28 febrero 2007

A la mierda primavera

¿Alguien entró aquí la primera vez pensando que encontraría algo distinto a lo que realmente había por culpa del nombre del blog? Larga pregunta para dos posibles respuestas: "sí" o "no".

La cuestión de las apariencias. Siempre vamos a ver algo que no hay en el otro. Lo que el otro parece condiciona nuestra conclusión sobre él. Por lo menos, la inicial.

También hay otra parte, la parte contraria, que es lo que enseñamos y la diferencia fundamental entre eso y lo que de verdad somos.

Hay un anuncio ahora en la tele. Siempre me fijo en los anuncios y rara vez en el producto. Éste transmite una idea muy simple: "en casa eres tú mismo", o algo similar. Aparece un chaval muy duro, con su chupa de cuero y tal, en el cuarto de baño de su casa; la cámara se dirige a un cepillo de dientes con un osito; en el siguiente plano el chaval sale del baño vestido con un pijama amarillo de muñequitos.

Pues algo así. Intentamos parecer lo que querríamos ser, de algún modo conseguir serlo por medio del infantil ahnelo de que los demás crean que lo somos. O a veces ocultamos lo que somos, en el también infantil anhelo de que sólo lo descubran las personas que realmente se quieran acercar a nosotros.

Desde el día que registré el blog pensé que la frase "Cuentos de herida y caricias" iba a echar para atrás a más de un posible lector, como cuando uno no se acerca a hablar con una chica porque lleva un jersey de color rosa chicle y de ese dato concluye que la tía es idiota. Siempre me ha gustado el color rosa, por cierto.

Pues a veces el jersey es, por ejemplo, rojo y blanco, y uno no se da cuenta hasta que se acerca. Las apariencias engañan.



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(Estaba encerrao para no ver a nadie. Abrí una rendija para oír el aire y oí 'Ven pacá, cagoendió', yo creí que eras tú. Aullaron los vientos con su escandalera, 'No veas, compadre, la que hay aquí afuera', 'No quiero saberlo, llevároslo todo, dejadme en silencio'. Dejadme que os cuente mi cuento de herida y caricias, mi historia de nadie, mi nana del hambre, todas mis mentiras. Tal vez embelese y te bese cortándome a tiras. Si buscas deslumbre y encuentras alambre será que descuidas.)

Una guitarra distorsionada, un tipo que fuerza la voz destrozándose la garganta, un envoltorio de papel albal arrugado que esconde algo que a mí se me parece mucho a la poesía.

(No sé nada de correr, no sé nada de ascender, de esta mierda de arcoiris, del cigarro de después, no sé. Si la vida pasa en cueros, castigao a la pared. No sé nada de aguantar, no sé nada de achuchar, de ponerme de rodillas, de llorar para mamar, no sé. En cuanto acaben los tiros, garabatos al papel. Que si me quedo con los dientes relucientes y embarrao el corazón, tu tictac y el mío son el mismo son, y eso sí que no...)

Ritmos pasados de moda, melodías que suenan a hace diez o veinte años, rocanrol de ése que ya no se hace... Música.

(Voy entrándole al día y al salir le dejo la alfombra de mierda perdía, que no se le olvide el planeta en que vive. Y otra vez a la acera, y así me da la mañana y la tarde y la noche entera... y a la mierda primavera.)

27 febrero 2007

Mitomanía

(Tendencia a mitificar o a admirar exageradamente a personas o cosas, dice el Drae.)

¿Qué tiene la imagen? Hombres y mujeres que juegan a ser otros. Y hombres y mujeres que se sientan en la oscuridad a admirarlos.

Cuando vemos películas nos fijamos en determinados detalles. Cómo se ilumina, dónde se coloca la cámara, cómo se mueve, qué historia se nos cuenta, de qué forma se nos hace llegar, en qué orden y con qué grado de exhaustividad; hasta qué punto nos engancha, en qué partes del corazón o del cerebro nos toca, qué nos sugiere, si nos hace reir o llorar y por qué.

Nos gusta que nos cuenten cuentos. Por eso hacemos colas delante de ventanales con diminutas ranuras, por eso elegimos la fila que más nos gusta, por eso nos sentamos y aguantamos las palomitas y los comentarios de las personas que se han sentado detrás. Por eso vigilamos la ventana del programa p2p y por eso perdemos decenas de minutos revisando las estanterías de los videoclubs o de las tiendas: porque nos gusta que nos cuenten cuentos.

