31 marzo 2007

Memoria

"Hacia el final de su vida, a mi abuela empezó a fallarle la memoria. Como muchos ancianos, recordaba mejor su propia infancia que la vida de sus hijas, o sus nietos, o sus bisnietos. Lo que más eludía era la memoria reciente.

—Te recuerdo de pequeño —me dijo no hace mucho—, pero cuando te miro ahora, no sé quién eres.

Le respondí que en ocasiones yo sentía igual con respecto a mí mismo."

"La memoria es un monstruo; olvidas… ella no. Se limita a archivar las cosas. Las guarda para ti o te las oculta… y evoca un recuerdo con voluntad propia. Tú crees tener memoria, pero ella te tiene a ti."

John Irving, Oración por Owen

29 marzo 2007

Libertad

Como si no hubiera dado poco hoy el coñazo, vuelvo a la carga.

Es que hoy he visto La vida de los otros. Si no la habéis visto, haced lo posible.

No quiero decir mucho. Sólo que me ha gustado porque me ha llegado dentro.

Siempre me ha fascinado la capacidad de las sociedades humanas de anular la individualidad. O de intentarlo. Siempre me he preguntado por qué las personas dejamos que nos hagan eso.

Desde ese prisma he leído a Kundera, por ejemplo, o el Sefarad de Muñoz Molina, o 1984 de Orwell o he visto, no sé, Fresa y chocolate, con un aliento de incredulidad. Sé que es verdad, que esas cosas pasan. No he indagado mucho porque me pierdo en mis propios laberintos cuando me tengo que enfrentar, aunque sea de forma hipotética, a esas situaciones. Veo en los informativos lo que está pasando en Polonia y no doy crédito a mis ojos. Y pienso en lo que está pasando aquí y decido que es mejor no mirarlo muy de cerca, con lo que al final veo cómo se llega a esas situaciones: precisamente por no mirar de cerca; por no poner el freno al principio de la cuesta abajo.

Yo sólo sé que he llorado como una imbécil, y podéis creerlo porque no es ninguna hipérbole, cuando el personaje anónimo con un auricular dice "ha caído el muro". Porque recordé las imágenes de la tele en mi adolescencia, la gente enloquecida reduciendo a escombros aquel símbolo de la ignominia, riendo, llorando.

Cuando he salido del cine llovía. Y yo caminaba por la calle sintiéndome libre. Y siendo consciente de que esa libertad es un regalo. Y un milagro.

28 marzo 2007

Conexiones

Red, según el Diccionario, tiene una connotación de atrapar, sujetar. Es curioso y supongo que tal vez es culpa de mi percepción, distorsionada en cuanto subjetiva, pero he estado a punto de rechazarla por negativa. Sujetar no es negativo. A mí lo seguro, lo estable y lo que se sujeta me parece negativo, así que creo que tengo un problema. Bueno, no es nuevo. Ya lo sabía.

De entre todos los alumnos, hay algunos que me caen mejor que otros. Todos tienen más o menos las mismas características, las mismas edades, los mismos pájaros en la cabeza. Pero algunos me caen mejor que otros. Ninguno me cae mal, son personas, todos tienen virtudes y esas cosas. Pero hay algunos que me gustan más. Y curiosamente, además tengo la sensación de que les caigo especialmente bien a esos mismos que a mí me gustan más.

¿Por qué? Misterios.

Personas que no conoces de nada, con las que nunca has hablado y con las que, repentinamente, se establece un vínculo especial. Como si las conocieras de toda la vida. Una vía por lo general de ida y vuelta, además. Miras los ojos del otro y percibes esa misma sintonía.

Nunca amamos a nadie: amamos solo la idea que tenemos de alguien. Lo que amamos es un concepto nuestro, es decir, a nosotros mismos. Lo dijo Pessoa. Bueno, no sé si es cierto. Supongo que lo es en parte, en la parte en que amamos lo que proyectamos. Pero no proyectamos lo mismo en todos. A alguna gente la miramos y nos vemos en ellos, pero no como un reflejo, sino como si formáramos parte, casi física, del otro.

Ya es incomprensible que te pase con una persona desconocida con la que te encuentras en el trabajo, a través de un contacto visual, un gesto de la cara o la forma de expresar una idea, la entonación o la voz.

Pero cuando te ocurre con alguien a quien nunca has visto (todos somos usuarios de internet, todos sabemos de lo que hablo), entonces es un misterio absoluto. ¿Puede destilarse el alma a través de la palabra escrita? Puede, claro que sí. Y esas gotas son las que llegan a los demás, y de ahí sacamos sin darnos cuenta y sin querer los motivos para la proyección que nos hace sentirnos identificados con esa persona.

De hecho, muchas veces, para muchos de nosotros, es más fácil así. Cada uno de nosotros somos un hilo de esa red. Se lanza al vacío y en el viaje se engancha a otros hilos. Hoy he querido decirle a un alumno "me gusta tu blog", y no he sido capaz. Y he pensado "mejor le mando un mail". Nos escondemos detrás de la palabra escrita, de la pantalla en blanco, para ser más cómodamente nosotros mismos, para evitar tener que mirar a los ojos y ponernos rojos. Si tenemos que ponernos rojos, preferimos que nadie nos vea. Por lo menos al principio. Es más fácil así.

A través de estas ventanas tenemos otra vida pública, en la que enseñamos lo que queremos. Lo que creemos que nos define, con la mayor sinceridad, con toda la honestidad posible. Y los que leen saben si somos listos o tontos, tímidos o presumidos, interesantes o aburridos. Lo saben o lo deciden, no sé. Y te dejan sus hilos para que los sigas si quieres. Y tú decides si ellos…

Y, ya puestos a dar la chapa, dejo otra frase. La dice Robert Kincaid en Los puentes de Madison. Supongo que no hace falta decir que hoy no estoy hablando de amor, pero lo digo para los despistados. La frasecita es algo como: una certeza como esta solo se tiene una vez en la vida. Es preciosa, pero no es verdad. Una certeza así se puede tener varias veces en la vida. Es así. Cuando se tiene, es una certeza. Aunque luego te des en las narices.

