos, obsesiones, frustraciones. Esas cosas. No nos vamos a poner a comparar a Stallone con Woody Allen, ni mucho menos. Pero bueno, según esa teoría, Stallone es un autor. Tal vez un poco limitado, pero un autor. Tiene a su favor la libertad que le da el poder acumulado en su momento y tiene algo que decir. Y resulta que al final no lo dice tan mal.

Defectos tiene. Para qué engañarnos. Y tal vez, originalidad, la justa. Sobre el mismo tema han hablado mejor muchos otros. Sin pensar mucho me acuerdo de Fresas Salvajes de Bergman o Sin Perdón de Eastwood.

Toda la trama y toda la fuerza de la historia se centran en el personaje principal; los secundarios son meros satélites, se quedan planos, lineales, sirven para escuchar lo que Rocky tiene que decir (que es mucho) y para darle pie a lo que va a decir en el instante siguiente.

Aún así, hay un par de momentos memorables en los diálogos (igual que otros se quedan cojos y vacíos). "Estás loco", le dice el oponente; "Y tú lo estarás", le contesta Rocky.

La realización es coja. Hay planos que no dicen nada y no sirven para nada. No se presta mucha atención en algunas secuencias a los diálogos (sobre todo están bastante abandonadas las frases de Paulie / Burt Young). Hay un juego b/n – color que no tiene excesiva justificación dramática. Al director le faltan tablas y le sobran buenas intenciones. Se habría agradecido un poco más de sencillez. Desde luego, no podía faltar el aire de videoclip de la secuencia de entrenamiento, aunque se puede decir a su favor que el aire revisionista y de homenaje al primer Rocky le salvan la dignidad constantemente. Lo mismo se puede decir de la secuencia del combate.

El personaje es un exboxeador sonado. Está como una regadera el pobre. Pero es un hombrón con una tremenda calidad humana. He leído en algún sitio que esa calidad humana es precisamente una de las claves del éxito del personaje y su saga. Puede ser verdad.

La interpretación de Stallone es bastante solvente, tal vez porque en más de una secuencia se interpreta a sí mismo. Consigue sortear el patetismo con las dosis justas de respeto y sobriedad. Compone un personaje muy, muy tierno que se gana el respeto del respetable, incluso de los que van esperando "otra cosa". Esa forma tan humilde de llevar sobre los hombros el hecho de ser una vieja gloria ("Coman lo que quieran", "¿Qué nos recomienda?", "Todo es comestible"), la forma en que no puede evitar enfrentarse a una provocación cuando ésta traspasa los límites del respeto, la forma en que se acerca a la mesa y ofrece "¿Quieren que les cuente una anécdota?", hacen que me quite el sombrero. Soy fácil de conformar, no me juzgéis con severidad.

En Rocky Balboa se recupera el espíritu originario de Rocky, que no es ganar, sino aguantar de pie. A mí me encanta este mensaje.

El resumen: todo el mundo envejece. Y ay del que no lo haga con la fe suficiente en sí mismo.

Rocky es un alter ego de Stallone, además de un mito de los ochenta y muchas otras cosas. En la película, Stallone hace una revisión de este mito, una reflexión sobre la decadencia (insisto), un ejercicio que parece autobiográfico: Rocky Balboa es el último combate de Stallone contra otros boxeadores más jóvenes y más rápidos que él; pero su victoria está en ese cine lleno hasta la tercera fila. Y no oí que nadie protestara.

12 enero 2007

El tercer hombre o la redención

Hoy he vuelto a ver El tercer hombre con los alumnos. Es curioso cómo las buenas películas se dejan ver dos veces en cuatro días sin problemas. De hecho, creo que es bueno verlas porque se ven cosas nuevas. Yo las he visto esta mañana.

Me he fijado en la mirada que intercambian Harry y Holly, ésa de la que dije el otro día que era "ambigua". Hoy pienso que no lo es tanto. Las preguntas que me hice ayer me las he contestado hoy.

(Ojalá fuese siempre así.)

