31 marzo 2008

Un anuncio

A veces viendo la tele descubres cosas muy bonitas y muy bien hechas.


The nightmare is back

Fotocopias del dni (dos), solicitud por cuadruplicado, tasas abonadas, anexos IX, XIX, XX, fotocopias compulsadas de todo (dónde coño habré metido el último titulito que me dieron), colas, la impotencia de la burocracia (no puedo creerme que el "vuelva usted mañana" siga vigente, si Larra levantara la cabeza), las listas provisionales, las definitivas, los puntos, la unidad didáctica, la programación…

Se acercan momentos de crisis. Las vacaciones han acabado, por lo menos en la parte de fuera de mi cabeza.

27 marzo 2008

Jet lag state of mind



Sé lo que es esto: es una sensación que se pasa con el tiempo. Durante unas horas o unos días no piensas en otra cosa. Te lo planteas todo. Las ilusiones conviven con los fantasmas, se podría decir. Casi interesa más lo que está dentro, los recuerdos y las esperanzas, que lo que hay fuera, que te rodea y es tangible y real.

Sigues sin saber qué es lo que quieres en realidad. Go confidently in the direction of your dreams! Live the life you've imagined, dice la taza que compré en la tienda de regalos de la Public Library. Claro, el problema es distinguir los sueños de los espejismos.

Todo lo que has vivido te hace sentir especial de alguna manera, e ignoras por qué, en realidad no has hecho nada que te haga diferente de cualquier otro.

Mientras tanto, hay que seguir haciendo lo de siempre, recuperar la rutina que quedó atrás hace tan solo diez días que sin motivo percibes como un abismo que separa dos eras.

Todo volverá a su sitio poco a poco. El vuelo dura siete horas, pero tú tardas mucho más tiempo en aterrizar. Tal vez siete días. Conoces los síntomas, sabes que se pasa.

Aha (newyorker word)

Dije ayer que no me gustaba el tono. No me gusta el tono porque suena totalmente turista. Pero es que hoy, pensándolo, me he dado cuenta de que ya en el vuelo de ida (durante el que saqué diez o doce fotos del mar y las nubes por la ventanilla, por ejemplo), decidí que no me iba a dar vergüenza ser una turista típica, con todos los extras: cámara en ristre, cara de asombro, tortícolis por mirar extasiada los rascacielos, todo el pack, con dos cojones. Incluso la curiosa cualidad de odiar a los otros turistas, que te hacen sentir tan imbécil porque te das cuenta de que eres como ellos y así hasta el infinito en un interminable juego de espejos. Una mañana, caminando por Broadway con una intensa sensación de desagrado e incomodidad, caí en la cuenta de que era por la multitud que hablaba español con acento de Tomelloso, por ejemplo. Doblé una esquina y se acabaron la gente, el ajetreo y el castellano y pude pararme a comer tranquila, en un restaurante en el que no me entendían. Qué descanso.

Así que me da igual. Esto es lo que hay.

Llevo tres días dándoles vueltas a las más de setecientas fotos que saqué, intentando hacer clasificaciones que pongan un poco de orden en el caos. Fotos de turista también, nada nuevo, nada que no haya sido visto y retratado innumerables millones de veces, fotos desenfocadas, fotos torcidas, fotos nocturnas sin flash y sin pulso, fotos de gente caminando, fotos de personas fumando en las puertas de los edificios, fotos de taxis amarillos, fotos de coches de policía, de camiones de bomberos, de limusinas, de camiones, de semáforos, de señales de tráfico, del vapor de las alcantarillas, de escaleras de emergencia, de comida, de puestos de naranjas en la acera, de turistas sacando fotos del humilde monumento en memoria de John Lennon, del Dakota, del Empire State, del Chrysler, de Central Park desde el suelo, de Central Park desde el Rockefeller Center, de los helicópteros y las ardillas, del desfile de San Patricio, del skyline desde el aeropuerto de Newark, New Jersey, del skyline desde el puente de Brooklyn, del skyline desde Dumbo, del skyline desde Staten Island. Una lista más larga de cosas que hacer y que ver cuando vuelva que la lista de cosas vistas y hechas en este viaje. Kilómetros y kilómetros en los zapatos.