Humo

Acabo de ver Smoke. Bueno, supongo que no pasará a la historia, pero funciona bien, como todos los cuentos de Auster que funcionan bien. Es redondita y pequeña. Es enorme.

Me quedo con sus largos silencios. Es muy raro que el cine americano deje espacio a los silencios que hablan.

Y me quedo también con Tom Waits.

25 marzo 2007

Por la boca vive el pez

Pues el concierto fue la hostia. Como no acostumbro a asistir a este tipo de eventos (siempre he sido pobre, entre otras cosas), me planté en la puerta poco después de la apertura, así que me tuve que tragar la cola, la espera y el asunto de los teloneros, que nunca he entendido y nunca entenderé. A mí me da mucha pena pensar en la pobre banda que tiene que cantar siete o diez canciones que nadie conoce y que nadie ha ido a escuchar como una especie de aperitivo que a nadie le apetece comerse. Los chicos no tocaban mal, se llamaban Zodiac o algo parecido y recordaban un poco al aire de la movida madrileña o algo así. El cantante era educado y sencillo cuando hablaba, y tenía un cierto sentido estético a la hora de cantar y bailar que no estaban mal. Quizás algún día (así lo espero) toquen para un público que haya pagado por verlos a ellos.

Como soy tan guay, tan rara y alternativa y esas cosas, me llevé un libro por si acaso, y la verdad es que hice bien. Tuve unos tres cuartos de hora para leer, sentada en las gradas. No me gusta sentarme en las gradas en los conciertos porque luego me da corte levantarme a cantar y bailar, pero tengo un problemilla de cervicales que no se arreglará tirándome dos horas mirando hacia arriba con los brazos en alto, los años y los pies planos pasan factura, si no lo sabíais, os lo digo ahora, para que lo sepáis.

El caso es que un par de horas, un par de capítulos y unos teloneros más tarde, las luces se apagaron (otra vez) y saltó al escenario la gente que había ido a ver. Y oye, es empezar la música y yo soy incapaz de estarme sentada. Miré hacia atrás y me di cuenta de que la gente se quedaba allí como si estuviera en el cine o en la ópera, así que supe que si me levantaba, me iba a caer como mínimo una patada en la rabadilla.

¿Qué hacer? Pues nada, como estaba cerca de las escaleritas de acceso a los asientos, me puse de pie en un escalón y estuve bailando allí mismo, en el puto medio de toda la gente sentada que bailaba con la cabeza, como en un concierto de jazz. Al principio me dio corte, pensé que todo el mundo me estaría mirando el culo o algo así, pero luego supuse que la gente no paga veinte euros para verme el culo a mí si tiene al hormiguillo de Fito Cabrales enfrente. De modo que me desinhibí y me dediqué a cantar todas las canciones que conocía, es decir, todas las canciones.

Me divierte mucho Fito, tiene frases tontorronas que me hacen sentir bien ("¿quieres ver el mundo? Mira, está debajo de tus pies") y canciones enteras que me emocionan mucho, como la que puse el otro día y que tenéis ahí debajo.

Así que bailé, canté y disfruté mucho. La música en directo, sobre todo si está bien tocada, es algo que te saca de tu vida por completo, hace que el mundo se pare fuera de las ventanas y de las puertas, un poco como cuando te metes en una habitación y en una cama con la persona que te gusta, pero con otros matices, ya sabéis.

La banda tocó y tocó y se divirtió de lo lindo divirtiendo al respetable, que se divirtió de lo lindo también. La gente saltaba y cantaba y bailaba, encendía los mecheros y grababa con los móviles. Lo bueno de ponerte en la grada es que, además de ver las cosas a una altura respetuosa con tu cuello tienes un espléndido plano general de las cabezas. Es un poco como dar tú el concierto pero sin dar el cante y sin que nadie te mire. Ves cómo la gente, convertida en uno solo, responde a cualquier movimiento del cantante, a cualquier mirada o gesto, cómo ondula la superficie como un ser vivo independiente de los individuos que lo forman, y la verdad es que es emocionante ver eso, te mueres de envidia por que alguien pueda conseguir algo así, esa comunión entre la gente, todas las miradas clavadas en un único punto, todo ese mogollón disfrutando junto y compartiendo algo importante.

No está mal como experiencia ir sola a un concierto. Cuando salí de allí me sentía bien, relajada, como si me hubiera dado una buena ducha caliente. Cerrar los ojos y dejar que la música te rodee, atronadora, por todas partes, abrazándote, es una de las mejores cosas que puede hacer una persona un fin de semana cualquiera, sean cuales sean las obligaciones, los problemas o los miedos. Es una forma de recordarte que estás vivo, que el mundo gira sin tener en cuenta tus pequeñas cosas, que la vida también está donde casi nunca miras.

