24 mayo 2007

Mujeres desesperadas

Leo aquí un estupendo artículo sobre Mujeres desesperadas. Y me fijo en esta frase:

"Pasear por esa calle no traslada al peatón al epicentro de la serie, sino al corazón de Estados Unidos. Cualquier lugar en las afueras de una gran ciudad tiene un aspecto calcado al de Wisteria Lane. Por eso los productores reconocen en voz baja que les cuesta entender el éxito de la serie en países y espectadores para quienes esa calle, ese aspecto, no conjuga con el concepto de infelicidad."

Pero lo entendemos porque lo hemos mamado, llevamos décadas viéndolo. Es el mismo barrio de Aquellos maravillosos años, Los problemas crecen, Cosas de casa, Las chicas de oro, y así en adelante. Las mismas calles y casas donde viven los protagonistas de American Beauty o El último boy scout.

Incluso tenemos ese icono implantado en nuestra publicidad (ahora mismo me viene a la cabeza el anuncio del Volkswagen Touran).

El resto del mundo vivimos con la mirada puesta en Estados Unidos a través de nuestros televisores. Algunos lo hacen por costumbre, otros por envidia, otros por aburrimiento, otros por curiosidad, otros sencillamente porque es el único modo de ver una televisión de calidad. Y cuando digo el único, lo digo con toda la intención y también con todo el dolor de mi corazón.

Así que conocemos mejor de lo que ellos creen, y también mejor de lo que nosotros mismos creemos, el carácter de ese pueblo. Muy pocas de las cosas que allí ocurren pueden sorprendernos de verdad. Como mucho, somos como Obélix: "están locos estos americanos".

Y sin embargo los miramos un miércoles más, nos asomamos a Wisteria Lane a ver cómo se vuelven un poco más desquiciados cada día.

Es muy común ese pensamiento: todos los que han vivido una experiencia piensan que quienes no la han vivido no pueden entenderla. Se regodean en una egoísta y elitista sensación de unicidad. Es un tema que daría para un largo y jugoso debate. Yo lo interpreto más bien como un rasgo de narcisismo mal enfocado.

Está claro que, si nunca se me ha muerto nadie realmente querido, nadie que esté de verdad dentro de los muros de mi intimidad, no lo que se siente. Eso no voy a negarlo. Pero creo que sí estoy capacitada para entender lo que otro puede sentir. Odio cuando me dicen eso de "es que tú no lo has vivido, no lo entiendes". Me dan ganas de contestar algo como "pues entonces no sé a qué cojones vienes a llorarme aquí". Sueles recibir esa tolerante respuesta (la primera, digo) cuando intentas consolar; cuando buscas algo positivo, una frase de aliento. De lo que deduzco que lo único que se busca en ese momento es compasión: "pobrecito, cuánto estás sufriendo". Pues mira, no.

Pero me voy del tema. Hablaba de los productores de Mujeres desesperadas. Decía que los habitantes del resto del mundo, para ellos poco menos que extraterrestres, estamos perfectamente preparados, porque tampoco hacen falta grandes dosis de intuición ni de formación, para comprender que un barrio como ese sea el prototipo de la falsa felicidad, de un hermoso envoltorio para el horror. El éxito de esta serie, como el de casi todas las series que lo tienen, se debe a su universalidad, al hecho de que el espectador pueda sentirse identificado con sus situaciones y sus personajes, y reconocerlos en sus propias experiencias.

Es refrescante y liberador ver que alguien pone en voz alta las angustias que te atormentan desde un punto de vista socarrón, irreverente y despojado de pesos. Te sientes menos solo, menos psicópata.

Empiezas a intuir que más o menos a todo el mundo le pica en el mismo sitio.

21 mayo 2007

Horas y horas

Estoy leyendo en la Off-Off Crítica el comentario sobre Zodiac, la última de David Fincher. Esta mañana he leído en el periódico un comentario que se deshacía en elogios que me dio ganas de verla, pero no es bueno fiarse de una sola opinión, y menos aún si esta es entusiasta y apasionada (yo no me fío nada de la pasión); en este portal de crítica libre suelen ser bastante expeditivos en sus comentarios, además de que suelo estar de acuerdo con ellos y me parecen gente muy de fiar cuando no estás muy segura de en qué sala gastarte las pelas.

Da lo mismo lo que dicen sobre la película, en cuanto a sus virtudes o defectos cinematográficos. No la ponen tan por las nubes como Miguel Anxo Fernández o como se llame el crítico de La Voz, exactamente tal como yo esperaba.

(¿Les he dicho que no he visto Seven? En fin.)

Lo que me da por pensar es esta frase (copio): "Unido además a sus casi tres horas de duración, por momentos se vuelve tediosa."

Tres horas. Otra vez. Anoche estuve viendo en dvd Arizona baby (y dejamos aparte la originalidad española en la adaptación de títulos) y ¡lo flipé cuando acabó al cabo de una hora y veintinueve minutos!