En el Soho a las once de la noche buscando un restaurante para cenar me atropelló una rata neoyorkina (en el fondo me encanta que esto pase en la zona más pija de la ciudad). Se había metido entre las bolsas de basura (que amontonan en la acera, se ve que lo de los contenedores no es cool) y cuando yo pasaba se asustó y salió corriendo hacia mí, chocando de pleno con mi pie derecho. Creo que es la sensación de asco más grande que he sentido en mi vida (menos mal que no había cenado aún). Todo es así en New York: lo más grande, lo más hiperbólico, lo más infinito que me ha pasado en mi vida ha tenido lugar en esta semana. Yo también estoy exagerando, claro, lo excesivo de esta ciudad se te pega como la mierda a los calcetines. Luces, coches, gente, turistas, fotos, ruidos, sonrisas, miradas, posibilidades, sueños. Todo está ahí.

Cosas que nadie te cuenta: siempre hay papel en los baños. Y agua caliente, y toallas de papel, y la mayoría de las veces, en los sitios públicos y concurridos, una señora atenta para pasar la fregona. En el metro se entra y se sale por los mismos torniquetes. El tráfico es bastante, pero bastante, menos agresivo que en Madrid. Es fácil cruzar de acera. Es fácil caminar por las calles. Es fácil hacer veinte kilómetros sin darte cuenta. Miras el reloj y es la una. Lo vuelves a mirar y son las tres y media y no has hecho más que andar, mirándolo todo. De tanto andar y mirar, se me escapó el tiempo de ir al MOMA.

Y luego está la gente. Yo habría jurado que Muñoz Molina decía que la gente no te mira a la cara en Nueva York. Tendré que revisarlo. Es estrictamente falso. Te miran y te sonríen, además. Te hacen un gesto para que te sientes en el metro. Siempre hay alguien que responde a tu pregunta, se para a hablar contigo, te pregunta de dónde vienes, te habla despacio y hace lo posible por entenderte. Intentan hablar español aunque sea mucho peor que tu inglés. No parecen desconfiar de los extraños. La excepción a esta generalidad, también generalizada, son los policías, que son de lo más borde.

Una noche (la misma de la rata, de hecho) estuvimos más de media hora parados en el metro en un túnel entre dos estaciones (Lafayette y Clinton-Washington, línea C, en Brooklyn… ¿a vosotros también os suena increíble?). Era tarde, había poca gente. Todo el mundo se quedó tan tranquilo esperando. Nadie se lió a darle voces a la empleada que vino a informar (aunque no informó de gran cosa). Nos limitamos a esperar a que el tren empezara a andar de nuevo. ¿Dónde estaba el estrés de New York? No en aquel vagón, desde luego.

Todas estas cosas no son más que tonterías. Hablando en dos ocasiones diferentes con dos neoyorkinas que habían estado en España, me dijeron, respectivamente, que "Madrid es más acogedora que Barcelona" y que "Barcelona es más acogedora que Madrid". No hay verdades universales en este aspecto. Solo están nuestros ojos. Cómo tú lo vives, con qué te encuentras, cómo lo digieres, nada más.

Supongo que yo estaba dispuesta a dejarme fascinar, estaba preparada para el asombro. Sin embargo, tal vez no lo estaba tanto para la sensación de naturalidad, de pertenencia al lugar, aunque también me habían advertido de eso. Tan poco extraña me sentía que la gente me pedía fuego o la hora por la calle, o me preguntaba una dirección. Me hacían sentir feliz, pensaba "después de todo me confunden con una de ellos". También la gente responde a tus propias expresiones, a la postre. Mi cara es tan idiotamente feliz que en la mayor parte de las fotos parezco china. Supongo que las personas responden positivamente a un estímulo así. No sé.

La neoyorkina que pensaba que Madrid es más acogedora que Barcelona me confesó que la ciudad de sus sueños es Sevilla. Esto me hizo pensar, claro. Algo como "Así que vives en Nueva York y la ciudad de tus sueños es Sevilla, ¿eh?" Pensé en eso tan famoso que dicen sobre la hierba del otro lado del río.

Hay, claro, mucho más en mi cabeza. Me paso los días pensando en esas calles. Vuelvo a ver todas esas imágenes que se me han quedado pegadas al córtex. Pienso en el concierto que no vi, en la persona que no conocí, en el museo que no visité, en los barrios que no pisé, no puedo parar de hacer enumeraciones, no puedo colar ideas. Quiero volver.