A algunos les gustan las buenas historias con fondos humanos, a otros les gustan las historias de héroes, con persecuciones y disparos; a algunos les gustan las historias de amor, a otros, las de dolor. A algunos nos gustan todas las historias que estén bien contadas.

Todos buscamos cuentos en los que olvidarnos de nuestras vidas que no son cuentos (aunque tal vez podrían serlo, en manos de algún buen escritor, pensamos a veces). O buscamos cuentos en los que vernos reflejados para sentirnos un poco menos solos, un poco menos únicos, acompañados en nuestros sentimientos o nuestras vivencias; buscamos otros corazones que hayan sentido lo mismo o pasado por lo mismo. Buscamos entender mejor la vida, entendernos mejor, entender mejor a los otros. Buscamos conocer lo que no conocemos, ir donde no hemos ido, vivir lo que no viviremos.

Hasta ahí, bien, comprensible, aceptable. Lo que me resulta más difícil de entender es el acceso de amor incontenible, el escalofrío de ternura que me da cada vez que veo los ojos dulces de Paul Newman. La sensación de algo que se derrite por dentro en cada secuencia en que aparece Clive Owen en Closer y habla con esa fuerza en los ojos. Las ganas de alargar la mano y acariciar la nuca de Bruce Willis. No me tengo por una especie de romántica incurable, no creo necesitar ahora ningún tipo de aventura erótica, hace años que no sueño con príncipes azules. Los hombres de celuloide no son tangibles, por lo que no pueden satisfacer ningún anhelo. Y sin embargo algo dentro de mí tiembla cuando aparecen.

No me pasa sólo a mí. Scarlett Johanson o Natalie Portman o Marilyn Monroe lo consiguen con otros hombres (o mujeres). No se trata, supongo, de reconocer aquí que da vergüenza reconocer algo así. Claro que da vergüenza. Si ahora da vergüenza recordar que a los 15 llevabas fotos de tus ídolos en la carpeta del instituto. Pero, si esto no ha parado, si un día aparece un rostro cualquiera interpretando un papel cualquiera y sientes ese temblor por dentro, a esta edad, cuando ya sabes más o menos de qué va la vida, entonces sabes que seguirá pasándote hasta el final.

23 febrero 2007

Chavales

Hay dos tipos de personas: las que viven en la superficie y las que viven por debajo.

El jueves pasado vimos en clase Taxi Driver. Hoy (después del puente de Carnaval) hemos hablado de ella. Se establece un debate sobre el tema de la soledad: la soledad entre la multitud, la buscada, la obligatoria.

La conversación se desarrolla sobre todo entre cuatro. Dos aficionados a la soledad contra dos que no la entienden (o no del mismo modo).

Los primeros son personas que saben que la soledad a veces cura y reconstituye. Uno de ellos es un líder del grupo: aglutina a su alrededor al grueso de la clase, se siente a gusto entre ellos y se sabe diferente al mismo tiempo; habla en un tono bajo de voz y no impone nunca su opinión. El otro solitario es del tipo antisocial: cree que la soledad es la panacea, huye de la gente, hace bandera de su diferencia, no logra hacerse entender nunca y es siempre la voz discordante. El primero lleva sus muros contra la gente por dentro; el segundo, por fuera, bien a la vista.

Los otros dos son seres sociables y parlanchines que están acostumbrados a coger el teléfono a la primera amenaza de aislamiento. Nunca se les ve solos, no soportan el silencio, les incomoda. No están habituados a la reflexión callada, probablemente tampoco a estar en una habitación a oscuras si no están durmiendo (o follando, supongo), necesitan explayarse, explicarse, rellenar con su voz los espacios sin palabras o sin ruidos.

Los dos gregarios comparten un mismo defecto: no saben escuchar. Sacan conclusiones precipitadas sobre lo que los otros quieren decir a partir de las primeras palabras que pronuncian e interrumpen el discurso que prevén o que imaginan con voces un poco más altas. Los dos solitarios no insisten en levantar la voz. Uno calla; si puede, habla cuando le dejan y si no, se guarda sus opiniones, supongo que sabiendo que no podrá llegar a expresarlas del todo en voz alta nunca. El rebelde intenta no callar hasta que se da cuenta de que el otro ya no le escucha; cuando, por fin le dejan hablar (o cuando el contrincante para a tomar aliento), concluye un poco amargamente "yo no estaba hablando de eso, pero da igual".

