El día que murió Clarence Clemons
Este fin de semana me ha tocado desenterrar toneladas de pasado que tenía guardadas en un armario. Cuando empecé a sacar cajas y a inspeccionar lo que contenían me di cuenta de que iba a ser bastante más duro que un aséptico "haz sitio". No lo calculé bien.
Empecé el sábado. De aquellas cajas a mis manos saltaban cartas, fotos, apuntes, entradas de conciertos de Sabina, diarios, poemas, guiones de mis amigos, librillos de canciones, entradas de cine, mi cara de niña sonriendo con los ojos tristes en carnés o en paisajes, momentos buenos, malos, regulares, inclementes, indiferentes a mis sentimientos, despertando los recuerdos.
Y no importa que todo haya sido para bien, no importa que ahora todo esté en su sitio, no importa que hubiera momentos muy felices en esa colección amontonada, ese ejercicio, por poco que quieras profundizar, por pocas cartas que leas, por pocos cuadernos que abras, por pocas fotos que mires, siempre es un ejercicio doloroso.
Cuando no pude más, salí huyendo, dejándolo a medias. Me fui con mi amiga a dar una vuelta y tardé varias horas en volver.
Cuando desperté esta mañana, Clarence Clemons había muerto. Y sin levantarme de la cama lloré durante diez minutos. No supe por qué, sigo sin saberlo. No sé si fue por el pasado dentro de ese armario o por todo lo que se ha perdido con esa muerte de una persona que no conozco de nada pero que sin embargo, como decía mi amigo, es una parte importante de mi alma.
Las experiencias ocurren y después se desvanecen y dejan algo o no dejan nada. Las personas pasan, te tocan el corazón, y después se desvanecen. Y te dejan algo o no te dejan nada. Ya está. Es así. Sigue andando.
Y no sé si es por ese puto armario o por esa puta muerte, pero yo llevo todo el día llorando. Y me siento triste, estoy tan triste que yo misma no me reconozco, y siento una pérdida dentro que no puedo explicar a nadie que no sienta lo mismo. Y quiero llorar más, quiero llorar a gritos, quiero llorar todo lo que no he llorado en los últimos, yo qué sé, dos, tres, cuatro años. ¿Cuánto tiempo hacía que no lloraba así?
¿Cuántas lágrimas me debo?