25 marzo 2008

No mucho

El último día, cuando en el tren que me llevaba a través de Nueva Jersey hasta el aeropuerto un señor negro, trajeado, enorme y con un saxofón se sentó a mi lado y me sonrió, sin saber por qué pensé en esta canción, con el ruido de trueno de las ruedas sobre las vías de fondo. Perfectamente podría ser la banda sonora para este viaje.

Esta visita a Nueva York ha sido para mí todo lo que esperaba de ella, incluso más. Estoy acostumbrada, como todo el mundo, supongo, a que lo que espero no sea lo que obtengo.

No ha sido así con Nueva York. No puedo escribir mucho ahora. Lo he intentado y no me gusta el tono. Esta tarde, viendo fotos, he vuelto a pensar en esta canción. La he buscado, la he escuchado otra vez. Ella sí tiene el tono.

Por ahora, si os apetece, aquí la dejo. Espero añadir algo próximamente.



TIERRA DE ESPERANZA Y SUEÑOS

Coge tu billete y tu maleta
el trueno rueda por las vias
No sabes a donde estás yendo
pero sabes que no volverás
Cariño, si estas cansada
apoya tu cabeza sobre mi pecho
Cogeremos lo que podamos llevar
y dejaremos el resto
Grandes ruedas rodando a través de campos
donde fluye la luz del sol
Reúnete conmigo en una tierra de esperanza y sueños

Yo proveeré para tí
y estaré a tu lado
Necesitaras un buen compañero
para esta parte del viaje

Deja atrás tus tristezas
Deja que este día sea el último
Mañana saldrá la luz del sol
y toda esta oscuridad habrá pasado
Grandes ruedas rodando a través de campos
donde fluye la luz del sol
Reúnete conmigo en una tierra de esperanza y sueños

Este tren
lleva santos y pecadores
Este tren
lleva perdedores y ganadores
Este tren
lleva putas y jugadores
Este tren
lleva almas perdidas
Este tren
los sueños no se frustarán
Este tren
la fe será recompensada
Este tren
escucha las ruedas de acero cantando
Este tren
Las campanas de la libertad sonando

Este tren
lleva santos y pecadores
Este tren
lleva perdedores y ganadores
Este tren
lleva putas y jugadores
Este tren
lleva almas perdidas
Este tren
lleva corazones rotos
Este tren
ladrones y dulces almas de los difuntos
Este tren
lleva locos y reyes
Este tren
todos a bordo
Este tren
los sueños no se frustrarán
Este tren
la fe será recompensada
Este tren
escucha las ruedas de acero cantando
Este tren
Las campanas de la libertad sonando

15 marzo 2008

Rumble Fish, Francis Ford Coppola

De los nervios esta semana. Anoche, después de una visita rápida por varias webs interesantes, una conversación con un vicioso de NYC y el enésimo repaso a la maleta (huy, me había olvidado de meter el pijama), me senté en el sofá a cenar (cola cao, no doy para más) y a ver una peli. Aprovechando lo aprovechable de la colección esta tan cara y tan chula que están sacando los sábados en El País, tocaba La ley de la calle.

Disfruté como solo podría hacerlo un adolescente de su blanco y negro con peces de colores (y yo que pensaba que Spielberg había inventado algo con el abrigo rojo de su niña en el ghetto de Cracovia). Todo me gustó: la fotografía, el uso de la profundidad de campo, la inocencia de Rusty James (Matt Dillon), el desencanto de Motorcycle Boy (Mickey Rourke), la luz, lo mucho que me acordaba al verla de Orson Welles.

Esta película es como una canción de Bruce Springsteen: urbana, llena de inocencia y de vida, muestra un futuro desolador (por inexistente), te deja una sensación de destino irremediable o algo así. Y te conmueve mucho por dentro.

Me quedo con una frase suelta que sale de la boca de Benny, el dueño de los billares, personaje interpretado por Tom Waits: cuando eres joven te sobra el tiempo, no tienes más que tiempo; pierdes dos años aquí, dos años allá... cuando te haces viejo te preguntas... ¿cuánto me queda? treinta y cinco veranos; piénsalo: treinta y cinco veranos. Te quedan treinta y cinco veranos.

Habría mucho que contar, pero es que estoy preparando un viaje. Nos vemos a la vuelta. Disfrutad vuestro verano, que empieza ahora mismo, cuando ponga este punto.