Harry está malherido y llega a la salida, donde no hay nadie esperando. Podría escapar. Pero sabe que está rodeado (la persecución en las alcantarillas es más bien una encerrona, qué bien conseguida está la sensación de angustia y de causa perdida). Sabe que, aunque escape, le cogerán antes o después, tal como comenta en algún momento el mayor Calloway. Así que decide no seguir adelante; nos lo dicen sus manos agarradas a la tapa de hierro. Mira a su amigo, que le apunta con la pistola. Le mira muy fijo, esa mirada tiene miedo y conciencia, tiene una súplica. Y asiente con la cabeza mientras le sigue mirando. Le da permiso para dispararle.

De este modo, ambos se redimen. Harry Lime se rinde en su huída (¿a través de los ojos de su amigo se hace él mismo consciente de lo que ha hecho?) y se resigna al final que tal vez merece (y que tal vez desea: en su conversación en la noria, dice "los muertos están mejor que nosotros"); Holly Martins hace lo más difícil, que es ser coherente con su traición y su amistad y acaba con el sufrimiento de los dos.

Mejor no la vuelvo a ver, porque a este paso termino haciendo una tesis doctoral.

La duda

De verdad, no sé qué hacer.

Siento que la angustia por tener que tomar una decisión me está arañando las entrañas. Sí, sí. Arañando. La angustia.

No sé si empezar la colección de Gemas de Gran Tamaño o la de Coches de Policía de la Historia de España. Por otra parte, no sé cómo he podido vivir hasta ahora sin tener la valiosa colección Conocer España de National Geographic.

Desde luego, tengo decidido adornar mis paredes (y, con lo que me sobre, rellenar un álbum, como el del anuncio) con los Carteles de Lata de Coca-Cola (o sea, Metálicos, perdón).

Y que nadie crea que mi Coche a Piezas Mitsubishi Montero no llegará a hacer el Lo-que-sea - Dakar. Lo que me pregunto es cómo conseguiré aguantar la primera semana ¡sólo con una pieza! ¡Me moriré si no llega pronto la siguente semana y con ella la segunda pieza!

Por otra parte, ya tengo decidida para el futuro lo que hasta ahora era mi dudosa carrera profesional: con los fascículos de Astrología en tu Salón aprenderé a interpretar el tarot y hacer cartas astrales y adivinaré el futuro y solucionaré todos vuestros problemas, de modo que sólo necesito contratar un 806 para forrarme. Os mantendré informados.

Para que luego digan que el que ve la tele pierde oportunidades de formarse y de vivir.

Incautos.

11 enero 2007

Lo que dicen las palabras

Cómo somos las chicas. No sé si las otras personas también son igual. Yo este tipo de comportamiento sólo lo conozco en las chicas. Es nuestra forma de expresión.

Últimamente veo por ahí mucho romanticismo en ciernes. Es decir, chicas que se conmueven hasta lo más profundo por una frase, por un hombre enamorado, por una secuencia de amor en una película. Y entonces "se quedan sin palabras" o eso es "lo más bonito" que han leído o visto en mucho tiempo.

Una vez en un foro hice eso mismo. Conté cómo me había conmovido (hasta el llanto) una secuencia de Mi vida sin mí de Isabel Coixet, en la que los dos personajes escuchan música en el coche; en un momento, ella le dice algo como "si no me besas ahora mismo, me pondré a gritar"; él no reacciona y sigue hablando de la música, y entonces ella se pone a gritar hasta que él la besa. En su momento me pareció una secuencia maravillosa (en realidad, todavía hoy me lo parece).

En aquella ocasión, una amiga un poco bruta que tenía en el foro me contestó una cruda frase: "lo que tú necesitas son un par de golpes de riñones", me dijo. Y claro, me dejó de piedra. Me pareció lo más brutal que me habían dicho en mucho tiempo, tal vez en toda mi vida. Me sentí avergonzada por haber dado "esa impresión". Sentí que se despreciaba mi sentimentalismo. Sentí que se arrastraban por el suelo mis grandes ideales románticos, llenándolos de barro.

Después lo pensé un poco más fríamente. Reconocí que tal vez en parte tuviera algo de razón.

Y al final su teoría se vio confirmada cuando las tonterías se me pasaron casi del todo al tener una aventura bastante más sexual que romántica.

Desde entonces, miro desde esa perspectiva esas femeninas salidas de tono romanticonas. Desde entonces, me parece mucho más divertida la vida, también.

Creo que aprendí a quitar peso a las necesidades de la carne. Y también empecé a aprender (aunque todavía estoy en ello) a llamar a las cosas por su nombre.