Es imposible que se entiendan del todo. Tienen conceptos diferentes de la vida, de la sociedad, de lo que significa o lo que vale estar solos. Unos lo entienden como una forma de relacionarse con ellos mismos; los otros, como un descanso que mejor sea corto.

No sé muy bien para qué puede servirme todo esto. En realidad no me dice nada de la gente que no supiera ya antes. Me dice, tal vez, que cualquiera puede entender a Travis Bickle. Sea uno como sea todos tenemos un núcleo que es parecido, que es lo que nos hace acercarnos, buscar lo que nos une y poder hablar sin darnos de hostias. Me dice también que las personas repetimos esquemas, que siempre hacemos cosas parecidas y sin embargo tenemos algo (lo que Kundera llamó la millonésima diferencia) que nos hace únicos, una forma especial de perder el pelo o de tartamudear, una naturaleza que se empeñó en no crecer demasiado por encima del metro sesenta, una risa estentórea o una extraña tendencia a hablar sin parar del padre.

Sólo somos personas enfrentadas a constantes obligaciones: la obligación de compartir nuestro espacio, la de tomar decisiones, la de pensar cuando no nos apetece, la de llevar la contraria, la de dudar...

Personas que intentamos encontrar nuestro lugar dentro de nuestros muros. Y también fuera de ellos.

22 febrero 2007

Sobre las opiniones manifestadas

Es curioso. Navegando por ahí llego a la web medio abandonada de Nacho Vigalondo, donde hay un teaser trailer (así lo llama él, no sé qué coño es eso, o en qué se diferencia de un trailer normal, qué ignorancia) de su largo Los Cronocrímenes.

Lo que es curioso (otra de mis frases críptico – aburridas – muletilla – inútil), decía, es que entre los comentarios, lógicamente, hay en esencia dos tendencias: la de los entusiasmados y la de los decepcionados. (Ahora mi voz en off particular me pregunta… "¿qué cojones tiene eso de curioso?")

No. Lo curioso es que, en fin, ni siquiera me planteo comentar, total, para no aportar nada. Pero pienso en los comentarios de los demás. Si comentas en plan "qué estupendo, qué buena pinta tiene, qué bueno es Karra Elejalde", suena a lameculos, a "me voy a arrimar a este mozo al que parecen irle tan bien las cosas, listo, simpático y además guapo, a ver si le caigo bien y se me pega algo". No suena del todo sincero, o digamos mejor que es difícil distinguir lo sincero de lo otro. Y si comentas tipo "qué decepción, esperaba mucho más, ni siquiera la fotografía es interesante, qué soso está Karra Elejalde, más de lo mismo", etc., entonces pareces el típico español impotente (en el sentido literal de disfunción eréctil) al que le resulta mucho más fácil criticar agriamente lo que hace otro que ponerse a hacer el ridículo él mismo. Tal vez la crítica sea sincera. En ese caso también se hace difícil distinguir lo sincero de lo impostado.

Y es lo malo de hacer cosas en España. No sé si en el resto del mundo pasará igual. Supongo que sí. Ayer mismo vi en un informativo un fragmento de un programa mexicano donde se ponía a parir sin contemplaciones al oscarero trío González Iñárritu – Guillermo del Toro – Alfonso Cuarón por "hacer cine en el extranjero, con mentalidad extranjera, para extranjeros y haciéndole la rosca a los poderes establecidos" bla, bla…

Si la envidia fuera tiña, carajo.

Por cierto, mi opinión (por mojarse que no quede): si dirige tan bien como escribe, la cosa promete; creo (y espero) que la peli será mejor que el teaser trailer ése; Karra Elejalde está justito; deseo con todas mis fuerzas volver a decir "por fin una peli española que merece la pena ver dos veces".

21 febrero 2007

El meme

"Es preciosa. Y llega sin aliento. Los labios abiertos, un agradable vaivén en la zona del pecho. ¡Y vaya zona! Con un vestido rojo, de una tela que yo no vendía. El abrigo abierto. Y se para ante el mostrador. Bueno, para ser más exactos. —Cogió la taza y tomó un trago. Se divertía con la historia, pero estaba nervioso—. Casi chocó con el mostrador. Sabía exactamente cuándo parar. Ni siquiera lo miraba. A mí, me miraba a mí. Y la tengo ahí delante. Como si no quisiera nada más que serrar el mostrador con la cadera. Y dice «¿Es usted Levine?». «En cierto modo», digo, «pero no». Parece decepcionada pero sigue abrazada al mostrador. Y no quiero decepcionarla, claro. «Soy el hombre que posiblemente está buscando, si a quien usted quiere ver es al encargado», digo. Pues bien. Toma aire. Yo no sabía que ese ejercicio en particular pudiese dar tanto de sí. No hay hombre capaz de resistirlo, me temo. Su pecho. ¿No le parezco lascivo ahora, Henry?"