23 marzo 2007

Un día cualquiera

…¿a ti también te han salido plazas? bueno, tú tienes suerte, como también han salido en tal y tal especialidad te quitas a mucha gente del medio, sólo tienes a Pepita y tal vez a Fernández, esos controlan, pero García y Francisca van a las otras y Ramírez no tiene ni puta idea, López y Pérez irán a firmar para no perder el puesto de interinos, además están perdidos, lo que yo haría sería ir a lo práctico, elige los que controles y cíñete a eso, por lo menos prepara treinta temas para llevar una cierta seguridad, aunque sólo sean de un área, por la ley de probabilidades alguno de esos ha de caer, al fin y al cabo son cinco bolas, de todas formas casi seguro que yo voy a conocer a todos los miembros del tribunal y ya te diré de qué pie cojean, el problema es que se tiren a la técnica, el vídeo digital tiene la dificultad de los códecs (¿qué coño es eso?) y los formatos, eso es de lo que yo controlo, pero eso no va a caer, como de lo mío no han salido plazas seguramente me presentaré a la tuya, pero no te preocupes, no soy competencia, tú controlas mucho más que yo, la suerte es que todas son el mismo día y no se van a poder presentar a todas, ¿ya ha salido la convocatoria?, a mí me han jodido porque las de minusválidos no se asimilan a las otras, si nadie las aprueba quedan vacantes, vaya putada, bueno, pues aprobaré yo y joderé a la de Lugo, no queda más remedio, yo ya me he empeñado y es que me voy a presentar, que le den por culo, aunque no tengo nada que hacer, me da lo mismo, ¿ya has empezado a estudiar? yo estoy recopilando información por la red, en la biblioteca hay un par de libros buenísimos, ya, pero esos son los que mira todo el mundo, bueno, no hay que complicarse, ir a lo práctico, a lo básico, total luego los de los tribunales no tienen ni puta idea y no saben si lo que estás diciendo es verdad o te lo estás inventando, lo mejor es preparar un tema por semana, qué va, eso es muchísimo, así no da tiempo de nada, mínimo, dos por semana, ya, yo tengo un tema sobre jitanjánforas del que tengo 19 páginas, lo justo, qué va, eso es muchísimo, lo mejor es hacer esquemas, ¿cuánto te da tiempo a escribir en dos horas? cuatro o cinco folios como mucho, es tontería perder el tiempo, lo que no voy a hacer es leerme un libro entero para un tema, ah, sobre las audiencias en radio tenía yo apuntes de la carrera, yo también, pero a saber dónde están, me tienes que pasar información sobre autores de animación, no tengo ni idea de ese tema, el libro del cómic del que me hablaste, los autores de animación tradicional, hay un tema que está muy mal planteado, hacen falta por lo menos dos libros, no sé qué peso tendrá al final la parte práctica, en teoría no mucho pero si yo estuviera en un tribunal le daría bastante importancia, al fin y al cabo la teoría la puede saber cualquiera, y luego la gente no se entera del premiere, la última vez había gente preguntando cómo funcionaba el mismo día del examen, no me jodas, como te lo cuento, la cosa depende si es para Internet o para alta calidad, bueno, yo de eso controlo, no te preocupes, lo miramos un día, seguramente traerán gente de Madrid para los tribunales, al final se trata de aparentar seguridad, tú no te preocupes, que no tienes competencia…

Dios. Es para volver loco a cualquiera. Lo primero que hay que aprender cuando hay una oposición en ciernes es a ser sordo.

Esta noche me voy al concierto de Fito.


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21 marzo 2007

Primer día de estudio

Después de comer me quedo un rato dormida en el sofá. Todavía estoy recuperándome del cansancio del viaje, me digo. Cuando me despierto del todo (cosa que suele suceder más o menos media hora después de abrir los ojos) son las cinco de la tarde. Tengo una tele vieja que obedece al mando a distancia como y cuando le da más o menos la gana, de modo que a veces, al bajar el volumen se apaga, al subirlo, cambia de canal. En esta ocasión se ha debido de activar el temporizador. Al acabar Friends empieza una cuenta atrás que, en la duermevela, me parece muy inquietante: "esta tele se autodestruirá en veinte, diecinueve…"

El caso es que a las cinco en punto se ha apagado sola, lo que he interpretado (estoy leyendo a Auster, ustedes perdonarán), como una señal inequívoca de que debía ponerme a hacer algo de inmediato. De modo que me levanto y me dirijo a la mesa. Ayer, por cierto, mientras veía House estuve montando una silla nueva que tiene pinta de ir a ser muy respetuosa con mis cervicales y mis lumbares.

Me siento en la silla nueva, con ruedas y todo, un lujo, y me dispongo a abrir el correo y leer un par de blogs. Total, son cinco minutos. Después dirijo mi mirada al montón de papeles desordenados que hay en el otro extremo de la mesa. El extremo de estudiar, por más señas. Suspiro. Hago varios montones: el de tirar, el de reutilizar, el de exámenes, el de trabajos, el de las prácticas de los alumnos. Los que valen pero no se usan van a parar a una carpeta que pronto mandará sus gomas a atravesar el firmamento, y la carpeta a lo alto de la estantería. Una media hora después, tal vez algo más, tengo una mesa despejada. Es hora de ponerse en serio.

Así que me voy a la maleta a coger la cámara de fotos porque de repente recuerdo que no he descargado las de la boda y todo lo demás (de hecho, no la descargo desde Navidad). Después de descargarlas, claro está, las veo todas, no es lo mismo verlas en la pantalla del ordenador que en la de la cámara, dónde va a parar. Cuando acabo, recojo la cámara, la guardo (cosa que no habría hecho, huelga decirlo, si no hubiera tenido nada más que hacer) y me vuelvo a sentar en la silla.

Me levanto a por un libro, escogido casi al azar. Me siento.

Me levanto a por un cuaderno, con la intención de usarlo para anotar frases, o esquemas, o lo que coño se haga cuando se estudia, porque ya no me acuerdo. Me siento.

Me levanto a por un bolígrafo, porque nunca he sido capaz de escribir con el dedo mojado en saliva. Me siento.