14 marzo 2008

De lo que no puede ser

Leo últimamente siempre que puedo (es decir, siempre que escribe, que tengo mucho tiempo libre e internet por todas partes) un blog que se llama Imbécil y desnudo. Me gusta cómo escribe aunque a veces no tanto lo que escribe, o lo que parece que piensa (otras veces me da en la nariz que son poses ante el espejo, porque juega con la ventaja de que no deja comentar).

De todas formas es magnético, me siento atrapada por su forma de escribir hasta el punto de que a veces me quita las ganas de hacerlo yo, como me ha pasado, no sé, con Cortázar o con Tolstoi, salvando las lógicas y abrumadoras distancias (que nadie se me escandalice): me refiero a esa sensación de que no sé qué cojones hago dándole a las teclas. Lo hace fácil.

Ahora está de viaje en otra ciudad lejana de esas que casi todos queremos visitar algún día. Y al leerle me he sentido identificada por anticipado; había un par de frases que seguramente desearé escribir yo dentro de una semana, si se me ocurrieran cosas tan netas y directas, que no es el caso, por desgracia. Ahora que ya las he leído y que las voy a copiar, más bien podré suscribirlas. Son estas dos:

"Explicar Tokio es inútil porque está ya muy bien explicado"

y

"Supongo que, mal que me pese, estoy haciendo el turista y no soy capaz de escribir más que souvenirs, no hay manera de deslizar ideas".

Es que tengo la sensación de que voy a ser incapaz de contar nada cuando vuelva. Me parece demasiado ahora mismo. Tal vez llegue allí y descubra que no es tan diferente a otra cosa que conozco, o que he visto demasiadas películas, hablado con demasiadas personas, esperado demasiado tiempo o leído demasiadas páginas de la guía. O tal vez obtenga todo lo que deseo. Incluso, haciendo crecer el cuento de la lechera, obtenga incluso lo que no me atrevo ni a reconocer que deseo.

Pero, de verdad, ¿alguien cree que, hoy por hoy, existe algún escritor, profesional o amateur, que sea capaz de transmitir una experiencia así? Claro, y titularla "Lo que sentí la primera vez que fui a Nueva York". Es ridículo. Me río al releerlo. Lo dejo como está.

Ay, qué emocionada estoy. Qué inmensas expectativas tengo puestas en este viaje. Que la hostia no sea con el avión, amén.

12 marzo 2008

Not a hero

Tengo un amigo que se ha comportado como un cobarde. Se encontró con una situación que no sabía muy bien cómo manejar y decidió no manejarla en absoluto. En español antiguo, tomar las de Villadiego. No está mal, es una opción. Pero me molesta que se justifique cantando la canción del que no ha mentido, del que ha intentado ser él mismo (¿qué coño es ser uno mismo?, se preguntaba otro amigo mío el otro día, filosofando frente a un plato de cecina y unas cervezas… gran pregunta me pareció; me lo sigue pareciendo).

No me atrevo a decírselo, no somos tan amigos y al fin y al cabo a mí ni me va ni me viene, pero su actitud y su espantada me han dado mucho que pensar. No está mal tomar decisiones cuando las alternativas se nos presentan, de hecho es lo que hay que hacer: respirar hondo y tomar una decisión aunque duela, eso es bueno. Supongo que a este, y aquí usaré otra frase que pronto se convertirá en español antiguo y que me parece muy divertida, lo que le matan son las formas.

Y no sé cómo decirle, no le diré nunca, lo más probable, que las cosas no se hacen así. Que tener cojones significa tomar la decisión y además mirar a la cara a la gente y afrontarlo. Como un hombre, en español antiguo. No se puede decir desde el otro lado del río "yo nunca quise hacerte daño". Eso está muy feo, hombre. Y además, probablemente es mentira. La verdad, en español del bueno, sería más o menos, "no era la intención, pero si te hice daño, te jodes, avisao estabas". Más o menos.

Le voy a dedicar la canción que merece que le canten. Ya que tampoco tendré nunca los huevos de decírselo a la cara.

06 marzo 2008

Preparando el viaje

Intento rescatar el archivo en mi memoria de todo lo que he leído, oído y visto. Intento hacer una lista de cosas que me juré que no me quedaría sin ver en el caso de ir hasta allí. Intento recordar los lugares que recomendaba Billywild. Es imposible. Me abruma la cantidad inmensurable de posibilidades.