Extraído de Chicago blues, de Roddy Doyle (página 123, párrafo a partir de la quinta línea, siguiendo instrucciones precisas del meme enviado por el señor Lagarto, querido amigo).

La novela es rara. Gusta y transmite cosas, pero le deja al espectador un trabajo de reconstrucción de la acción muy cansado; un trabajo que me cuesta mucho hacer estos días. Trata de un irlandés que llega a Nueva York en los años de la ley seca. Una especie de buscavidas que huye y que trata de mantenerse vivo y medrar. Cuando escapa (también) de Nueva York y llega a Chicago conoce a Louis Armstrong, de quien se hace amigo y acompañante a tiempo completo. Me gusta mucho cómo habla de la música este jodido irlandés:

"Por fin. Ya no era irlandés. La primera vez que lo oí, antes de escuchar con atención, lo supe con total certeza. Me cogió por las orejas y me escupió en la frente, me bautizó. En un quiosco de música había una banda entera compuesta por hombres, más una mujer menuda al piano, todos marcando el ritmo con los pies y soplando como descosidos. Dos trompetas, un trombón, una tuba, un banjo, tambores, llenando el mundo con su glorioso tormento. Sonaban dos trompetas, pero el escupitajo que recibí en la frente procedía de un solo hombre. Lo miré a través de los vapores humanos —allí hacía demasiado calor para sudar— y lo supe.
Yo ya era un yanqui.
Por fin.
No se parecía a nada de lo que había oído hasta entonces, nada como las canciones americanas que Annie la del Piano tocaba sobre las vértebras de mi espalda en Dublín, antes de mi huida. Esto era libre y mudo, y el hombre de la trompeta lo impulsaba sin mirar atrás ni una sola vez. Era un sonido furioso, radiante y letal; acababa con cualquier otra música. Era nuevo, como yo."

Es curioso. Hace un tiempo, cuando descubrí esta chuminada de los memes, pensé que me gustaría que me mandaran alguno. Ahora que me lo han pasado, me da un corte del carajo.

En fin. No conozco a ningún bloguero con quien tenga confianza suficiente para pasárselo. Me gustaría saber qué están leyendo ahora Desconvencida, la Gata, Billywild, Ladydark y V.V., pero comprenderé que hagan uso de sus derechos recién adquiridos de amigos virtuales para mandarme a la mierda en el idioma que sea más de su agrado.

Del viaje hablaré luego. O mañana, si eso.

18 febrero 2007

Casi

Estoy casi enamorada.

Tengo un trabajo casi perfecto.

Casi no tengo problemas importantes.

Es lo más cerca que he estado en mi vida de ser feliz.

16 febrero 2007

Adicción

Anatomía de Grey es una especie de cuento de hadas maravilloso. Un cuento de hadas de los tiempos que corren. En sus episodios la gente sufre, se envenena, se atraganta de rabia, se cabrea, se enamora, echa unos polvos de muerte, tiene amigos que son para toda la vida y que le fallan a uno cuando menos preparado está. En sus guiones se armonizan, ¿cómo decirlo?, los puntos de sutura y las emociones.

Si hay una digna heredera de Urgencias, es esta grandísima serie.

Transita haciendo equilibrios entre el contenido "serio" sobre medicina, poniendo a los personajes / pacientes (y al espectador, a través de ellos) en la tesitura de enfrentarse a problemas reales, y las debilidades humanas o más que humanas de los personajes / profesionales, con problemas tal vez un poco menos reales, pero sólo un poco.

Nos enseña enfermedades y dolores. No las enfermedades raras y rebuscadas de House, ésas que te hacen preguntarte si el picor de la mandíbula será un síntoma de una enfermedad exótica y mortal adquirida a través de las emanaciones del barniz del suelo, sino enfermedades normales, cuyos síntomas son dolor de tripa y fiebre. Te hacen enfrentarte a eso, a la vida y la muerte de la gente de la calle (la tuya, por tanto), al miedo a perder un hijo o a perder tu cara.

