Proyección
Hoy he visto una despedida en una estación de autobuses y he pensado que es una de esas experiencias un poco ridículas: alguien que se queda acompaña a alguien que se va y, cuando el autobús empieza a retroceder con su pitido intermitente, se queda más solo de lo que ha estado jamás, viendo cómo el autobús se lleva los ojos que al otro lado de la ventanilla, en lo alto, dicen todo lo que pueden, y casi seguro mucho más de lo que quieren.
Y después ya está. La chica se da la vuelta, se dirige a la salida sin saber muy bien qué cara poner, o qué cara está poniendo. La sigo, la veo coger el coche y me la imagino volviendo a un piso vacío, y a una vida vacía también. Mucho más vacía que hace un rato, al menos, si nos basamos en cómo se agarraban antes de llegar el bus.
Coges el coche y vuelves a casa y todo está metido en una niebla mezcla de resaca, sueño y pura tristeza, y mientras Leonard Cohen y las Webb sisters cantan If it be your will, se te escapa un lagrimón incongruente, imbécil, que no tiene mucho sentido porque nada de esto existe, y porque soy mayor, soy adulta y no quiero volver a sufrir. Por momentos se me escapa el sentido. El caso es que miras atrás y recuerdas cosas y también te sientes bien, feliz y de puta madre, porque por una vez hasta el dolor de una despedida ajena es un sentimiento bienvenido.
Es un sentimiento.