Han conseguido que lo que debería ser norma parezca excepcional. Una buena historia contada en el tiempo que necesita. Ni un minuto más. Un milagro.

Pues tenía ganas de ver Zodiac, pero se me están quitando.

El señor Joe Gillis lo dice muchísimo mejor que yo. Lean algo escrito bien y con ganas, hagan el favor.

Que yo últimamente tengo la inspiración por los putos suelos.

Hablando sola

¿Sabéis cuando abrís el messenger deseando que haya alguien, quien sea, conectado, para poder hablar de algo un rato, y todos los nombres están apagados? ¿Esos días en que necesitas ese rato de contacto humano frívolo, trivial, insignificante, a falta de la presencia reparadora, consoladora, de un amigo de verdad, y no hay nadie al otro lado para decir "holaqtal"?

Bueno. Pues hoy es uno de esos.

17 mayo 2007

Desvariando

Me pregunto si no será cierto que en un momento determinado pierdes el control y dejas de comportarte como dicta la lógica. El poder de la razón tal vez sea limitado. Tal vez pueda más el deseo. O la insatisfacción. O el desconocimiento de quién eres en realidad.

Por ejemplo, la sensación de querer y rechazar al mismo tiempo, el deseo y la huida. Los vislumbres de conexión que se pierden en el tiempo y se quedan como imágenes inventadas que no tienen la validez suficiente para ser consideradas recuerdos.

A veces siento que me falta muy poco para que este poco de razón me abandone. Me pregunto qué haré entonces.

Este es el momento en que las personas equilibradas toman el camino correcto. Yo sé que no hay un camino correcto para mí. Y tengo miedo, porque ese no es un motivo válido para no tomar ninguno.

El caso es que nunca llegaré a estar cómoda instalada en una mediocre felicidad. Eso lo sé.

Bueno, ya sé algo.

15 mayo 2007

Offf 2007

Ir a Barcelona tenía como finalidad, entre otras cosas, una puesta de pilas. He visto el mar, cosa que nos suele gustar mucho a los de secano, esa brisa fresquita aunque apriete el sol, por ejemplo.

El CCCB barcelonés es un complejo cultural situado en el centro de la ciudad, en pleno barrio del Raval, que ha aprovechado un edificio antiguo y muy bien adaptado a la función que cumple, dedicada a, como ellos mismos dicen, la "experimentación artística y creativa". Desde su patio se ve el mar.


En una de las conferencias me di cuenta de que entendía a los señores que hablaban en inglés. Qué subidón cuando el tipo (un reputado artista digital, parece ser, hasta este fin de semana yo no sabía nada de este mundo y ahora solo sé todo lo que no sé sobre el mismo) llamado Joshua Davis terminó de contar su anécdota sobre un premio que le dieron en Austria y me di cuenta de que lo había entendido todo sin necesidad de ponerme el agobiante pinganillo que te desgranaba en la oreja el soniquete del traductor.

Supongo que allí sentada, en las sillas cuando llegaba pronto y conseguía una, en el suelo cuando llegaba algo menos pronto pero aún se cabía por allí, o de pie cuando el cigarro o la cerveza del descanso se alargaban un poco más de la cuenta, he podido asomarme al mundo que hay más allá de las paredes de mi casa, de los muros infranqueables de mi estrecho mundo mental. Una visión de vértigo.

Un dato curioso: ni una sola mujer en ocho horas por tres días. Miento, había una, perteneciente a un extraño grupo de creadores ingleses llamados Futurefarmers. Porque, eso sí, gente rara por todas partes, dando conferencias y escuchándolas. Mucha gente con zapatillas converse all stars, muchas rastas, bastantes porros, gente extranjera muy educada, algunos locos de la programación que hablaban en idiomas imposibles de entender (ahí no había traductor que valiera, vectores, datos, mapas, todo fuera del alcance de mis cortas entendederas).

Pero también mucha pasión, mucho amor al arte, mucha protesta, mucha conciencia de la injusticia, alguna alusión avergonzada a la política estadounidense (seguida de cálidos aplausos, hay que decirlo todo), mucha música (casi han conseguido convencerme de que hay música electrónica que se puede escuchar), mucha imagen en movimiento, mucha libertad de neurona, mucho loco suelto. Una maravilla.

Mi favorito, un norteamericano (oh, nada menos que profesor del MIT) de origen japonés, llamado John Maeda. Inteligente, brillante, excelente orador, creativo, cordial, ocurrente y encantador.

Cerró la maratón de tres días de conferencias de todo tipo el concierto de un artista llamado Takagi Masakatsu, un japonés que hace en el escenario un espectáculo audiovisual asombroso. Sentado delante de un piano de cola, su cuerpo huesudo, su ropa ambigua y su aspecto apocado se funden en una delicadeza exquisita y una fuerza sobrecogedora. En las pantallas se proyectan imágenes que él mismo graba y retoca, en una posproducción que les da un aire de sueños o de pinturas. Un fuera de serie que te pone los pelos de punta.

Aquí os lo dejo.