10 enero 2007

Voz en off

Después de la última frase del comentario de ayer, hoy he visto una película con voz en off que funciona: En el nombre del padre, de Jim Sheridan.

La historia arranca en el interior de un coche, donde vemos una mano que mete una cinta en un radiocasette. La voz empieza a hablar. Un hombre cuenta su historia.

Debo de ser un poco simple. Las voces desde la ultratumba sólo me gustan en las series de la tele (Mujeres desesperadas o Anatomía de Grey me las trago sin protestar... demasiado). Es decir, cuando no exijo o no espero mucho, sólo pasar un rato sin pensar. En cine, sin embargo, me parece que (teniendo en cuenta lo mucho que ha avanzado la narrativa cinematográfica) es un recurso pobre.

En el caso de la película de Sheridan, esta voz narradora que nos guía a través de la trama tiene una justificación inicial (la cinta donde está grabada la historia) superficial, pero que después se torna profunda: cuando Gerry Conlon cambia de actitud y decide ayudar a Giuseppe, su padre, y a Gareth Peirce, la abogada, con la campaña para defender su inocencia, se desespera porque no es capaz de escribir; su padre le regala entonces una grabadora para que pueda explicar su historia. Estupendo recurso.

Todo lo que aparece en pantalla, todo lo que se ve y lo que se oye, tiene que tener una justificación, un motivo. El motivo habitual de las voces en off es "si no lo cuento así, no se va a entender".

A mí no me vale.

En otro orden de cosas, la película me ha impresionado tanto hoy como la primera vez que la vi. Normalmente tampoco me gustan los flasbacks ni tampoco las historias "basadas en una historia real". Soy muy maniática, lo sé. Esta película basada en una historia real, contada en flashback y con una voz en off me da una razón para seguir viendo cine.

09 enero 2007

El tercer hombre o la muerte de la lealtad.

Bueno, no es fácil apagar la tele (sobre todo los martes). No sé si llamarlo costumbre o si perder el miedo a las palabras y llamarlo por el nombre que de verdad creo que tiene: adicción.

No hay nada que ver, lo que hay no interesa, adocena, adormece, incluso cabrea, pero no te puedes ir, porque pensar en hacer cualquier otra cosa te produce una pereza invencible.

Ayer, para luchar contra esta malsana afición a no hacer nada de provecho, por la tarde me fui de compras y volví con un reproductor portátil de dvd. Parece un contrasentido, pero no lo es, no para mí, al menos.

Estar sentada en un sofá viendo cine no es lo mismo que estar sentada en un sofá viendo anuncios de televisión. Sobre todo si después te sientas aquí y escribes algo.

En fin. Puse El tercer hombre, porque había visto aquí una hermosa descripción del último plano que me dio ganas de recuperar la fotografía en claroscuro, las sombras gigantes, los encuadres torcidos heredados directamente del expresionismo, la cara de niño pícaro de un Orson Welles exquisitamente rasurado. (¿Por qué su cara en esta película me recuerda al aniñado Tim Robbins de Cadena perpetua?)

Tengo un amigo que opina que a un amigo hay que apoyarle siempre, haga lo que haga, y que en eso consiste la lealtad. Lo que hace Joseph Cotten / Holly Martins en Viena es traicionar esta amistad por otro principio. ¿Qué principio es más importante que la amistad? ¿Qué clase de amistad de la infancia tiene? ¿Cómo la valora? ¿Por qué la desecha?

La decepciónde ser engañado; la actitud chulesca de Lime con respecto a la mujer que lo ama; la conciencia que despierta al ver las consecuencias de los actos de su amigo; la esperanza de conseguir el amor de Anna; el respeto por la rectitud del mayor Calloway, tal vez también. La acción de Martins está perfectamente explicada y es comprensible. Pero.

El momento ya cercano al final (después de la archifamosa persecución en las cloacas) en que las miradas de los dos amigos se cruzan es muy ambiguo. Le deja al espectador la puerta abierta a las dudas. ¿Harry Lime no quiere o no puede escapar? ¿Necesita el tiro de gracia para morir? ¿Le suplica con los ojos esa muerte a su amigo? ¿Se da por vencido? Estas dos últimas ideas no son muy coherentes con el resto del fortísimo personaje fabricado por Orson Welles. Salvo tal vez la parte que vemos a través de los ojos y los recuerdos de su amigo.