Y no sé cómo, en qué especie de ingeniería de la trama, hacen que esas historias se interrelacionen con los problemas, habitualmente sentimentales, pero no siempre, de los médicos que intentan solucionar esas enfermedades, evitar que la gente se muera o pierda una mano. Haciendo, por ejemplo, que un personaje comprenda que el dolor que siente otro puede tener un motivo, o que otro personaje calibre su propia importancia en la recuperación emocional de su amigo. En ese aspecto, por momentos, los argumentos bordean peligrosamente cualquier historieta chusca de culebrón. Incluso tiene uno la sensación de que sería posible encontrar en una de esas habitaciones al doctor Drake Ramoray.

Pero no. Se queda al borde del exceso, al borde del melodrama, al borde de la debacle sensiblera. Toca todo eso con un dedo y no va más allá. Se queda a un centímetro (siempre a un centímetro) del "se han pasao". Se trata a los personajes con el realismo cruel que tiene la vida a veces. Aunque, en realidad, la vida a veces se pasa bastante más que los guionistas.

Me da miedo que me guste tanto Anatomía de Grey porque tengo la sensación de que debe de ser algo ñoña. Nada me jode más en este mundo que ser ñoña (o muy pocas cosas). Pero lo cierto es que estoy totalmente enganchada.

Me pregunto cuánto tiempo serán capaces esos guionistas formidables de mantener esa calidad.

14 febrero 2007

Y digo yo...

¿El resto de días del año son "el día de los no-enamorados"?

Que también los hay, eh...

De todas formas, me parece excesivo.

Abusones.

12 febrero 2007

McGuffin

"Es un rodeo, un truco, una complicidad, lo que se llama un gimmick.

Bueno, ésta es la historia completa del Mac Guffin. Ya sabe que Kipling escribía a menudo sobre los indios y los británicos que luchaban contra los indígenas en la frontera de Afganistán. En todas las historias de espionaje escritas en este clima, se trataba de manera invarieble del robo de los planes de la fortaleza. Eso era el Mac Guffin. Mac Guffin es, por tanto, el nombre que se da a esta clase de acciones: robar… los papeles, robar… los documentos, robar… un secreto. En realidad, esto no tiene importancia y los lógicos se equivocan al buscar la verdad del Mac Guffin. En mi caso, siempre he creído que los "papeles" o los "documentos" o los "secretos" de construcción de la fortaleza deben ser de una gran importancia para los personajes de la película, pero noada importantes para mí, el narrador.

Lo que importa es que he conseguido aprender a lo largo de los años que el Mac Guffin no es nada. Estoy completamente convencido, pero sé por experiencia que resulta muy difícil convencer a los demás."

El cine según Hitcock, François Truffaut.

(Gimmick significa truco, ardid.)

La verdad es que no estoy muy segura de entender el concepto. Ayer estuve viendo en la tele Frenético, de Polanski, esa película con un comienzo espectacular que nunca había tenido oportunidad de ver entera (si la tuve, nunca la había aprovechado).

¿Se supone que el mcguffin es esa maleta equivocada?

En esa misma obra, Hitchcock dice: "Este film era una fantasía y, como en cada ocasión en que realizo una fantansía, no permití a la verosimilitud que hiciera su desdichada aparición". (Sobre Enviado especial, que no he visto).

Desde luego, en Frenético (Frantic, 1988), la verosimilitud no hace su desdichada aparición. Ese comienzo maravilloso en el que un Harrison Ford haciendo un poco lo de siempre se está duchando y extravía a su mujer en ese tonto medio rato, se pierde después en una locura de cosas que no pueden ser.

¿No sería más fácil para los terroristas (o lo que sean, en ningún momento queda claro qué son exactamente... supongo que habría sido ahondar demasiado en el mcguffin) llamar a la señora, como hacen, desde el hall del hotel y decirle amablemente "Señora, nos baja la maleta y se la cambiamos"?

No, qué va. Tienen que secuestrarla a punta de discreta pistola que nadie llega a ver (sólo el borrachín que tiene unos amigos que lo vieron todo); y menos mal que el pobre hombre encuentra una pulserita y que su mujer tiene el poco común nombre de Sondra; que si se llega a llamar Mary la hemos cagao.

Y todo para que el doctor Richard Walker, al constatar que su mujer ha sido secuestrada (ante la inoperancia y la indiferencia de los policías franceses y de los funcionarios de la embajada estadounidense) eche a correr como loco por las calles de un París incomprensible para él (menos mal que media Francia chapurrea el inglés, lo cual no dudo que sea cierto, pero no es desdichadamente verosímil), en lugar de quedarse junto al teléfono esperando que le pidan un rescate, como haría cualquier buen marido.