09 mayo 2007

(sin título)

Podría hablar del calor que ha hecho este par de días en mi ciudad (el sol derramándose sobre las calles y colándose por las ventanillas de los coches, las sandalias y los tirantes).

Podría hablar de la unidad didáctica que por fin he depositado esta mañana en el mostrador de registro de la delegación de educación (ya tengo un sello, después de vueltas, angustias, traducciones al gallego, correcciones, reescrituras, envíos, análisis).

Podría hablar de la muerte que sobrevuela mi familia (las horas en el hospital, el silencio detrás de las charlas de la gente, el grupo de gitanos que ha plantado allí su campamento, el chico de 23 años en coma un par de camas más allá, el terrazo, los desconchones, los arañazos en las paredes del ascensor, las ojeras, el miedo).

Podría hablar de la excursión que voy a hacer el jueves a Barcelona (Offf, la creación digital, la música electrónica, el flash, catorce alumnos que dormirán juntos en la misma habitación de un albergue, el avión, la previsible cena con la familia).

Podría hablar de cómo estos últimos días se me han trastocado todas las rutinas (la tele después de comer, los ratos de estar sola, la lectura, las pelis, internet).

Pero no tengo ganas. Me disculpáis.

03 mayo 2007

Una anécdota imbécil y su imbécil conclusión

Una vez una amiga (entonces lo era, aunque ahora la he perdido, no sé muy bien por qué) me puso en la mano una novela de Antonio Gala, que le encantaba, y me hizo leer el primer párrafo.

No me acuerdo de la novela, algo de un jardín, me parece, pero sí recuerdo que el párrafo de marras me pareció engolado, farragoso, sentimentaloide, poesioide y horriblemente vacuo. No niego que me dejo llevar muy a menudo, tal vez demasiado, por mis prejuicios. Se lo dije. No lo de los prejuicios, sino lo malo que me parecía.

Y dijo: "no entiendo cómo no te gusta; perfectamente podrías haberlo escrito tú".

Con lo cual me hundió en la miseria con todo el cariño del mundo.

Desde entonces he pensado mucho en eso: en que no escribo lo que me gustaría leer. Me gustaría poner por escrito, por ejemplo, mi sentido del humor o mi sencillez (deben de estar por ahí en alguna parte).

Pero no, qué va. Hablo de flores en el campo y del amor de la familia, por ejemplo. Cosas muy interesantes, sí. Para Paulo Coelho, si ustedes me entienden.

Ese es el motivo por el que nunca me he puesto a escribir en serio. Y lo más seguro es que el hecho de no haberme puesto a escribir en serio sea el motivo de que no encuentre mi voz. O lo que sea.

02 mayo 2007

Esta ausencia (flores y nieve)

Coges el coche, tomas la carretera que sube por la montaña. Te rodea un paisaje de flores moradas que tapizan las laderas de los montes. Entre la alfombra homogénea y tupida de esas flores empiezan a salir otras que lo salpican todo de amarillo y de blanco. En casa te esperan las personas que siempre te han querido.

Por la noche, bajas al pueblo de marcha con sus amigos. Vas con ella en su coche, donde suena el disco que le has grabado con tus canciones favoritas de Bruce Springsteen. Cantas con ella a gritos Bobby Jean, que aprendiste, también con ella, hace muchos años.

A la vuelta, con un par de copas, le traduces la letra de Thunder Road. Estas dos líneas pueden llevarnos a cualquier parte. Al final, le preguntas: "¿Qué hace Mary?" Y contesta: "No se va con él. Siempre ha sido gilipollas". Te ríes. Te encanta esa respuesta. Tú también piensas que él se va solo. To win.

Después de la comilona loca del domingo, sales de paseo con tu padre y tu tío Antonio. Dejas que te lleven por los caminos desaparecidos de su infancia, que te cuenten cuáles son los lindes de las tierras que seguramente nunca se volverán a utilizar, que Antonio rememore sus noches en la choza durmiendo sobre un jergón de paja. Dejas que tu padre vuelva a recordar la vez que un perro le mordió y tuvo que estar un mes entero en la cama, el miedo al practicante y a la cura, al dolor que sentía cuando le quitaban el esparadrapo. "¿Tuviste miedo?", le preguntas. "No me acuerdo", dice. Y te lo ha contado porque os habéis cruzado con dos perros sueltos, después de mirarlos con desconfianza: todavía les tiene miedo, aunque han pasado más de cincuenta años desde aquello y su mente racional de adulto sabe que es muy raro que un perro te muerda si nadie le hace nada.

Bebes a morro arrodillada a la orilla de los regatos de agua transparente, trepas con ellos por rocas bajo la amenaza de las nubes negras, sudando por el sol que logra ganar la partida por el momento.

Y al final, después de todo, cuando has llegado a casa y has corrido bajo el granizo para salvar los tiestos de geranios del jardín, miras a través de la ventana cómo empieza a caer la nieve igual que si fuera pleno enero y ves cómo los tejados y las montañas de alrededor se van poniendo blancos.