Y, para compensar esta traición, tenemos la actitud de permanente lealtad que muestra Anna, tal vez demasiado forzada o demasiado inocente. Por qué no decirlo, un poco idiota. Pero en eso consiste la lealtad, al fin y al cabo. "Pobre Harry", repite en más de una ocasión. Y el espectador piensa, "Sí, menudo pájaro, Harry". Y sin embargo, ese posicionamiento moral tiene algo de correcto.

Por otra parte, qué genialidad en el uso del fuera de campo. El personaje de Harry Lime, en torno al cual gira toda la historia, no sólo no defrauda al tomar cuerpo sino que supera con creces cualquier idea previa que nos hubiéramos podido hacer. Este detalle me recuerda a la Lola de Todo sobre mi madre, la enorme decepción: cuando fabricas un personaje demasiado grande a través de los otros personajes, tienes que tener cuidado a la hora de darle una existencia real. Carol Reed y Orson Welles lo bordan; no era fácil pero hacen que lo parezca.

Y la última mención al que suele ser el gran olvidado en esta película cargada de grandes personajes y grandes interpretaciones: Trevor Howard, elegante, respetable, respetuoso, irónico, casi seductor, recto, fiel a sí mismo. Un verdadero sheriff.

Y un pero. Esa manía de las voces en off iniciales, tan molestas. Probablemente en el año 49 le hacían falta al espectador para entender el contexto (aunque ya lo dudo). Hoy son un verdadero coñazo.

08 enero 2007

Noche de Reyes

La otra noche vinieron los Reyes.

Me dejaron algo para vosotros. Son el disco, la película y la novela que más me gustaron del año que acabó hace unos días.

El disco: We shall overcome, de Bruce Springsteen. Por sincero, por transmitir intacto el amor a la música y a las raíces, porque su gira me dio la oportunidad de ir a un concierto suyo por primera vez, después de tanto tiempo deseándolo. (Todavía no he hablado aquí de cuánto me cuesta decidirme a hacer las cosas que deseo). Y porque después de haber ido a ése, deseo ir a otro. Quiero volver a saltar, quiero volver a llorar, quiero volver a verlo sudar para nosotros.

La película: Pequeña Miss Sunshine, de Jonathan Dayton y Valerie Faris. Por pequeña, falta de pretensiones y humana. Por road movie, por la risa, por el abuelo, por la inocencia inquebrantable de la infancia, por la inocencia inquebrantable de la adolescencia, por la inocencia inquebrantable de la madurez, por la fe, por la esperanza, por el triunfo y el fracaso, por no rendirse nunca. Porque me gusta el cine americano también, qué carajo, cuando se pone estupendo.

La novela: Hasta que te encuentre, de John Irving. Por contar las vidas de sus personajes desde la infancia, haciéndonos comprender cómo crecen y por qué son como son; por el cine y Bob Dylan; por lo raras que son las personas que protagonizan sus historias, tan raras como cualquiera de nosotros; por hablar siempre de los mismos temas y darles siempre nuevos matices y nuevos aspectos; por darse cuenta y hacerme darme cuenta de que lo que recordamos no siempre es lo que hemos vivido, y cada uno, con su vida, hace la novela que quiere. O que puede.

La verdad, me muero de ganas de ver qué me depara este año.

05 enero 2007

Cambios

No me gustaba el aspecto del blog. Quería cambiarlo pero me faltan conocimientos para dejarlo a mi gusto, un gusto al cual dejarlo y un par de cosas más (paciencia,tiempo, perseverancia).

Una vez, en una charla con un buen amigo, me dijo que uno de sus sufrimientos era no poder saberlo todo. Estuve de acuerdo con él (la diferencia entre nosotros es que yo no pienso mucho en ello, por eso no me hace sufrir).

Hoy me gustaría saber programar.

A veces esto de la ignorancia me abruma.

En fin.

03 enero 2007

Blade Runner

Estas navidades he visto poco cine, pero alguno.

Un día que tenía ganas de estar sola me puse Blade Runner. No la había visto.

No tengo nada que decir de ella.