Cojo el temario que está publicado en un boe de no sé cuándo. Empiezo a leer los títulos de los temas. Habría jurado que, cuando lo miré hace un par de días, me sonaba alguno. Hoy no ocurre.

Decido empezar por el 24: la cámara de cine. No tengo ni puta idea de la cámara de cine, ¿por qué lo he elegido? ¿para terminar más deprimida todavía? Puede ser, a veces tenemos unos comportamientos muy autodestructivos. Me prometo leerlo entero y empiezo con ahínco.

Creo que no ha pasado más de media hora antes de ponerme a bostezar. Y no de aburrimiento, no, qué va: de puro sueño. Y de repente, he pensado: debería tener chocolate. (Es decir, aprobar, no aprobaré, pero voy a coger seis kilos, eso fijo, ya lo estoy viendo.)

Una hora y poco después de sentarme y, por supuesto, sin haber sido capaz de acabar el tema (me he rendido en las cabezas de trípodes), me he ido a llamar por teléfono a alguien.

Ahora me estoy haciendo la cena. De todo el mundo es sabido que después de cenar desconecto del mundo universo hasta el día siguiente.

No está mal para ser un primer día.

A little break

Creo que hay pocas cosas que me guste más hacer que pasear por Madrid un fin de semana soleado en el que no hay nada que hacer. Por allí cerca, mucha de la gente que quiero. Encuentros con personas que no vería en esta época del año en otras circunstancias, y además una especie de parada para tomar aliento antes de unos meses, los que me esperan, que preveo raros, dedicados a una actividad que hace tiempo no practico y que supongo me costará mucho trabajo afrontar.

Así que ha sido un buen paréntesis, un buen comienzo.

Ahora hay que seguir adelante.

15 marzo 2007

Things to do before I die

Ella no llega a hacer todo lo que se propone en la lista que confecciona en la cafetería.

Lo primero que intenta es "Decir lo que pienso". Le dice a la camarera de la cafetería que su plan de ser igual que Cher es una soberana jilipollez; nada más decirlo se da cuenta de que decir lo que se piensa es hacer daño a los otros y lo retira. No vuelve a hacerlo.

Algunas veces es bueno hacer planes. Nos pone en marcha, nos ayuda a avanzar. Pero no siempre los planes se pueden cumplir, no siempre nuestras intenciones se mantienen hasta que se cumplen.

No quiero caer en los tópicos, en esas cosas que se piensan siempre, eso de vivir como si te fueras a morir mañana y todas esas chorradas. Es imposible pensar que te vas a morir mañana. Sólo lo puedes hacer si realmente sabes que te vas a morir mañana, y tal vez ni siquiera entonces.

De eso habla la escena del supermercado, en la que Ann va con su carro y piensa sobre la gente que ve a su alrededor, que leen las etiquetas de los productos que compran y los echan en el carro con aire de resignación "es malo para mí, es malo para mi familia, pero nos gusta; en un supermercado nadie piensa en la muerte". O en esa otra reflexión que hace mientras camina por la calle "ahora ves las cosas claras; ves todas las vidas robadas, las voces enlatadas, Milli Vanilli por todas partes; miras las cosas que no puedes comprar y que ahora ya ni quieres comprar, todas esas cosas que permanecerán cuando te vayas, cuando estés muerta; y caes en la cuenta de que todo lo que hay en los escaparates, todas las modelos de los catálogos, todos los colores, todas las ofertas, todas las recetas de Martha Stuart, todas las montañas de comida grasienta, están ahí para mantenernos alejados de la muerte; y no lo consiguen".

Recuerdo a Ortega, lo único que todos conocemos de Ortega, mientras veo esta película: yo y mi circunstancia. Compruebas viviendo los últimos días de Ann que nuestra vida es más nuestra circunstancia que nosotros mismos; cuando nos vamos, todo lo que constituye nuestra vida permanece ahí, solo que sin nosotros, de una forma paradójica e incomprensible. Por eso ella busca a Lee, el personaje que interpreta Mark Ruffalo, y vive una vida paralela a la verdadera, para ser dueña de su vida, para añadir una circunstancia más que sólo le pertenezca a ella, aunque le implique a él también y termine provocando dolor, aunque, menos mal, no solo dolor.

"Cuando miras a alguien", dice él en un momento, "y le miras de verdad, puedes ver un cincuenta por ciento de lo que es; pretender saber el resto es lo que destruye todo". Y después: "He mentido; al decirte que, si miras a alguien, conoces el cincuenta por ciento… porque, cuando te miro a ti, solo llego a ver, no sé… apenas un diez por ciento". (Esto me lleva a lo que hablaba ayer… sólo vemos de los demás lo que ellos quieren mostrarnos... y tal vez lo que somos capaces de leer entre líneas). Y en el mensaje final de ella a él, reduce ese diez por ciento al cinco, tal vez menos, porque lo que ella le enseña es precisamente ese ínfimo porcentaje que uno nunca deja ver a nadie, y todavía se queda con algo.

Una vez un amigo me dijo que era difícil para un hombre disfrutar esta película porque no se puede sentir identificado con ningún personaje; que es una película femenina, donde todos los personajes están enfocados desde un punto de vista femenino. No sé, a mí me parece una chorrada. Espero que no sea verdad.





SENZA FINE
(Gino Paoli)
Gino Paoli (Italy)


Senza fine
Tu trascini la nostra vita
Senza un attimo di respiro
Per sognare
Per potere ricordare
Ciò che abbiamo già vissuto
Senza fine, tu sei un attimo senza fine
Non hai ieri
Non hai domani
Tutto è ormai nelle tue mani
Mani grandi
Mani senza fine
Non m'importa della luna
Non m'importa delle stelle
Tu per me sei luna e stelle
Tu per me sei sole e cielo
Tu per me sei tutto quanto
Tutto quanto io voglio avere
Senza fine...

