24 febrero 2011

Volvemos a nuestra programación habitual

A veces leo blogs, u otras letras, que me hacen darme cuenta lo lejos que estoy de escribir lo que quiero escribir como quiero escribirlo.

Y me da una rabia de puta madre, de esta rabia cabreada que nace dentro pero no llega a salir, en realidad, y te hace tener ganas de decir muchas palabrotas, como cagarte en dios, por ejemplo, muy alto y en un sitio donde todo el mundo que te oiga se vaya a escandalizar muchísimo. La catedral de Santiago, por ejemplo. Luego no llegas a hacerlo y la rabia da vueltas dentro de ti, te pones muy roja, se te hinchan las venas del cuello, tienes la sensación de que tus ojos van a hacer pop y salirse de sus cuencas.

Pero en realidad sé que si no lo hago es porque no quiero, o porque simplemente tengo las palabras, sé cómo usarlas, pero no tengo nada que decir con ellas.

Pero el día que me ponga... el día que me ponga... el día que me ponga...

15 febrero 2011

¿Qué fue de casanova?

Había una vieja canción de Sabina que empezaba así:

"—¿Qué adelantas sabiendo mi nombre? Cada noche tengo uno distinto y, siguiendo la voz del instinto, me lanzo a buscar…
—Imagino , preciosa, que un hombre.
—Algo más: un amante discreto que se atreva a perderme el respeto, ¿no quieres probar? Vivo justo detrás de la esquina, no me acuerdo si tengo marido. Si me quitas con arte el vestido, te invito a champán. “



Y a partir de aquí es donde esta canción pierde todo su parecido con la realidad. Porque soltar al barman mil de propina hace años que no lo veo, si es que lo he visto alguna vez, y apurar la cerveza de un sorbo, o dejar de hacer cualquier otra cosa que estés haciendo, interesante o aburrida, porque una mujer se te insinúe, o te diga directamente lo que espera de ti, eso ya no lo he visto en mi puta vida. ¿Mover el culo a cambio de sexo? Uf. No digamos ya valorar la perspectiva de pasar una noche sin dormir.

Joaquín Sabina representa al tipo de hombre, en franca y fatídica extinción, que agradece que una mujer le regale algo, aunque luego no la aprecie por nada más. La mujer que regala ese algo, en cualquier caso, probablemente tampoco espera ser apreciada por nada más. Pero, como digo, es un tipo de hombre que ya no se ve. Lo que se ve mucho es el cagao, el cobarde que juega a que sí pero al final no. Lo que antes se dedicaba a las mujeres y se conocía con el no muy elegante nombre de calientapollas.

Evidentemente, me ha vuelto a pasar. Yo tuve una época en que me preocupaba seriamente que el hecho de tener ganas de follar se me pudiera “notar”. Como si fuera un estigma o una vergüenza. Ya no me pasa (tanto). Pensé que tal vez aceptarlo como algo normal era un paso previo y necesario para poder lograrlo. Follar, digo. Pero no. Tanto entonces como ahora, lo único que encuentro es gente, tíos, que fingen entrar al juego, o entran, para luego soltar un mensaje cortante diciendo que les ha surgido algo muy importante. Un ensayo musical, una visita sorpresa, un hermano a las ocho de la mañana.

Y, cómo no, me quedo pensando qué he dicho, qué he hecho o qué ha pasado. Si es que ellos tienen más posibilidades, más ocasiones o menos ganas que yo de encontrar una pareja sexual de una sola noche que no pida nada más que eso. Hago serio examen de conciencia, lo comento con personas conocidas. Mi conciencia no hace reclamaciones, las personas conocidas, bien por cariño o bien por simple solidaridad, se ponen sistemáticamente de mi parte. Y sigo sin entender nada.

Tal vez el problema resida en que yo necesito conocer al tío en cuestión, saber algo de él. Porque, después de todas las chorradas que suelto sobre la atracción física y todas las fotos de Ronaldo que quieras, al final, como también digo, a mí lo que me pone es la palabra, la mirada, que dentro de ese cráneo haya algo. Bueno, si el tío está como Ronaldo, a lo mejor no tanto, pero de eso no hay (ni yo tampoco puedo ofrecerlo). Que necesito que el hombre me caiga algo bien o me estimule en algún sentido, lo que supongo que hace el “aquí te pillo” un poco más difícil de lo normal. Pero un poco, carajo. No el puto Annapurna.