Esta película se resume en dos ideas: realización buena de un guión malo.

Y es una pena porque, insisto, a mí el planteamiento me parece espléndido. Sugerente la idea y bien planteada la realización. Después leo a Hitchcock y concluyo que no tengo ni puta idea de cine. En fin.

(Dejemos más o menos aparte la suprema cagada de Televisión Española que, a la vuelta de los interminables minutos de publicidad del minuto 70 u 80, retoma la película... ¡en el minuto 4! para después volver ¡en el minuto 85! para, después de los titubeos, si es que quedaba algún espectador interesado en conocer el final, ofrecer el punto correcto seguido de otros diez minutos más de publicidad... Quien en ese momento estuviera al cargo de la emisión se cubrió de gloria. Pobrecillo. Y pobrecillos de nosotros, los espectadores sin voz.)

09 febrero 2007

La nuit

Por primera vez en muchos años, hoy he venido a trabajar habiendo dormido una hora escasa. Estoy viva y es bastante por el momento.

Mucha lluvia, poco frío, muchas copas, bastantes risas, algunos bailes.

Gente mayor fingiendo ser otra cosa, fingiendo, sobre todo, que no ha pasado el tiempo. Fingiendo, por ejemplo, no estar casados, no tener niños, no haber superado un cierto tiempo, unas ciertas costumbres.

Profesores casi borrachos cruzándose con sus alumnos y hablando de las clases del día siguiente en un ambiente con olor a cannabis quemado y a tabaco.

Mucha alegría. Sobre todo, muchas ganas de sentir alegría, seguramente de recuperar un tiempo que no te resignas a haber dejado pasar. Flirteo inocente, tan inocente como entonces, tan exento de verdaderas trabas y, por supuesto, de verdaderos objetivos.

Es probable, se me ocurre, que se flirtee ahora mucho más que entonces, porque ahora no te juegas nada, siempre puedes terminar hablando de tu mujer o enseñando casualmente la foto de tu hijo casi recién nacido y así escapar del miedo a que te digan que no, como siempre.

Es curioso ese juego de adultos, jugar a ser niños otra vez. Todos hemos visto lo contrario, niños jugando a haber crecido. Pero los adultos también jugamos. Bailamos con hombres que no son el nuestro y les sonreimos con promesas que no cumpliremos y recibimos sonrisas a cambio y una caricia casual en la espalda que no llegará a nada y por eso es tan agradable.

Pintada en el baño unisex con patada en la puerta, ese agujero inconfundible a diez centímetros del suelo en el último local, que también cerramos:

"Me cago en Chanquete".

08 febrero 2007

Travis Bickle

Los miércoles no hay nada que me interese en la tele. Es el día de ver películas.

He visto Taxi Driver. Hoy no puedo escribir nada sobre ella. A lo mejor no podré nunca. Da igual.

También he visto el documental con los comentarios de los autores y los protagonistas.

Me quedo con esto:

"Yo tenía una oficina en Columbia. Un día, al regresar del almuerzo, la secretaria me dijo que no fuera a la oficina porque había alguien. Me dijo que la persona no había querido decir su nombre. Entré y me encontré a un joven. Me dijo:

—Quiero saber cómo supo de mí.

Le pregunté a qué se refería.

—He venido en autostop desde Seattle y he visto Taxi Driver, ¿quién le habló de mí?

Dije:

—Bueno, aclaremos las cosas. Supongo que trabajaste de taxista, escribiste sobre tus experiencias y crees que te he robado las ideas.

Y respondió:

—No, nunca fui taxista. Lo que quiero saber es quién le habló de mí.

Y me di cuenta de que era... era eso. Empecé a pensar que podía estar armado. Le dije:

—Quizá creas que ese dolor que sientes sólo lo sufres tú, pero no es cierto; yo pasé por ello, y la gente que hizo conmigo la película sabe lo que es. Y otros cientos de miles de jóvenes saben exactamente qué tipo de dolor es y cuando ven la película lo reconocen. Lo que sientes no es algo sólo tuyo. Es parte de una patología que compartimos. Y lo bueno de reconocerlo es que ves que no estás solo. Que puedes verte en ese contexto.

Esa experiencia de hablar al joven me hizo ver que habíamos creado algo real, que habíamos acertado al crear un personaje de la vida real."

Lo dice Paul Schrader.

07 febrero 2007

Valentine's day

Se acerca San Valentín.