Cambios

En el trabajo la gente solo habla de oposiciones. Es una Escuela en la que la mayor parte de profesores son interinos, hace años que no se convocan oposiciones. Cada año se rumorea que va a ser el bueno y nunca lo es. Eso dicen que ocurre los que llevan mucho tiempo ahí. Yo he llegado este año y me lo creo.

Así que todo el mundo habla del tema. La proximidad de la convocatoria hace que todos estén nerviosos y tensos. Yo huyo de este tipo de conversaciones cuando puedo, igual que durante la carrera, antes de un examen, huía de mis compañeros que repasaban compulsivamente los apuntes y me quedaba sola en una esquina leyendo un libro que, a poder ser, no tuviera nada que ver con la asignatura.

Hoy ha sonado el teléfono cuando estaba haciendo la cena. Era una compañera que durante los primeros meses del curso estuvo cubriendo una baja por maternidad. Me confirmó que la "Oferta de empleo" había salido esta tarde. Estuvimos hablando un buen rato mientras la cena se aburría de esperarme. Al acabar de hablar con ella, había un dolor de cabeza, un dolor de espalda, de piernas, de brazos, no tenía hambre.

Se ve que es cierto: el miedo puede ser algo físico también.

Iba a ver la tele, pero al final me he puesto Mi vida sin mí, para intentar colocar las cosas otra vez en su orden lógico de prioridades. Mientras la veía ha sonado el teléfono en cuatro ocasiones. La gente a la que pensé llamar y no llamé por pereza, por pensar "ya lo saben", las personas que me tienen en cuenta. Solo he cogido la primera de las llamadas. Las demás, no. No tenía ganas de mantener cien veces la misma maldita conversación.

Me duele la cabeza, me duelen las piernas, los brazos, la espalda, siento náuseas, tengo ganas de llorar.

Pero bueno, ahora ya tengo en orden mis prioridades. Lo demás se quita durmiendo.

Y estudiando, supongo.

14 marzo 2007

Este mundo tan raro

Estas cosas de los blogs son un poco raras. Dejando aparte el carácter netamente exhibicionista de la cosa… o no, mejor no lo dejo aparte. Voy a hablar precisamente del carácter exhibicionista.

Porque sí. Un blog es un espacio libre en internet. Antes había libretas y blocs (los llevabas en el bolso, en el bolsillo, unas hojas arrugadas, aún hay quien lo hace... yo, por ejemplo, pero hay gente más ilustre). Hoy hay un ordenador portátil o de sobremesa. Y lo más importante, lo que hace que este mundo sea especial: hay lectores. Aunque sean tres o cuatro.

Cada persona que ha soñado con escribir alguna vez y no lo ha hecho; cada persona que escribe habitualmente para nadie; cada persona que considera escribir como algo tan necesario para la vida como soñar o beber cerveza, todos tienen la posibilidad de abrir un diario (oh, maravilloso concepto, "cuaderno de bitácora") y depositar ahí lo que tengan a bien.

Para eso, una condición imprescindible es creer, aunque sea en un escondido rincón de tu alma, que lo que tienes que decir es interesante para alguien. Primer pecado de vanidad. Lo que es yo (que, desde luego, también tengo ese rincón y negarlo sería insultar a los tres o cuatro lectores que tengo) pienso la mayor parte del tiempo que lo que tengo que decir no me interesa ni a mí. Pero mi ombligo es mi ombligo. Tengo que cuidarlo como si fuera el centro del universo. Poco más o menos, es el centro de mi universo.

Así que damos por supuesto que a alguien le interesa un antiguo amor, qué canciones o películas nos gustan, qué opinamos sobre el último anuncio de cocacola, qué libro estamos leyendo o qué pensamos hacer con nuestras vidas una vez hayamos aprobado la oposición; o cuál es nuestra posición ideológica con respecto al cambio climático, la kale borroka o la ocupación de Timor Oriental.

Y lo gracioso. Lo gracioso es que a alguien le interesa. De repente llegan un día y vuelven al siguiente, o al otro, y dicen algo.

Uno visita los blogs de otras personas cuando le gusta lo que cuentan, cómo lo cuentan, por qué lo cuentan. Es decir, porque a uno le apetece saber qué libro está leyendo el otro, algo sobre su antiguo amor o lo que sea. Cuando uno visita un blog está buscando entrar en contacto con alguien de quien sólo va a conocer lo que quiera mostrar, aunque sea mentira. Como la vida misma. Y se establecen afinidades estéticas, ideológicas, intelectuales, esas cosas.

En esto, como en botica, hay de todo: los que leen durante horas y jamás dicen una palabra. Los que una vez se atreven a hablar y al instante de hacerlo se arrepienten para no volver jamás. Los tímidos, los confianzudos, los seguros de sí mismos, los que se saben bienvenidos, las agradables sorpresas. Uno comenta tímidamente, porque lo que quiere es comentar, aportar algo, aunque sea algo que no tiene nada que ver con lo expresado, sólo demostrar que está ahí, y al final no puede evitar dejar su dirección web, con la esperanza de que el comentado se pase por allí y la reacción sea recíproca: si él me gusta, ¿por qué no iba a gustarle yo? Estas cosas suelen ser mutuas, las simpatías y eso. ¿No?

Como la vida misma.

09 marzo 2007

Otra frase del millón

Sobre Con faldas y a lo loco, preguntados los alumnos sobre la evolución del personaje de Jerry/Daphne:

"La evolución que sufre el personaje de Lemmon es totalmente contraria al que sufre el de Curtis pero a lo bestia."

Ya voy a hacer un cajón para estas cosas.