También sé que el título del post es ligeramente engañoso. Lo que hace Casanova es conquistar, me consta. Tal vez no le hace tanta gracia el hecho de tenerlo fácil (si es que ese concepto se da en la naturaleza en absoluto, que yo lo dudo; porque una cosa es una mujer favorablemente dispuesta y otra muy distinta… otra muy distinta). Pero es que de eso ya ni hablamos. Que me conquisten. Como una mujer del siglo XXI espere a ser conquistada, muere virgen. Como hay Brus.

No. Definitivamente no lo pillo. Algo tengo que estar haciendo mal.

09 febrero 2011

Hombres

Se crea una polémica cuando confieso, vagamente avergonzada, que me gusta Cristiano Ronaldo.



Digo vagamente porque en realidad un gusto tan primario no es algo que deba ni pueda avergonzarte. Pero digo avergonzada porque sé que mis amigos son personas cultas, inteligentes, claramente posicionadas en sus preferencias y en los gustos que los definen, la mayoría antifútbol y en cualquier caso antimadridistas, y que van a dedicarse sistemáticamente a explicarme por qué opinan que Cristiano Ronaldo es la persona más despreciable que ha pisado no ya un campo de fútbol, sino el planeta Tierra en su larga historia. Como si me hiciera falta o me interesara en lo más mínimo. Los hombres dicen sentirse decepcionados y las mujeres me miran horrorizadas.

Aparte de que lo primero me parece envidia y lo segundo mentira cochina (y gorda), no voy a entrar en que me parece injustísimo criticar a un deportista por su carácter o juzgar a una persona por su aspecto físico (si es injusto criticar a un feo, ¿por qué es lícito criticar al dueño de un cuerpo perfecto?)

Pero sí voy a hacer unas cuantas reflexiones profundas respecto a los hombres que me gustan. Simplemente porque no tengo nada mejor de qué hablar últimamente. Y también por motivos que no vienen al caso.

Todos conocéis mi declarada debilidad por un hombre tan atractivo como Clive Owen. A este casi ningún hombre o mujer me lo discuten.

Es un poco como Hugh Jackman, que parece que no está uno en su sano juicio si no reconoce su aplastante superioridad física sobre el resto de seres humanos de su sexo. Qué casualidad que, a diferencia de Cristiano, este señor tenga una imagen pública de bellísima persona, amantísimo padre y esposo (de una señora no tan agraciada como él, el sueño de cualquier cenicienta) y además persona humilde y con sentido del humor. Así cualquiera.

Cualquiera que me conozca bien, sin embargo, sabe que yo soy una persona cabal y que, exceptuando algunos casos incontestables más, como Paul Newman, soy muy poco dada a dejarme llevar por el simple atractivo físico a la hora de determinar mi atracción por un hombre.

En general, no me considero una chica de las que se sienten atraídas por un guapo Dan o un atractivo Joe, ni mucho menos un Romeo de dulces palabras. Soy de esas extrañas mujeres (personas) que prefieren una buena conversación y unas risas frente a una cerveza, y desde luego se excitan mucho más (y más a menudo, y durante más tiempo) ante un cráneo previlegiado que ante una mata de pelo sobre el mismo.

Pero claro, luego ve una en una revista cosas como esta:



(Patrick Petitjean, modelo)

Y no puede evitar parpadear un par de veces con la garganta seca.

El lugar era la peluquería y la revista era Esquire (con todo y digan lo que digan, una revista para mujeres). Y con una foto de ese hombre en la página derecha tardé un buen rato en ver a un eclipsado Clive Owen anunciando Bulgari en la izquierda. Tal vez sea porque últimamente estoy mucho de ese estilismo de "hace tres años que vivo en el bosque sin hablar con nadie" y a Clive me lo tiene Bulgari demasiado afeitado, encremado y repeinado. Para lo que es él. Un hombre.

(Página derecha:)



(Página izquierda:)



O tal vez, simplemente, porque nadie es de piedra. Y las cosas de papel siempre han sido mucho más perfectas que las de verdad.