Mujeres desesperadas
Leo aquí un estupendo artículo sobre Mujeres desesperadas. Y me fijo en esta frase:
"Pasear por esa calle no traslada al peatón al epicentro de la serie, sino al corazón de Estados Unidos. Cualquier lugar en las afueras de una gran ciudad tiene un aspecto calcado al de Wisteria Lane. Por eso los productores reconocen en voz baja que les cuesta entender el éxito de la serie en países y espectadores para quienes esa calle, ese aspecto, no conjuga con el concepto de infelicidad."
Pero lo entendemos porque lo hemos mamado, llevamos décadas viéndolo. Es el mismo barrio de Aquellos maravillosos años, Los problemas crecen, Cosas de casa, Las chicas de oro, y así en adelante. Las mismas calles y casas donde viven los protagonistas de American Beauty o El último boy scout.
Incluso tenemos ese icono implantado en nuestra publicidad (ahora mismo me viene a la cabeza el anuncio del Volkswagen Touran).
El resto del mundo vivimos con la mirada puesta en Estados Unidos a través de nuestros televisores. Algunos lo hacen por costumbre, otros por envidia, otros por aburrimiento, otros por curiosidad, otros sencillamente porque es el único modo de ver una televisión de calidad. Y cuando digo el único, lo digo con toda la intención y también con todo el dolor de mi corazón.
Así que conocemos mejor de lo que ellos creen, y también mejor de lo que nosotros mismos creemos, el carácter de ese pueblo. Muy pocas de las cosas que allí ocurren pueden sorprendernos de verdad. Como mucho, somos como Obélix: "están locos estos americanos".
Y sin embargo los miramos un miércoles más, nos asomamos a Wisteria Lane a ver cómo se vuelven un poco más desquiciados cada día.
Es muy común ese pensamiento: todos los que han vivido una experiencia piensan que quienes no la han vivido no pueden entenderla. Se regodean en una egoísta y elitista sensación de unicidad. Es un tema que daría para un largo y jugoso debate. Yo lo interpreto más bien como un rasgo de narcisismo mal enfocado.
Está claro que, si nunca se me ha muerto nadie realmente querido, nadie que esté de verdad dentro de los muros de mi intimidad, no sé lo que se siente. Eso no voy a negarlo. Pero creo que sí estoy capacitada para entender lo que otro puede sentir. Odio cuando me dicen eso de "es que tú no lo has vivido, no lo entiendes". Me dan ganas de contestar algo como "pues entonces no sé a qué cojones vienes a llorarme aquí". Sueles recibir esa tolerante respuesta (la primera, digo) cuando intentas consolar; cuando buscas algo positivo, una frase de aliento. De lo que deduzco que lo único que se busca en ese momento es compasión: "pobrecito, cuánto estás sufriendo". Pues mira, no.
Pero me voy del tema. Hablaba de los productores de Mujeres desesperadas. Decía que los habitantes del resto del mundo, para ellos poco menos que extraterrestres, estamos perfectamente preparados, porque tampoco hacen falta grandes dosis de intuición ni de formación, para comprender que un barrio como ese sea el prototipo de la falsa felicidad, de un hermoso envoltorio para el horror. El éxito de esta serie, como el de casi todas las series que lo tienen, se debe a su universalidad, al hecho de que el espectador pueda sentirse identificado con sus situaciones y sus personajes, y reconocerlos en sus propias experiencias.
Es refrescante y liberador ver que alguien pone en voz alta las angustias que te atormentan desde un punto de vista socarrón, irreverente y despojado de pesos. Te sientes menos solo, menos psicópata.
Empiezas a intuir que más o menos a todo el mundo le pica en el mismo sitio.