Para todo hay que valer

Durante la publicidad me levanto del sofá, como toda España, supongo. O llevo la bandeja de la cena a la cocina o voy al baño o me siento al ordenador a revisar el correo y a ver si ha terminado de descargarse alguna de las pelis que tengo ganas de ver.

Con la oreja libre, oigo la tele. En este caso, la promo de Cuatro del programa Callejeros. Esta semana, al parecer, tratará de gente que vive en la calle.

Y ahí he escuchado la frase del millón de hoy:

"Hay que valer pa ser vagabundo".

Ha merecido la pena la carcajada. Y es que es verdad. El que vale, vale.

08 marzo 2007

Línea de pensamiento sin riendas

Ves a la gente tan atareada, tan estresada, siempre diciendo chorradas como "yo es que no soy capaz de estar sin hacer nada".

Yo sí soy capaz. Y no solo eso. Me encanta no hacer nada. Y es más. Me gustaría no hacer nada nunca.

Aunque supongo que es una cuestión de concepto.

Para mí, "no hacer nada" es sentarme a leer durante horas. Salir a tomar una cerveza con un amigo que tiene algo interesante que decir y que no me agobia. Ver una película hasta las tres de la madrugada y no levantarme temprano al día siguiente. Tirar dos horas hablando a través del messenger con un amigo. Visitar blogs de gente que me gusta. Hablar por teléfono con mi hermana. Pasarme una tarde de sábado en un campeonato de tiro con arco. Ver en la tele una serie de las buenas. Si es posible, más de un episodio.

Y, por el contrario, "hacer algo" comprende todo el amplio (inmensurable) abanico de cosas que no me gustan. Barrer, fregar, poner lavadoras, tenderlas, plancharlas, limpiar cristales, quitar el polvo; preparar clases, aguantar idiotas, cocinar, pagar el piso, planear actividades educativas, comprar tinta para la impresora, ordenar los cedés, lavar el coche, madrugar, poner exámenes, corregir exámenes, leer comentarios de películas que no aportan nada (para ejemplificar esto, voy a coger al azar uno de los comentarios que hay desperdigados a mi alrededor en la mesa y transcribir la primera frase en la que se posen mis ojos: juro solemnemente no seleccionar a sabiendas la peor).

"La música, de Anton Karas, se basa en una melodía sencilla e hipnótica, interpretada con cítara. Hay gente que pensará que no es adecuada, pero en mi opinión no está mal, le da un poco más de alegría a la película, esa alegría que le falta, por ser en blanco y negro."

Juzguen ustedes.

Así que mi sueño en este momento, en esta edad idiota en la que los sueños hace mucho que se desvanecieron, los grandes, los importantes, los formados a partir de la errónea concepción de la vida como una especie de inmenso campo de juego donde todo era posible, es que llegue el momento en que pueda no hacer nada en todo el puto día.

Esto, claro, me lleva a reflexionar sobre el terreno de los sueños. El resbaladizo y traicionero territorio de lo que jamás nos atreveremos a hacer. Porque si hay algo cierto es que la mayor parte de las personas dirigimos nuestros pasos exactamente en sentido contrario a lo que soñamos. De modo que si una de joven sueña con ser escritora o directora de cine, por ejemplo (todo parecido con la realidad es pura coincidencia) y con viajar por el mundo y conocer personas que dicen siempre cosas interesantes y que nos hacen crecer y todo lo demás, finalmente terminará haciendo lo posible por trabajar durante meses como teleoperadora de Movistar.

No es así para todos, claro. El talento consiste en eso precisamente: en fijar los ojos en la meta y no apartarlos de ella bajo ningún concepto. Lo aprendí joven, lo aprendí concretamente de Drazen Petrovic. Era un genio y aún así se pasaba horas (fuera del horario normal de entrenamiento) practicando los tiros libres. Yo me pregunté una vez, "si es un genio, ¿por qué practica tiros libres?" y claro, me contesté en seguida que la cosa era exactamente al revés. Es un genio porque practica tiros libres. Las cosas no vienen solas. No se regalan. El talento no viene de serie.

Y esto, siguiendo el hilo caótico (o no tanto) de mis pensamientos, me lleva a la nueva campaña de Adidas, que me parece estupenda, dejando aparte todo lo que podamos opinar de la marca, la empresa, el capitalismo, el marketing, la mentira publicitaria y todo eso.

Podéis verla aquí.

Y sabed, ya que yo lo he olvidado, que es cierto: la vida es un inmenso campo de juego donde todo es posible.

Una oferta que no podrás rechazar

Una vez me definí a mí misma en este mismo sitio como una "cinéfila descarriada". El descarrío se puede constatar fácilmente en la ingente lista de películas imprescindibles que no he visto.

Como sabéis los que venís por aquí a menudo, estoy poniendo arreglo a ese desaguisado. Despacito, que las prisas no son buenas.

El fin de semana tocaba El Padrino. Que nadie se mese los cabellos, más vale tarde que nunca.

El caso es que la tenía en divx desde hace más de tres años. En dos cedés. Un sábado tranquilo después de cenar, sofá, ninguna gana de salir a tomar copas ni cosas de esas. ¿Qué mejor opción que ver por primera vez El Padrino con treinta y tres años?

Así que meto el disco y doy al play. Allá vamos.

Me encuentro con una historia que me va atrapando en cada plano con más fuerza, hasta que llega un momento en que todo mi ser está pendiente de esa pantalla y ese altavoz.

Y entonces, el desastre.

Tomaba las riendas de la familia Michael yéndose a Las Vegas a proponerle a Moe Greene un negocio irrenunciable, se enfrentaba con el lechuguino de su hermano Fredo, cuando el disco dijo "y hasta aquí puedo leer".