Cuando era niña, en aquella época en la que quería, sin éxito, gustarle a los niños, aunque no sabía muy bien para qué servía exactamente eso, el catorce de febrero era un día que a priori podía ser emocionante y al final siempre resultaba un absoluto y frustrante fracaso.

(Eso de sin éxito era lo que creía entonces; ahora, mirando atrás, tal vez no sabía leer las señales; pero aquel fracaso ha hecho de mí lo que soy ahora, para bien y para mal, y por eso no me importa haberme sentido de aquella manera.)

Se suponía que, si te gustaba alguien, te vestías con algo rojo. Ponerte algo rojo servía fundamentalmente para que te vacilaran en el cole. Yo me debatía en la duda: ¿me pongo algo rojo? (lo cierto era que siempre me gustaba alguien, pero no me gustaba que nadie lo supiera), o ¿no me lo pongo? (en ese caso ya podía olvidar que el objeto de mis anhelos llegara a saberlo nunca).

Después pasó el tiempo. La repetición me enseñó que ese día es igual que todos los demás días. Que tu vida no depende de fechas señaladas para ser especial. Que esperar algo especial suele ser el elemento que amarga cualquier dulce, en cualquier circunstancia.

Y ahora se acerca el día. No hago regalos y no me gusta que me los hagan. Hace poco leí no sé dónde que a todo el mundo le gusta que le regalen flores. A mí no me gusta. No es una pose. El gesto del regalo es bonito, pero no me gusta adornar mi casa con flores muertas como si fuera un cementerio.

Soy rara y tal vez me salieron pinchos de no recibir rosas cuando las deseaba; nunca lo sabremos. Lo que sí sé es que ahora no las deseo.

Cuando la relación más larga que he tenido se rompió por fin, él intentó arreglarlo enviándome el día de mi cumpleaños un gran ramo de flores. Y entonces supe que nunca volvería con él.

05 febrero 2007

The crying game

Te quiero, pero no te puedo querer. Quiero que te alejes, pero necesito que estés cerca. No me puedes tener, pero no puedo vivir sin ti.

La historia de un amor imposible que no se puede rechazar ni tampoco aceptar. La historia de cómo llegué a este callejón sin salida.

Los pasos que va dando Fergus le abocan a un final sin elecciones posibles. El destino que le impone su carácter. I can't help it. It's my nature.

El año que se estrenó fue un bombazo. Leo por ahí que fue una de las veinte películas más taquilleras en Estados Unidos aquel año (1992). No es raro si se tiene en cuenta lo mucho que gusta allí la idea de "terrorista romántico". Pero sí es raro si pensamos en "lo otro". Es decir, en el personaje de Dil, interpretado por Jaye Davidson.

La he vuelto a ver después de todos estos años. No ha envejecido tan mal como me temía, no me ha gustado tanto como aquella vez. Crecemos y perdemos la inocencia. Es nuestra naturaleza.

Se la puse a los chicos porque el otro día tuve una conversación con alguien sobre el tema de la homosexualidad. Mi opinión sobre ese tema quedó en su momento marcada por esta película. Hubo un antes y un después de Juego de lágrimas en mi concepción del amor; y también de la amistad.

De aquel tiempo (hace doce o trece años y yo andaba por los veinte, la edad que ellos tienen ahora) y de aquella película tengo el recuerdo de haber podido separar (por fin) el amor del sexo en mi cabeza. Creo que fue una liberación y lo agradezco. Y por eso quise que la vieran: porque necesitan abrir sus miradas. Llevarlas un poco más lejos.

A mí me gusta mucho esa costumbre que ahora se está perdiendo de abrir las películas con un plano general tirando a neutro, de ubicación, de ésos que si te los pierdes no pasa nada, con los títulos de crédito sobreimpresionados y una música que ya te va diciendo si lo que estás a punto de ver te gustará o no.

The crying game empieza con uno de esos planos. Un travellling circular sobre una feria de pueblo con When a man loves a woman sonando de fondo. De pronto, la canción deja de ser parte de una depurada banda sonora que flota en el sistema dolby, no sabemos muy bien cómo, y empieza a salir de uno de los altavoces portátiles de la feria: ya estamos en la ficción.

No es que tenga siempre mucho mérito el asunto, pero ese Oscar al mejor guión original estuvo aquel año bien concedido. El guión es bastante redondo. Lleno de alusiones internas, de paralelismos y metáforas. No podía ganar el de mejor película el año de Sin Perdón.