Hablo con algunos amigos que ya han estado. Les pido por favor que me den sólo dos o tres datos por conversación (no pueden hacerlo). Leo la guía que me compré el otro día en Madrid. Soporto un par de páginas por sesión, apenas diez minutos, y la información que soy capaz de retener es mínima.

Algo que nunca había experimentado y que estoy viviendo relativamente a menudo de un tiempo a esta parte: la sensación de ansiedad que va aumentando hasta hacerse casi intolerable a medida que la fecha de cumplimiento del sueño se acerca.

No sé si tal vez sería mejor ir sin ninguna información, abandonarme a las calles, al espíritu de la ciudad, vagar sin rumbo y decidir sobre la marcha. Hasta cierto punto es imposible, pero tal vez, pienso por momentos, sería mejor no investigar más, dejar la documentación exhaustiva para la segunda visita, o la tercera, o la cuarta.

Porque las habrá, si no me muero antes. El otro día un amigo me leyó las líneas de la mano. Dijo que en mi futuro había muchos viajes, "to other countries". Ya lo sabía, pero me gustó oírlo de sus labios, me gustó oírlo en su idioma. Me pintó un futuro prometedor, bastante parecido al que he planeado.

Chicos, esto es sólo el principio.

03 marzo 2008

Tener estrella

He atravesado diferentes emociones mientras veía Match Point, de Woody Allen. Primero interés, después, desconcierto, más tarde, inquietud que se transformó en intriga y finalmente, certidumbre. No tenía ni idea de cuál era el tema que trataba, no sé cómo lo hice pero había conseguido llegar hoy a la película sin tener la más remota idea del argumento.

A ver. No quiero hacer un comentario crítico de esta película (aunque al final lo haré, a mi incompleta manera). Quiero decir en qué me ha hecho pensar.

Me ha hecho pensar en las escalas de valores de las personas, en los objetivos que nos marcamos y que nos hacen decidir los pasos que damos o los que dejamos de dar, en el egoísmo y la ambición, desde luego en la suerte. En lo importante que es para algunas personas el amor, el matrimonio como procedimiento para conseguir lo que se desea. En la inocencia, en la mentira, en vivir conforme a nuestras metas, en poner estas metas en el interior o por ahí, en algún otro sitio, como tener una buena vida, tener un hijo, fingir un mundo de armonía.

Me cae fatal Chris, el personaje interpretado por Jonathan Rhys-Meyers, porque es todo lo contrario a lo que yo soy, pero no solamente por eso, tengo varios amigos que se podrían definir exactamente con esa misma frase. Creo que es por su frialdad, por lo fácil que le resulta fingir. Se enrolla con Nola, la actriz sin talento (cómo será tan guapa esta chica, Scarlett Johansson), y es él quien actúa en todo momento, desdoblándose las veces que haga falta, reflejándose en todos los espejos, ofreciendo la imagen esperada, mintiendo a todo el mundo, a sí mismo el primero, a nosotros, los espectadores, sobre todo. ¿Tiene algún momento de sinceridad? Probablemente alguno, cuando sufre el ataque de ansiedad en la oficina, cuando se sincera con su antiguo compañero, el jugador de tenis, pero rápidamente le cierra la puerta a la verdad: no le interesa.

Me cae fatal su mujer, Chloe (Emily Mortimer), porque es pesadísima, por lo poco que necesita para ser feliz, por lo fácil que es engañarla, por empalagosa, porque solo tiene una necesidad absurda, porque es tierna y me obliga a compadecerme de ella.

Me cae fatal Nola también porque está medio desequilibrada, porque se mete en una relación que no tiene futuro y espera que ocurra lo que nunca ocurre, a veces ni siquiera en el cine, que las promesas sean verdad y la vida que sueña sea posible, cuando la realidad le está dando constantemente de hostias.

Me cae fatal la película porque explota sin ningún tipo de pudor todos y cada uno de los tópicos que trata: la ambición, el matrimonio de conveniencia, la soledad del que actúa frente al mundo, el adulterio, la maternidad atrasada, Fortunata y Jacinta, el crimen perfecto, el azar, la culpa brillando en el sudor de la perfecta cara del heredero de Raskolnikov.

Y coño, resulta que algo que tiene todos estos ingredientes sale redondo como una bola de tenis. Jodida y asquerosamente perfecto.

Porque sabes que le va a salir bien aunque el anillo de la señora Eastby rebote hacia el lado equivocado.