No hubo manera de que siguiera adelante.

Me fui al videoclub de enfrente. Podía ocurrir el milagro. Pero no ocurrió. El cajero automático no sabía nada de la familia Corleone.

Tuve que esperar hasta ayer para tener tiempo y preguntar en el mostrador. ¿Tienes El Padrino?, le pregunté a la dueña, ansiosa. Se puso a buscar en el ordenador con toda la parsimonia que se le puede suponer a una dueña de videoclub de barrio periférico de ciudad de provincias (y aún alguna más). Finalmente dijo "sí". Intentó memorizar la referencia de la película (y lo hizo mal, porque juro por mis muelas que cambió un seis por un siete) y se dirigió a la estantería donde guarda las películas.

Aquí no está, a ver si aquí… Aquí tampoco, a ver si aquí… Ah, aquí está, dijo, metiendo un dvd en una cajita azul. Y leyó en voz alta: El Padrino, Segunda parte, disco 1. Yo le dije, no, la que yo quiero es El Padrino, la primera. La segunda también me la llevaré, pero primero quiero ver la otra. Ah, dice, ¿no es ésta? Y repite: El Padrino, Segunda parte, disco 1. Podéis creer que sucedió tal como lo cuento. Incluso puedo juraros que la cosa se alargó todavía diez minutos más. Al final, por no soltarle una voz, le dije que iba a hacer un recado y que la buscara tranquila. Volví al cabo de una hora y diré en su descargo que me la había encontrado y la había apartado. Y me dijo, la pobre, ¿te puedes creer que la tenía delante?

En fin. Odiseas aparte, por fin esta noche he podido verla. He sido incapaz de irme a Las Vegas, claro. La he vuelto a ver entera desde el principio, otra cosa habría sido una cutrez imperdonable. De paso, aprovechando la tecnología, ya la he visto en versión original y todo lo demás. Todavía no he visto una película que gane con el doblaje (animalada que leí el otro día no sé dónde).

Poco puedo decir que no se haya dicho cientos de veces. Sólo puedo hablar de mis propias impresiones. En la segunda visualización me ocurrió lo mismo que en la primera, sólo que más. Porque ya empecé a ver esos detalles que sólo se ven cuando ya sabes de qué va la historia. Al empezar a ver a Buonasera pidiéndole al Don el favor el día de la boda de su hija, se me pasó por la cabeza que tal vez me aburriría. Nada más lejos de la realidad. En tres minutos estaba metida hasta las corvas otra vez en la ficción.

Lo más enorme, el personaje de Michael. Me quedo con una escena pequeña, en primer plano, donde asistimos al encuentro conmovedor entre el padre y el hijo. Michael, ayudado por la enfermera, cambia la cama de su padre de cuarto en el hospital, tomando las riendas de una situación inesperada. En esta secuencia, aunque ya lo sabíamos, vemos cómo Michael es el único de los hijos de Vito Corleone que va a ser capaz de tomar el relevo. Con toda la sangre fría del mundo llama a su hermano Sonny, convence a la enfermera para trasladar la cama, envía al pastelero a vigilar la puerta del hospital y vuelve junto a su padre. Y le dice "Estoy contigo ahora. Estoy contigo". La lágrima que resbala por la mejilla del Don lo dice todo y no hace falta que yo diga nada más.

Aunque me gustaría.

06 marzo 2007

Acentos

Soy una maniática de la ortografía. Suelo revisar escrupulosamente mis textos a la caza de erratas. También controlo la gramática, la sintaxis, el uso de la puntuación, de la acentuación y de la pertinencia de los términos.

Por lo general no publico nada sin haberlo releído antes al menos tres veces. Si reescribo, re-reviso.

Lo hago en las cartas, en los faxes, en los posts del blog, en los comentarios de otros blogs, en el messenger, en los mensajes del móvil, en las listas de la compra, si me descuido.

Me jode en lo más vivo descubrir que algo se ha publicado sin remedio con una coma mal puesta, un fallo de sintaxis tonto (como una falta de coordinación entre el nombre y el adjetivo, por ejemplo).

El caso es que tengo muchas manías con eso. Detecto los fallos en los escritos de los demás de forma automática, involuntaria (desde que tenía diez años o tal vez desde antes, seguramente es tarde para cambiar).

En el cole. Yo tenía ocho o nueve años. Me gustaba un niño de mi clase. Se llamaba Roberto y todavía lo reconozo cuando le veo de paseo con su mujer y su bebé. Un día llegué a casa e informé a mi madre: "Ya no me gusta Roberto". "¿Por qué?", preguntó ella. Y yo contesté: "Esta mañana don Alejandro lo ha sacado a la pizarra y ha escrito Agua con hache".

Esa siempre ha sido razón suficiente.

En una sesión de cibersexo: el tipo con el que hablo me dice algo sobre "envestir". La poca libido acumulada se cae en pedazos y se pierde por el gran sumidero de internet. En mi vida me habían embestido con tan poca fuerza. Me digo: "nunca máis".

Y esta mañana empiezo durante el desayuno El pintor de batallas, de Arturo Pérez Reverte. En dos ocasiones veo sendos pronombres sin acento (un "este" y un "esa", digamos). Me extraña mucho, muchísimo, que este señor se equivoque. La primera vez le echo la culpa a la edición (aunque es la buena). La segunda ya me mosqueo. Así que me voy a la sección "Consultas lingüísticas" de la página de la Rae (para una persona como yo, ese lugar se parece al paraíso) y veo en la parte dedicada a "Preguntas frecuentes" que los pronombres no se acentúan.

Debacle. ¿A mi edad tengo que acostumbrarme a no poner acento a éstas? Y lo haré. Porque antes muerta que cometer una falta de ortografía a sabiendas.