El personaje principal, Fergus, interpretado por Stephen Rea, es ese tipo de papeles por los que casi cualquier actor daría algo bueno. Rea lo hace suyo. Por desgracia, no he visto más películas suyas, así que no sé cuánto de distinto, de especial para este personaje hay en su interpretación. En cualquier caso, nació para interpretar este papel. O el papel nació para ser interpretado por él. Conmueve su fragilidad. Contagia su humanidad. Compartes con él el dolor por el desgarro de su corazón. Te contagia el dolor por no poder amar lo que desea. O por no poder desear lo que ama. Aquí yo no le habría dado el Oscar a Pacino. Tampoco se lo habría dado a él aunque no hubiese habido Stephen Rea. (¿Se nota que me he documentado?)

En la primera parte de la película (porque tiene dos muy claramente marcadas), Forrest Whitacker está tremendo. Consigue que el espectador mezcle en sus sentimientos el patetismo con la compasión, el asco con la ternura, sin casi poder distinguirlos. Compone en pocas secuencias (de las cuales pasa buena parte con la cara tapada por un saco) un ser humano completo, comprensible, débil y fuerte, entero en su miedo, resignado a morir y sin embargo anhelante de vida.

Juego de lágrimas habla de cómo puede uno establecer una conexión especial con alguien a quien acabas de conocer y de cómo esta conexión puede marcar tu vida para siempre. Habla de lo que pueden hacer las apariencias con nosotros. Habla de que no decides de quién te enamoras, aunque lo intentes.

Se pueden sacar muchas conclusiones de esta película, se pueden hacer muchas reflexiones. Una de ellas: no puedes saber a qué esquina de la vida te conducirán tus pasos, ni tampoco qué harás cuando llegues allí.

01 febrero 2007

Lo que está siempre ahí

Hay sentimientos, recuerdos, palabras, que tenemos guardadas dentro, al fondo, debajo de todo. No las compartimos nunca con esas otras personas que guardan sentimientos y recuerdos y palabras complementarios porque tenemos miedo de los otros abismos, o miedo de lo que se puede desenterrar. Miedo de sufrir y de causar dolor. Más dolor.

No son buenos ni malos estos silencios. Hay personas que necesitan hablar y personas que necesitan callar. Todos sabemos que esas palabras que no se pronuncian están ahí, debajo de todo lo del otro. Tal vez esperando el mejor momento o tal vez sabiendo que nunca habrá un momento adecuado.

Hay dolores que es mejor no revivir. O quizá revivirlos ayuda a conjurarlos.

Yo no lo sé.



Escalera al cielo, Led Zeppelin.

Hay una dama que está segura
de que todo lo que reluce es oro
y va a comprar una escalera al cielo.
Cuando llegue allí ella sabe
si las tiendas están cerradas,
Con una palabra puede conseguir a lo que venía.
Y va a comprar una escalera al cielo.

Hay un letrero en la pared,
pero quiere estar segura,
porque ya se sabe que a veces
las palabras tienen un doble significado.
En un árbol junto al arroyo
hay un pájaro que canta.
A veces nuestros pensamientos son dudosos.
Me hace pensar.

Siento una cierta sensación
cuando miro hacia el oeste
y mi espíritu grita por irse.
En mis pensamientos he visto
anillos de humo entre los árboles
y las voces de los que se quedan mirando.
Me hace pensar.
De verdad, me hace pensar.

Y se murmura que pronto,
si todos llevamos la batuta,
el flautista nos conducirá a la razón.
Y amanecerá un nuevo día
para los que resistan.
Y en los bosques resonarán las risas.

Si hay alboroto en tu cercado
no te inquietes,
sólo es una limpieza a fondo para la reina de mayo.
Sí, hay dos sendas que se pueden seguir,
pero a la larga
aún se está a tiempo de cambiar de camino.
Y eso me hace pensar.

Tienes la cabeza aturdida y no funcionará.
Por si no lo sabías,
el flautista te llama para que te unas a él.
Querida dama, ¿oyes soplar al viento?
¿Y sabías
que tu escalera está en el susurrante viento?

Y mientras serpenteamos por el camino,
nuestras sombras más altas que nuestra alma,
por ahí anda una dama a la que todos conocemos
que irradia luz blanca y quiere enseñar
cómo todo aún se convierte en oro.
Y si escuchas atentamente,
la melodía te llegará al final.
Cuando todo sea uno y uno sea todo.
Ser una roca y no rodar.

Y va a comprar una escalera al cielo.