Hoy he visto dos películas ambientadas en Berlín. La primera, esta mañana, (al final fue mi película bélica porque no me apetecía ver Apocalypse now, demasiado larga, y no conseguí encontrar Senderos de gloria, aunque el amable dueño del videoclub de mi barrio me ha prometido que en diez días la tengo, perdonen la digresión), El Hundimiento, de Olivier Hirschbiegel. La segunda, Un, dos, tres, de Billy Wilder (y cada vez que veo alguna película suya recuerdo a Fernando Trueba diciendo "but I don't believe in god, I only believe in Billy Wilder", y además entiendo por qué lo dijo).
En fin. Sobre la primera tal vez hable más otro día que no esté inspirada (o que lo esté, no sé muy bien). Está bien haberla visto, merece la pena hacerlo, más por hacer los deberes de historia que por hacer los deberes de narrativa cinematográfica, no sé si me explico. ¿Por qué tuve la sensación de que no se iba a acabar nunca? Le doy un aprobado por la ambientación y por las buenas intenciones y también porque todos los pasos adelante merecen, como mínimo, esa nota.
La que me ha gustado es la segunda. No sé si sabéis de qué va. McNamara, el responsable de Coca-cola en la Berlín dividida de la guerra fría (interpretado por James Cagney) recibe un encargo de su jefe de Atlanta: cuidar a su hija, una niña bien, malcriada y tonta; ella consigue eludir su vigilancia y se escapa a Berlín Este, donde conoce a un comunista y se casa con él, quedándose después embarazada (ay, el código Hays). El enredo (y el suspense) se crean cuando los padres de la chica deciden ir a Berlín a buscarla; McNamara (con un ascenso en ciernes) emprende la difícil tarea de convertir al rudo comunista en un aristócrata refinado y ¡por supuesto! capitalista de los pies a la cabeza... en tres horas y sin su consentimiento.
Empecé a verla sin mucha confianza, me daba miedo el planteamiento ideológico que le presuponía, creía que iba a estar llena de chistes facilones y de ideas facilonas también. Y bueno, lo está, pero tiene mucho más. La verdad es que me he reído bastante, lo cual se agradece. El personaje de James Cagney (que, leo en Nadie es perfecto, la biografía de Billy Wilder escrita por Helmut Karasek, juró no volver a hacer otra película después de ésa), es delirante, estresante, gritón, pero divertidísimo. Todo lo organiza, todo lo mangonea, en realidad no organiza ni mangonea nada. Están las imágenes prósperas del Berlín Oeste y los edificios destruídos por los efectos de la guerra en el Berlín Este. Están los rusos intentando hacer negocio con la Cocacola y diciendo "hay algo que los capitalistas saben hacer bien: ¡fabricar mujeres!"
Y después en ese mismo libro he buscado un poco, y bueno, esto es lo que he encontrado:
Básicamente, uno de los atractivos y de los elementos más cómicos de la película son los viajes "este-oeste" a través de la Puerta de Brandenburgo. Durante el rodaje de la película se empezó a construir el muro que separaría durante décadas las dos partes de la ciudad y que fue el símbolo de la separación entre los dos mundos, el símbolo por excelencia de la guerra fría. Las escenas que se tenían que rodar en la Puerta de Brandenburgo tuvieron que realizarse finalmente en estudios, donde se construyó una réplica del monumento.
"La película no se recuperó de la construcción del muro. Durante el rodaje pasó de ser una farsa a ser una tragedia, o peor: tendría que haberlo sido. Porque de pronto, todo aquello que era divertido y exageradamente gracioso (una brillante sátira del conflicto Este - Oeste) producía el efecto de una cínica sonrisa. Cuando la película se estrenó en Berlín, en diciembre de 1961, el Berliner Zeitung escribió con amargura: Lo que a nosotros nos destroza el corazón, Billy Wilder lo encuentra gracioso.
En 1986, Uno, dos, tres experimentó en Alemania un brillante comeback: cuando en esa ocasión le pregunté a Wilder, que entonces tenía 80 años, los motivos de aquel fracaso de entonces, me explicó:
—Un hombre que corre por la calle, se cae y vuelve a levantarse es gracioso. Uno que se cae y no vuelve a levantarse deja de ser gracioso. Su caída se convierte en un caso trágico. La construcción del muro fue una de esas caídas trágicas. Nadie quería reírse de la comedia Este - Oeste que tenía lugar en Berlín, mientras había gente que, arriesgando su vida, se tiraba por las ventanas para saltar por encima del muro, intentaba nadar por las alcantarillas, recibía disparos, incluso moría de un disparo. Naturalmente, también se puede bromear con el horror. Pero yo no podía explicarles a los espectadores que había rodado Uno, dos, tres en circunstancias distintas a las que reinaban cuando la película se proyectó en los cines."
No ha pasado tanto tiempo y la película vuelve a ser lo que debió haber sido: una forma sana de mirar la desgracia y la estupidez de los hombres con otros ojos.