05 marzo 2007

El niño que fui

Leo en La Remington (¡sí! a base de insistir de vez en cuando se abren las puertas) la reseña que hizo Joe Gillis de esa película menor de los comienzos de la carrera de Tom Hanks, Punchline.

Me llama la atención esta frase: "es una película agradable, de domingo por la tarde, que se ve muy a gusto y sin necesidad de buscar las vueltas a".

(Si alguien se queda con la curiosidad de saber a qué no le busca las vueltas Punchline, que lo vea aquí, si puede.)

Al lío (siempre me enrollo en los principios). Eso me ha recordado la película que vi el domingo pasado por la tarde (hoy, no; hoy no he visto película porque ha sido un día raro de ésos que es mejor no guardar durante mucho tiempo en la memoria: de ésos que no se olvidan, en suma).

La película se titulaba El chico. Y, por supuesto, no era de Charles Chaplin. Veo en imdb que el director se llama Jon Turteltaub. Da lo mismo. (A él probablemente no le da lo mismo.) El protagonista es Bruce Willis.

La película no es ninguna maravilla. No merece la pena que la busquéis en emule, ni siquiera creo que aparezca. Es de esas películas de Disney con demasiada música estridente en las secuencias de supuesta acción. Una de esas películas fantásticas con muy poco de verosímil. Iba a decir algo malo de la primera media hora pero no puedo porque no recuerdo nada en absoluto. En realidad me quedé viéndola porque no conseguí encontrar nada menos coñazo que aquello. (Y por Bruce Willis. Una tiene sus debilidades de la carne y eso. Es encantador cuando se pone tierno.)

Y al final me gustó. Porque habla de eso que cantan algunos ("when I look at myself I don't see the man I wanted to be"). Trata de un señor a punto de cumplir cuarenta que un día se encuentra en el salón de su casa a un crío que está a punto de cumplir ocho. Tarda un rato en caer en la cuenta, pero por fin lo reconoce: es él mismo.

Y, después de hablar un rato, el niño le hace un resumen: "Tengo cuarenta. No tengo familia, no piloto aviones y no tengo un perro. He crecido para ser un perdedor".

Este personaje que interpreta Bruce Willis es un hombre de éxito (asesor de imagen o, como le dice el niño, "una persona que le dice a los otros qué tienen que hacer para parecer lo que no son") que, llegado un momento se supone que crucial, (el hecho de cumplir los cuarenta), se tiene que enfrentar al niño que fue y exponerse a su juicio implacable. Olvidada su infancia por completo, debe recuperarla y, durante unos días, acostumbrarse al hecho de que, del mismo modo que a él le avergüenza el niño (el "pringao"), al niño también le avergüenza el adulto en que se va a convertir.

Él está orgulloso de su éxito, vive en una casa de lujo, es engreído y petulante, se siente importante. Y llega su infancia y no es capaz de mirarla a la cara.

Eso me hizo preguntarme: ¿sería yo capaz de mirar a los ojos a la niña de ocho años que leía La Odisea los sábados por la mañana?

La verdad, no lo sé. Creo que me pasaría como al protagonista de la película: tardaría un buen rato en reconocerla, eso por descontado. No recuerdo cómo era, no recuerdo cómo se sentía; no recuerdo cómo reaccionó a sus primeras decepciones. Ni siquiera recuerdo qué quería ser de mayor.

Supongo que, si todo eso está enterrado en el olvido, es por una buena razón.

Eso de encontrarse con el pasado y decidir que estás a tiempo de darle a ese niño lo que soñaba sólo pasa en las pelis de Disney.

01 marzo 2007

La vigencia de un clásico a prueba de lustros

Una vez un reportero de Caiga quien Caiga le dijo a Buero Vallejo: "Maestro, por su obra no pasan los lustros". Y el dramaturgo lo miró muy serio y contestó: "Mientras no pasen los siglos…"

Los jueves toca película en clase. Cuando les puse la última (Taxi Driver), uno de los alumnos comentó: "Para variar, podías ponernos una de risa".

Pensé para mis adentros que tenía razón. Les machaco con cine serio y encorbatado, con historias que les mandan para casa con el estómago encogido. Entre aquel jueves y hoy ha habido un viaje a Madrid y un paseo por la Fnac. Allí me acordé de este alumno y me compré Con faldas y a lo loco. Y hoy se la he puesto.

No puedo decir que hacía tiempo que no me reía tanto porque no hace tanto que vi Pequeña Miss Sunshine. Pero sí hacía tiempo que no me reía sin parar en una película.

Los chicos la han disfrutado, les he oído reir y les he visto atentos a la pantalla como nunca. Después de verla y antes de comentarla, se han ido a fumar un cigarro diciéndose entre ellos lo buena y lo divertida que era.

La comedia es un género infravalorado. Es un tópico repetido hasta el aburrimiento, se oye en cada comentario. También es verdad que los tópicos son tópicos porque son ciertos. Esa especie de desprecio hacia la risa se percibe en muchos cinéfilos. Nunca te darán un Oscar por hacer reir. No te tomarán en serio como actor hasta que no hagas una peli de llorar muchísimo.

Y al mismo tiempo, es lo más difícil de hacer. Conseguir que alguien se ría se vive siempre como un milagro. Chicos, ¿qué os gusta más conseguir de la mujer que os gusta? Que se ría. Si se ríe, sabéis que todo va bien.

Hoy día ver cualquier cosa, cine o televisión, y estar una hora riendo, es impagable, porque es casi imposible. Tony Curtis y Jack Lemmon me han hecho llorar de risa. Por 7 euros.

Me produce una admiración sin límites alguien que puede conseguir algo así.

Adoro a Billy Wilder.