No es porque no me gustara. No sé por qué es. Tal vez porque todo está ya dicho. Tal vez porque mucho de lo dicho ya lo he leído u oído. Tal vez porque al día siguiente lo comenté en la cena anual pre-nochevieja y ninguno de los que cenaban conmigo había oído hablar de ella.

(Esto me hace preguntarme con qué tipo de gente me relaciono, qué pinto yo aquí; y les puede dar una idea de lo sola que me siento a veces y, por tanto, una explicación a esta ventana.)

Uno sí. Dijo... "ah, sí... salía éste... ¿cómo se llamaba?". Yo dije "Harrison Ford"; y él dijo "ése".

En fin. Voy a pensar.

Si alguien me preguntara ¿qué te pareció? contestaría, no sé, inquietante.

¿Por qué?

Ahora que pienso en ella la imagen que me viene a la mente es esa ciudad oscura, iluminada en la noche y oscura, bañada en lluvia y superpoblada. Y la sensación es de inquietud, de desolación, de tristeza, de rendición.

Vi una especie de reflejo de esta vida sin sentido. Comer, caminar, dormir, despertar, comer.

Y cómo nos agarramos a esta vida sin sentido, cómo queremos seguir durmiendo, despertando, comiendo.

Me gustó el ritmo lento. También me gustó ese punto incomprensible de la trama. ¿Qué coño pinta ahí Deckard? ¿Qué quiere, qué busca, qué hace (aparte de comer tallarines)? Esa incomprensión. Ese aterrizar en la trama de forma abrupta, sin que el texto inicial ayude mucho a salir de la ignorancia. Para mí, eso es cine. Aunque creo que deberían buscar la forma de explicar ese contexto en la trama. No me gustan los textos contextualizantes, valga la redundancia. (Para mí, eso no es cine.)

No me gustó la historia de amor. Me debo de estar volviendo una especie de amargada o algo así. No entendí el motivo por el que se Deckard se enamora de Rachael.

(Tal vez el problema está en que busco un motivo.)

Me gustó la idea de aferrarse a la vida a través de la violencia y la venganza. La forma tan humana en que Roy se mueve por impulsos que no puede controlar, es decir, por esas emociones que teóricamente no es capaz de sentir.

Una de esas frases que seguramente se han dicho cientos de veces: son más humanos los replicantes que los humanos.

En Blade Runner, los humanos se mueven, viven, hablan y se comportan como autómatas sin sentimientos; y los replicantes se dejan llevar por la desesperación y el miedo a la muerte.

Bueno, esto es lo que me dijo Blade Runner.

Disculpen si mi conclusión les parece hueca, obvia o facilona.

Tengo que irme a dormir.

(Tal vez se enamora de ella por su fragilidad; por el deseo de ser lo que no es; por la foto de su madre dejada atrás como si arrojara una toalla; por el dolor que no debería sentir pero siente; porque él es ella; porque ella es él.)

Planes


"Apagar la tele", escribo en la lista de propósitos para el año que empieza. Lo escribo mientras veo la tele. Veo Anatomía de Grey, un episodio que ya he visto antes (dos veces) mientras pienso que en adelante sólo veré House. Y no la apago.

Así que pienso: "¿cuándo empiezo?". El año ya ha gastado un par de días, de modo que debería apagar la tele.

Esto ¿qué significa?, ¿qué augura? Pues es sencillo: probablemente no cumpliré ninguno de los propósitos.

Bueno. Por eso nunca hasta hoy había hecho una lista. Al fin y al cabo, no soy tan distinta del resto del conjunto.

(Hasta he hecho una lista de propósitos para el nuevo año.)

Soy esas dos personas: la que quiere hacer las cosas y la que no las hace; la que cuando se viste por la mañana duda entre botas de caminar y botas de tacón y se arrepiente en cualquier caso de la decisión; la que puede y la que no quiere; la guapa y la lista; la que sabe que no saldrá bien y la que sigue caminando sin mirar hacia los lados; la que quiere hacer un blog especial y la que escribe esto.

Y lo malo. Lo malo es saber que podría cumplirlos si quisiera.

Pd: ninguno de ellos es "dejar de fumar".

Pd2 (me encantaba hacer esto en las cartas): feliz año a toda la gente que ha entrado estos días a ver si había algo; gracias.